Laura Antillano |
Laura Antillano, una de las escritoras venezolanas contemporáneas más prolíficas, ha incursionado en el cuento, la novela, el ensayo y la narrativa infantil. Su producción literaria se inicia cuando apenas salía de la adolescencia y continúa en actividad. Como narradora ha publicado siete libros de cuentos: La bella época (Caracas: Monte Ávila, 1969), Un largo carro se llama tren (Caracas: Monte Ávila, 1975), Haticos casa No. 20 (Maracaibo: Universidad del Zulia, 1975), Dime si adentro de ti no oyes tu corazón partir (Caracas: Fundarte, 1983; reeditado en 1992), Cuentos de película (Selevén: Caracas, 1985; reeditado en 1997 en Caracas por la Fundación Cinemateca Nacional), La luna no es de pan-de-horno (Caracas; Monte Ávila, 1988), Tuna de mar (Caracas: Fundarte, 1991). Tiene tres novelas: La muerte del monstruo come-piedra (Caracas: Monte Ávila, 1971; reeditado en 1996 en Maracay por La letra voladora), Perfume de gardenia (Caracas: Selevén, 1982 y 1984; con una tercera edición en 1996 en Valencia, por el Rectorado de la Universidad de Carabobo y La letra voladora) y Solitaria solidaria (Caracas: Planeta, 1990; reeditada en 2001 en Mérida por Ediciones El otro, el mismo). Ha publicado también el hermoso relato infantil Diana en tierra Wayúu (Caracas: Santillana, 1992). Además tiene otro libro de cuentos y dos novelas inéditos. Cuando se arroja una piedra sobre las aguas muy quietas de un lago, se produce una serie de círculos concéntricos en movimiento. Desde el más pequeño, compacto y central, hasta los más grandes y lejanos que buscan tocar las orillas demorándose mientras se abren, todos ellos tienen el mismo eje que les ha dado vida, una primera búsqueda de lo profundo que se manifiesta en múltiples ondas que quieren abarcar el todo desde una primera mismidad. Esta imagen puede condensar una descripción de la escritura de Laura Antillano, narradora venezolana nacida en Caracas en 1950, hija adoptiva de Maracaibo y profesora de la Universidad de Carabobo en Valencia, Venezuela. Sus textos se caracterizan por construirse en torno a una sensibilidad muy individual, con claros visos autobiográficos, una mirada de mujer, que elabora temas narrativos desde la experiencia más inmediata, la cotidianidad, y desde un yo ficcional femenino elaborado con los hilos de la memoria. A partir de este centro, el yo mujer se multiplica en otros, se busca en la dispersión, más allá de sí mismo, en una escritura que adopta diversas formas: desde la narración fragmentaria en distintas manifestaciones, hasta la narración lineal, así como también la coexistencia de lenguajes múltiples que abarcan lo coloquial, el lenguaje publicitario, la escritura íntima, el discurso poético. Sus obras están marcadas por el encuentro de una memoria individual con una memoria colectiva. La geografía personal de la escritora entra en sus ficciones: Maracaibo, Caracas y Valencia. Los paisajes de la infancia y juventud, el viejo mercado marabino, el Silencio de Carlos Raúl Villanueva o las avenidas arboladas de camorucos en Valencia y los edificios de la Universidad de Carabobo, tan suyos, se convierten en la configuración de un mapa colectivo, de un imaginario del país, que se reúne con otros imaginarios como los de la cultura popular: el cine, la música popular, la publicidad, las noticias de prensa, la cultura universal, para trascender así la vida familiar y personal y reencontrarse en la historia. Todo ello permeado por una subjetividad que reúne la nostalgia con el asombro, teje narraciones cargadas de contenido afectivo y, en ocasiones, de alto vuelo poético. Una de sus preocupaciones más constantes a lo largo de su producción narrativa es la feminidad. La búsqueda de sus personajes femeninos de un lugar en el mundo, así como la construcción de su identidad a través del encuentro con el pasado, tanto con la infancia como con las mujeres ancestrales, se manifiestan en sus cuentos y novelas. En sus textos se exploran las imágenes femeninas en el interior de la vida familiar, a través de varias generaciones y en los imaginarios sociales, como por ejemplo los del cine, del bolero y de los cuentos infantiles tradicionales. En el cuento "La luna no es de pan de horno", ganador del Concurso Anual de Cuentos del diario El Nacional en su edición de 1977, una mujer escribe una carta a su madre fallecida. El género epistolar permite la narración de una intimidad única. La hija va descubriendo en esta escritura sus nexos con la madre, se va identificando con ella a partir de los silencios, de lo que nunca se dijeron, de las complicidades descubiertas en las experiencias comunes y de los testimonios callados dejados por la madre en sus objetos personales, sus dibujos, sus recuerdos. Este cuento es el germen de la novela experimental Perfume de gardenia (1982, 1984, 1997), novela caleidoscópica e intrahistórica, collage de textos e imágenes, que permiten indagar en la historia venezolana a través de una saga familiar que va desde una escritora joven hacia atrás, al encuentro con la madre y la abuela. Sus historias anónimas van delineando vidas cotidianas diferentes, sensibilidades de épocas distintas, pero que mantienen un hilo de continuidad que se evidencia al final, cuando la escritora se hace madre a su vez y puede identificarse con sus antecesoras. Esta búsqueda de lo femenino distinto, que construye en silencio una historia no oficial, se profundiza en Solitaria Solidaria (1990, 2001), novela que elabora un juego de espejos. Una joven historiadora de una universidad de Valencia descubre olvidados en una biblioteca de la universidad, los diarios y cartas de una mujer del siglo XIX, hija de un impresor, periodista con seudónimo masculino y luchadora social. La historiadora, que investigaba la época de Antonio Guzmán Blanco, el dictador ilustrado decimonónico, descubre en esos textos íntimos anónimos, no oficiales, una historia del país más auténtica, en la cual los civiles y las mujeres también son protagonistas. Los héroes de esta historia son escritores, artistas y científicos, no presidentes ni generales. Y también el pueblo común, los sindicalistas y periodistas, hombres y mujeres. Ahora bien, lo fundamental de esta novela es el proceso de identificación entre las dos protagonistas: la historiadora y la hija del impresor, quienes se mueven en los mismos espacios geográficos, tienen experiencias vitales parecidas, pero están marcadas indeleblemente por las épocas que les toca vivir. La una va explicándose su presente a partir de la otra y la otra, atrapada por los prejuicios de su época, se sueña como la primera, en un siglo XX que ofrezca otros horizontes más amplios. De esta manera, la experiencia individual de cada una trasciende y se hace historia de las mujeres. La búsqueda de la historia de las mujeres se proyecta incluso más lejos, en la exploración ficcional de los personajes silenciados por la historia oficial. El cuento "Tuna de mar" (1991) se acerca a las desconocidas mujeres que practicaron la piratería en el Caribe del siglo XVII, identificadas cuando las autoridades coloniales las apresaban y las hacían ahorcar. Entonces se descubría su sexo. La imaginación de Laura la lleva a intentar dibujar a una mujer disfrazada de hombre, en un mundo de gran rudeza y vivir, a pesar de esto, experiencias femeninas como el amor y la maternidad. Este cuento es a su vez el germen de una novela inédita, cuyo protagonista, el hijo de la Tuna, continuará la historia, consciente de su origen. Así, desde lo más inmediato y cercano, Laura Antillano ha ido construyendo a lo largo de los años una escritura que se proyecta en círculos concéntricos, cada vez más abiertos, buscando las orillas más lejanas de la historia y de la cultura venezolanas, donde siempre ha estado presente la mujer. |
Laura Antillano
Universidad de Murcia
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Laura Antillano en Letras Uruguay
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