Mística y poesía

Vallejo y Job
ensayo de María Auxiliadora Álvarez

Job según Léon Bonnat (1880), Museo del Louvre

El (re)conocimiento de la fragilidad es un importante aspecto en todas las tradiciones místicas. Entre otros antecedentes bíblicos se encuentra Qohelet, el predicador del Eclesiastés que vivió en el siglo IV o III a.C. y refutó con su sinceridad la arrogancia del optimismo griego: ¡Esto no tiene sentido [decía Oohelet] esto no tiene sentido, nada a qué aferrarse!/ ¿Qué le queda al hombre de todas sus fatigas/ cuando trabaja tanto bajo el sol?” (1.2, 3).

Pero la queja más larga y famosa de la antigüedad cristiana es la de Job, quien sopesaba como infinito el tamaño de su aflicción: “Se va deshaciendo mi vida/ los días de aflicción se han apoderado de mí/ De noche se me taladran los huesos/ y no descansan mis llagas”  (30.16,17). Según María Zambrano: “el poeta Job fue quien inauguró la historia del hombre”. Si con esta sentencia la filósofa se refirió a la historia del dolor humano, resulta muy desalentador corroborar que al parecer éste no se alivia con el transcurso del tiempo sino que se agrava. En el voluminoso y detallado estudio La era de los extremos, el breve siglo XX, 1914-1989, Eric Hobsbawm ha aportado las cifras estadísticas que comprueban que el siglo XX ha sido el período que ha producido más guerras, más hambre, más enfermedades, más muertes, más catástrofes y más destrucción que todos los siglos anteriores. Y al decir de Juan Liscano: “pareciera que [durante el siglo XX] hubiéramos vuelto a las convicciones gnósticas de la primera antigüedad sobre un mundo creado por las fuerzas del mal”.

Frente a estas fuerzas del mal, Job representa un emblema del aniquilamiento personal, pero frente al mundo sagrado representa un símbolo de fidelidad y autorrecuperación. El aparecimiento de la figura de Job data de forma incierta entre los años 600 y 300 a. C., pero muchos siglos después su honda queja ontológica revivió en la tradición hispánica a través de la relación simbiótica que César Vallejo estableció con él (tal vez a propósito, tal vez sin querer).

El famoso primer poema del primer libro de Vallejo comenzó con los versos: “Hay golpes en la vida, tan fuertes… Yo no sé,/ golpes como del odio de Dios; …/ Esos golpes sangrientos son las crepitaciones/ de algún pan que en la puerta del horno se nos quema” (Los heraldos negros), con un sentido muy similar a las palabras anteriores de Job: “¿Por qué me has tomado como blanco de tus golpes?/ ¿En qué te molesto?” (7. 21). “El, que descubre fallas en sus mismos ángeles/ ¿Qué decir de los que viven en casas de barro/ cuyos cimientos no son más que de polvo/ y a los que se aplasta de un golpe como un insecto?” (4.18, 19, 20).

La crítica hacia el Dios que hace o permite el daño alcanzó en Vallejo los mismos intensos niveles que en Job (quien en la teoría mística ejemplifica el proceso de auto-conocimiento). Vallejo pensó que “Dios estaba enfermo” el día en que lo creó, porque de otro modo no hubiese hecho tan mal trabajo: “Yo nací un día/ que Dios estuvo enfermo” (Espergesia), coincidiendo otra vez con Job, quien había expresado la misma desazón sobre su propio nacimiento: “Maldito el día que nací/ y la noche que dijo:/ ¡Ha sido concebido un hombre!/… que sea triste aquella noche/ impenetrable a los gritos de alegría” (Job 3. 3, 4, 6, 7).

En el poema Los nueve monstruos Vallejo escribió: “¡Jamás, hombres humanos/ hubo tanto dolor en el pecho, en la solapa, en la cartera/ en el vaso, en la carnicería, en la aritmética!” (Poemas humanos),como un eco de las palabras de Job: “Si se pudiese pesar mi aflicción/ y poner mis males sobre una balanza/ pesarían más que la arena de los mares” (6. 2, 5).

El día 29 de marzo de 1938, menos de tres semanas antes de su muerte, César Vallejo pidió a su esposa Georgette que tomara nota de las siguientes palabras: “Cualquiera que sea la causa que tenga que defender ante Dios más allá de la muerte, tengo un defensor: Dios” (Allá ellos 118). Estas palabras de Vallejo prácticamente repiten otras casi exactas de Job: “Pero tengo en los cielos un testigo, allá arriba tengo un defensor” (15.19).

El lazo de casi idéntica factura entre las palabras de Vallejo y las de Job hace desaparecer la enorme distancia histórica que los separa e ilustra el ininterrumpido nexo entre el sufrimiento humano y los procesos espirituales o místicos, pero también la intensa relación entre psicología y religión. Hacia 1952, C. G. Jung publicó un libro titulado Respuesta a Job, donde asegura que el hombre conoce el motivo de su sufrimiento espiritual asume el silencio histórico que le tocó en suerte, y se deja conmover por él “a través del afecto” para poder transformar la ceguera del dolor en conocimiento.

 

Ensayo de María Auxiliadora Álvarez
Publicado, originalmente, en  Periódico de Poesía Número 48, Abril de 2012

Periódico de Poesía es una publicación mensual editada por la Universidad Nacional Autónoma de México

Link del texto: http://www.archivopdp.unam.mx/index.php/2269

 

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