Centenario del nacimiento (18 enero, 1911) de José Maria Arguedas |
La profundidad de
“Todas las Sangres”
José María Arguedas y su esposa Sybila Arredondo de Arguedas, |
Escribo
esta nota conmemorando el centenario del nacimiento (18 enero, 1911) de
José Maria Arguedas, antropólogo, escritor y poeta, uno de los más
destacados exponentes de la literatura peruana, a la par de César
Vallejo, poeta universal. Su obra completa muestra la sensibilidad del
hombre educado en la atmósfera de dos culturas contrapuestas y
enfrentadas. Su literatura supo expresar con profunda intensidad el alma
indígena de los Andes. La identificación del autor con la realidad de la
comunidad (el ayllu) como ente organizativo, evidencia una íntima
comprensión en cuanto a la primitiva crueldad del abuso; asimismo, esta
agudeza se manifiesta en los relatos sobre el trabajo colectivo, la
mitología, la música, los bailes, las costumbres y las celebraciones. La
riqueza de las descripciones y la visión de la compleja existencia del
mundo indígena después de la conquista, la colonia y la república
criolla, lleva a mostrar un conflicto aún no resuelto en conexión a la
edificación de la nación peruana. Desde
sus primeros pasos narrativos, Arguedas comenzó a vivir una lucha
interior donde se advierte el conflicto social de dos universos
inhumanamente encontrados: la predominancia de los terratenientes, los
gamonales, los principales (mistis) y las autoridades sobre los indígenas
de las comunidades, pueblos y aldeas. El odio hacia el mundo indígena
sobresale con nitidez en los relatos de la vida de las haciendas y aldeas
de la sierra central, ahí el sufrimiento resignado de los indígenas es
desgarrador, por el mismo hecho de ser no sólo un acto de discriminación
hacia ellos sino de exaltada superioridad racial. Cabe destacar aquí el
uso del bilingüismo (castellano-quechua) y el aprovechamiento de la
expresión literaria vernácula del Perú, una búsqueda permanente del
autor en su narrativa lírica, poética y épica. Su primer libro
publicado en 1935 agrupa tres cuentos bajo el título de Agua
y ya desde entonces se observa ahí el lenguaje fantaseado e ingeniado de
sintaxis rítmica quechua y vocabulario propio de ese idioma injertado en
el castellano, a manera de representar el mundo indígena inocente,
impresionable, tierno y solidario soportando la violencia de los
“blancos.”
A
diferencia del naturalismo clásico de Ciro Alegría (El mundo es ancho y
ajeno, Los perros hambrientos, la serpiente de oro) y de otros
latinoamericanos como Eustaquio Rivera, Rómulo Gallegos, Mariano Azuela,
el realismo de Arguedas es conmovedor, trágico y patético, producto de
su inmenso amor a la cultura indígena y de su lucha para defenderla de la
invasión depredadora de una “civilización” despreciativa, ilegal y
abusiva. En Yawar Fiesta (Fiesta de Sangre), entrega como cuento en 1937,
luego como novela en 1941, el autor describe no sólo la fiesta de la
corrida de toros y el cóndor sino aprovecha la celebración cardinal del
día nacional, 28 de julio, para expresar el deseo de redimir a los
comuneros indígenas de sus paupérrimas condiciones económicas y
sociales, haciendo ver que ellos tienen sus propias normas y leyes de
convivencia; y también para defenderlos de la paulatina usurpación de
sus tierras. Las tempranas experiencias vividas de niño en medio de los
ayllus le sirvieron para el aprendizaje del quechua de primera mano y para
conocer de cerca la violencia ejercida por los patrones en ese conflicto
indígenas-señores, que se verá en sus obras posteriores reforzadas por
sus estudios de antropología. En
Los
ríos profundos, novela de 1958 y de la cárcel El Sexto de 1961,
las interpretaciones concebidas son autobiográficas. En ambas novelas, la
violencia de la sociedad peruana domina los escenarios y el propio autor
se pone a prueba desde la infancia en el colegio, en su encuentro con la
ciudad capital del imperio Inca, en su participación en las revueltas indígenas
y hasta en el descubrimiento atormentado de la sexualidad. Igual la
violencia inaudita de por sí se manifiesta en Diamantes y
Pedernales.
Pero es con “Todas las Sangres” donde José María Arguedas va al
reencuentro con el dilema social más amplio, el que abarca el asunto de
la tenencia de la tierra y las transformaciones económicas, políticas,
sociales y culturales, que pretenden violentar las relaciones entre la
metrópoli y los Andes. La dicotomía entre la modernidad que avanza y la
subsistencia del mundo feudal, se interpreta a través de una familia de
latifundistas en un trance narrativo ambicioso de balance de modelos de
desarrollo, de vida, de tradiciones, de principios guías convertidos en
leyes naturales y sobre todo del trabajo comunitario, herencia de un
colectivismo no aceptado por la burguesía nacional en la configuración
de la sociedad peruana. Arguedas posee en esta novela una fuerza de
optimismo que, inclusive, lo aproxima a una imagen social comunitaria
dentro del avance de la modernización, elevando el problema del indio
tratado por Mariátegui a problema nacional adscrito a la teoría de las
naciones en desarrollo dentro de un propio país.
La última
novela de Arguedas, El
zorro de arriba y el zorro de abajo, no concluida en vida,
desarrollada en el ambiente pesquero frenético y caótico del puerto de
Chimbote, y muchos de sus cuentos, ensayos, poesía y relatos cortos
fueron publicados de manera póstuma debido al suicidio cometido por el
escritor en noviembre de 1969. Un año antes de su muerte, con ocasión de
recibir el premio Inca Garcilazo de la Vega, Arguedas en su discurso señaló
lo siguiente como tarea cumplida: “La ilusión de juventud del autor
parece haber sido alcanzada. No tuvo más ambición que la de volcar en la
corriente de la sabiduría y el arte del Perú criollo el caudal del arte
y la sabiduría de un pueblo al que se consideraba degenerado, debilitado
o “extraño” e “impenetrable” pero que, en realidad, no era sino
lo que llega a ser un gran pueblo, oprimido por el desprecio social, la
dominación política y la explotación económica en el propio suelo
donde realizó hazañas por las que la historia lo consideró como gran
pueblo: se había convertido en una nación acorralada, aislada para ser
mejor y más fácilmente administrada y sobre la cual sólo los
acorraladores hablaban mirándola a distancia y con repugnancia o
curiosidad. Pero los muros aislantes y opresores no apagan la luz de la
razón humana y mucho menos si ella ha tenido siglos de ejercicio; ni
apagan, por tanto, las fuentes del amor de donde brota el arte. Dentro del
muro aislante y opresor, el pueblo quechua, bastante arcaizado y defendiéndose
con el disimulo, seguía concibiendo ideas, creando cantos y mitos. Y bien
sabemos que los muros aislantes de las naciones no son nunca completamente
aislantes.” La imagen literaria de Arguedas con su obra completa, cargada en un primer momento de impaciencia y rebeldía se nutre luego de razonamiento político-filosófico y de una encrespada aparente confusión, se consuma mediante lecturas imprescindibles como él mismo destaca en el discurso citado: “Fue leyendo a Mariátegui y después a Lenin que encontré un orden permanente en las cosas; la teoría socialista no sólo dio un cauce a todo el porvenir sino a lo que había en mí de energía, le dio un destino y lo cargó aún más de fuerza por el mismo hecho de encauzarlo. ¿Hasta dónde entendí el socialismo? No lo sé bien. Pero no mató en mí lo mágico.” |
por Carlos
Angulo Rivas
c.angulo.r@gmail.com
Ver, además:
José María Arguedas en Letras Uruguay
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