La poesía: 
¿Cenicienta de la literatura 
o de las editoriales?
Héctor Alvarez Castillo

A esa antigua frase que confirma y condena a la poesía, entre los géneros literarios, a un rol de Cenicienta la hemos oído tantas veces que ya no podemos recordar cuando fue la última ocasión. Pero con los años y cierta práctica sumada a la reflexión, es admisible que uno tenga un acto de rebeldía y que comience a dudar de esta “verdad” instalada no sólo en nuestro medio. ¿Será así o será que las editoriales menosprecian desde el vamos a este género y en vez de alentar su difusión lo van reduciendo a la circulación de dos o tres nombres mayores, no moviendo un dedo para que se estimule la difusión de nuevos autores o de otros poetas que no sean los de un parnaso virtual, consumido en especial por colegiales que los adquieren merced a la obligación y por algunos transgresores que generación a generación se acercan a este arte de rapsodas y aedos?

Lo primero que llama nuestra atención es que este género recibe altos halagos de editores y del periodismo cultural, al mismo tiempo que algunos agentes literarios, desde su misma presentación, nos comunican que no reciben poesía y que los suplementos culturales cuando le dedican atención parecen que están extralimitando su generosidad y gentileza. En mundos paralelos proliferan las editoriales menores que publican una tras otra conjuntos de poemas de autores que costean, en la mayoría de los casos, la edición de sus obras. Y a lo largo y ancho de nuestro país comprobamos como, anualmente, se mantienen bares y otros sitios donde se realizan reuniones regulares de lectura y discusión de estos poetas que no tienen nada de “malditos” y no ven en la poesía nada de “Cenicienta”. 

Cuando uno se entera de la enorme cantidad de libros de poesía que año tras año, solventados y puestos en circulación esencialmente por sus autores, se editan sólo en Buenos Aires, se le dificulta creer que a los gestores de esta actividad se los deba tratar casi como a “autistas”. Se nos hace difícil mantener la creencia de que estos poetas sólo consuman su propia poesía y que, con suerte, la de aquellos otros autores con los que comparten un círculo poético. Comparadas las cifras de libros de poesía con la de colecciones de cuentos que aparecen anualmente en nuestro país, entra en conflicto la noción de Cenicienta de las letras, por más que entendamos que ninguno de los tradicionales géneros literarios merece ese apelativo.

Más de una vez he pensado que si una de las pocas editoriales que manejan el mercado argentino, una sola al menos, se ocupara de organizar a conciencia y de promocionar –como lo hacen, por ejemplo, con los best-sellers del tenor de los que produce Dan Brown– una colección de nueva poesía argentina, las ventas no serían tan bajas como éstas empresas comerciales nos insinúan constantemente y como los serviles “escribidores” repiten a coro.

No es el caso hablar aquí de creación de demanda dirigida por la oferta que el mercado quiere implantar, pero distintos signos delatan que no se hace ni intenta nada para que los lectores tengan ante ellos un abanico rico en elecciones y no que deban, en tono con la globalización, conformarse con catálogos de librería que parecen calcos de los catálogos de metrópolis extranjeras o, en el mejor de los casos, con otros títulos y autores, pero armados con idéntica aspiración.

Saenz Peña, noviembre de 2005

Héctor Alvarez Castillo

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