La filosofía de Heráclito en la poesía de José Emilio Pacheco
Heraclitus philosophy on José Emilio Pacheco’s Poetry

Ensayo de Blanca Álvarez Caballero

Universidad Autónoma del Estado de México, México

José Emilio Pacheco

Resumen: Se analiza la construcción heracliteana del devenir en la poesía de José Emilio Pacheco, a partir de la relación triádica del pasado, presente y futuro y la forma que el escrito propone la ruptura de esa sucesión lineal por parte de sus personajes líricos. Posteriormente se profundiza en los ciclos de la naturaleza desde el enfoque filosófico de la fugacidad y el devenir en tres etapas líricas de la poesía del mexicano, la primera de las cuales está integrada por los poema-rios Los elementos de la noche (1963) y El reposo del fuego (1966); la segunda, por la obra publicada desde No me preguntes cómo pasa el tiempo (1969) hasta Los trabajos del mar (1984), y la tercera, por Miro la tierra (1987) hasta Como la lluvia y La edad de las tinieblas (ambos de 2009).

Palabras clave: poesía; fenomenología; tiempo; dialéctica; memoria

Abstract: This work analyses Heraclitean construction of the becoming process in José Emilio Pacheco's poetry, from the triple relationship between the past, present and future and the way in which the writing proposes the breakdown of its lyric characters lineal succession. Afterwards it deepens on nature cycles from the philosophical approach of the fugacity and the becoming process in three lyrical stages of the poetry of that Mexican author, the first of them comprises the collection of poems Los elementos de la noche, (1963) the second one El reposo del fuego (1966); the work published from No me preguntes cómo pasa el tiempo (1969) until Los trabajos del mar (1984), and the third one, Miro la tierra (1987) until Como la lluvia and La edad de las tinieblas (both dating from 2009).

Keywords: poetry; phenomenology; time; dialectic; memory

Heráclito: tiempo y devenir

En la poesía de José Emilio Pacheco todo está sujeto a la transformación, adquiere siempre nuevos matices, implica la idea de cambio y permanencia. Por ello es a un tiempo novedosa, pues siempre agrega elementos, y conservadora dada la solidez de otros rasgos. Esto es importante porque las formas de la escritura de Pacheco contienen una actitud frente al tiempo histórico y con ello frente a lo que define y sostiene la idea de la fugacidad. Desde esa perspectiva estudiaremos la construcción heracliteana del devenir en la poesía de José Emilio Pacheco, a partir de la relación triádica entre pasado, presente y futuro, así como de la forma en que el escritor propone la ruptura de esa sucesión lineal por parte de sus personajes líricos. Después se analizarán los ciclos de la naturaleza desde el enfoque filosófico de la fugacidad en las tres etapas líricas de esta obra: la primera, integrada por los poemarios Los elementos de la noche y El reposo del fuego; la segunda, desde No me preguntes cómo pasa el tiempo hasta Los trabajos del mar, y finalmente la tercera, que abarcaría desde Miro la tierra hasta Como la lluvia.

Heráclito funda su idea del tiempo en la linealidad y lo cíclico del devenir. En este sentido, el tiempo es una cadena interminable de ahoras o presentes del instante que huyen hacia su pasado y sólo pueden ser rescatados mediante la memoria. Es el río del tiempo al que se han referido Martin Heidegger, Maurice Merleau-Ponty y P. B. Grenet, entre otros. Cada ahora constituye una unidad dual que contiene un lado A y uno B; su motor energético es el conflicto entre elementos contrarios, la guerra, el polemos. Así, explica el pensador jonio, gracias al devenir se pasa del lado A al B por sustitución mediante la lucha o discordia entre opuestos, hasta que fenece la unidad como tal y da lugar a un nuevo ciclo: el de una segunda unidad que contiene a C y D. El movimiento sucesivo de nacimiento, desarrollo y muerte de secuencias binarias se repite en una suerte de espiral al infinito. Dicho movimiento se da a partir del ciclo del fuego donde todo nace, arde y se consume, y pasa de ser fuego a ser mar y polvo. Ello se condensa claramente en el poema de José Emilio Pacheco titulado “Estaciones”, del libro La arena errante:

De la nieve sale el calor y del calor brota la lluvia que ha engendrado a este bosque. Antes de marchitarlo el otoño lo hará aún más bello. Tomas una hoja del tembloroso álamo, la guardas en el libro destinado a volar cuando se pulverice (2000: 542).

La alternancia de elementos en conflicto hasta la muerte de cada unidad dual y la generación de una nueva unidad implican una mesura necesaria. En el pensamiento de Heráclito se trata de una forma de autorregulación que permite el flujo infinito del devenir de la materia vigilada por el logos, el cual es superior a los mortales hombres y a los inmortales dioses, pues nadie lo creó, sino que es eterno, al igual que el devenir. El logos cubre todo cuanto existe (lo animado y lo inanimado), sometiéndolo a la finitud. Tanto el lado A como el lado B de una unidad son devenir o presencia en acción, transmutación, alteración y continuidad de un ser. Así, la cadena de presentes puede verse de dos modos: a) como una eterna caducidad de instantes, es decir, como una negación de tiempos al reinar lo efímero, y b) de manera contraria, como tiempo trascendente en tanto el presente de Heráclito surge en cada ahora.

Por ello, el sentido de aprovechamiento del tiempo presente y cotidiano se rige en la filosofía de Heráclito por la percepción sensorial, si bien incipiente, centrada en dos sentidos: la vista y el oído. Esto se logra mediante el logos rector que representa el conocimiento del mundo siempre en movimiento, es decir, mediante el análisis permitido sólo por la justicia, que lleva a entender qué deviene y cómo deviene, subordinando lo sensible a lo inteligible al conectar la experiencia vivida con la conciencia que se tiene de ella. Debido a esto, el pensador efesio da prioridad a esos sentidos y rechaza el tacto y el gusto, en tanto son proclives a los vicios, los cuales alejan al sujeto del logos.

Además de ser el primero en proponer la teoría del devenir como lucha de dos contrarios, Heráclito plantea un tiempo presente que constituye una sucesión de ahoras, cuya razón de ser se funda en la percepción sensorial cronológica y objetiva. El hombre tiene una gran conciencia de ese tiempo, considera el filósofo. Así, lo que acontece es sensorial, material y, por tanto, fenoménico; es fáctico y ocurre en el instante que escapa hacia su caducidad, ha de ser comprendido desde el presente lógico de la vigilia y analizado mediante el acto de recordar.

En los Fragmentos de Heráclito se halla una fenomenología incipiente de los ahoras (que contienen en sí la idea del límite o finitud) iniciada en lo sensible y procesada por lo inteligible, donde el sentido de la vista revela una idea simbólica de iluminación humana por medio del juicio: el bien, la ética, lo apolíneo que deriva del logos, de su parte creadora metaforizada en el fuego. El logos es sinónimo de equilibrio, orden, methodos, justicia, misticismo, solemnidad, deber... Por ello, se opone a la doxa (opinión), los vicios, lo injusto, lo vil, el desorden, el desequilibrio individual y social.

La percepción de la facticidad del ahora une la experiencia sensorial a la de lo vivido, lo material a lo mental, el presente fáctico al pasado memorioso. Se genera así una conciencia de los tiempos pasado y presente de la sucesión y una forma de desafiar al presente del instante. Sólo por medio de la percepción sensorial se puede detectar y analizar la diferencia entre bien y mal, y ver de modo integral la physis, el logos y la polis. Para Heráclito, no se trata sólo de la naturaleza, sino de una cosmovisión que implica tanto la relación entre hombre y dioses como entre hombre y logos.

El llamado ‘filósofo oscuro' también abrió la puerta a la nada que hay detrás del logos al revelar que todo es cambio y no permanece, salvo, precisamente, el logos y el devenir, lo único que no muere ni muta. Esto representó para la filosofía posterior una semilla para la discusión sobre el tema de la caducidad y lo absurdo de la existencia humana y sus obras, así como sobre el temor ante la incertidumbre respecto del presente y del futuro.

La poesía de José Emilio Pacheco

El escritor mexicano toma de Heráclito la noción del tiempo como devenir, es decir, la teoría de los contrarios, que se encontrará presente a lo largo de todos sus poemarios. En éstos, las dualidades son una marca desde la recreación de la physis griega hasta la polis más moderna, donde impera un sinnúmero de elementos binarios: ‘luz'-‘oscuridad', ‘imperfección'-‘perfección', ‘movilidad'-‘inmovilidad', ‘libertad'-‘opresión', ‘sabiduría'-‘ignorancia', ‘edificación'-‘destrucción', ‘dignidad'-‘reificación', ‘antigüedad'-‘modernidad', ‘juventud'-‘vejez', ‘humildad'-‘soberbia', ‘alabanza'-‘lamento', ‘vida'-‘muerte', ‘siempre'-‘nunca', ‘presente'-‘pasado', ‘presente'-‘futuro pretérito', ‘realidad'-‘fantasía', ‘materia'-‘idea', ‘naturaleza'-‘cultura', ‘justicia'-‘desmesura', ‘bien'-‘mal'. En la mayoría de los casos, el escritor se pronuncia por el primer elemento, rechazando el segundo asociado al mal, esto es, a la falibilidad y vileza humanas. El poeta muestra un profundo sentido no sólo ético sino moral de la vida cívica, la ponderación de la paz sobre cualquier acto de violencia que lleve a la injusticia. Sin embargo, comprende que el polemos es el lugar de la incubación de todo cambio. La circulación eterna de las transformaciones, que poetiza el conocido “Escolio a Jorge Manrique”, de No me preguntes cómo pasa el tiempo, sólo puede generarse mediante el devenir: no hay cambio sin lucha de contrarios ni existencia de una unidad (naturaleza, hombre) que no implique la alternancia cíclica de lados opuestos.

Como Heráclito, José Emilio Pacheco parte en su poesía del fuego creador, especialmente en sus dos primeros libros. Allí se observa la idea del devenir conformado por ciclos que atienden al paso del fuego al agua —sobre todo en Los trabajos del mar— y de ésta a la tierra, especialmente desde Miro la tierra hasta sus últimas obras, donde se cierra un gran ciclo para el planeta Tierra, ya anunciado en Siglo pasado (desenlace) y prácticamente concluyente en La edad de las tinieblas —lo cual se percibe desde el título del poemario—. Además del fin del gran ciclo que el hombre ha vivido en la Tierra, existe la certeza del surgimiento de uno nuevo, si bien no se sabe cuándo ocurrirá. De este modo, el devenir heracliteano se ejerce a lo largo de la producción poética de Pacheco como columna vertebral del tiempo, cadena de ahoras irrepetibles que parten del símbolo griego del fuego para sostener los grandes cambios que ha sufrido y están por venir en la physis y la polis de nuestro planeta, en la macronaturaleza.

A nivel micro, es decir, en el diario acontecer del hombre occidental, el poeta ha centrado el problema del tiempo en relación con el devenir en cuatro tipos de personajes: a) los históricos cronológicamente ajenos a la época de escritura de los poemarios (emperadores romanos y escritores del siglo XIX y principios del XX, entre otros), b) los contemporáneos del escritor: estudiantes del movimiento del 68 mexicano, conocidos fallecidos durante el temblor de 1985 en el Distrito Federal, c) personajes de clase media ubicados en diversas ciudades del mundo donde Pacheco ha residido, cuyas acciones son referidas por un narrador-testigo a quien no atañe directamente lo que se enuncia, y d) personajes protagonistas de lo que sucede y que poseen una gran conciencia del devenir.

La poesía de Pacheco como reflexión plena del tiempo por parte de sus protagonistas y narradores rompe con la idea de sucesión como mera ilación popular judeocristiana de pasado-presente-futuro. La idea heracliteana de lo cíclico se complejiza en la llamada segunda época lírica del escritor, es decir, desde su tercer libro: No me preguntes cómo pasa el tiempo, en el cual observamos una decidida ruptura de la sucesión temporal, producto de la interacción de varios tiempos mediante la subjetividad que los mezcla al reelaborar recuerdos con ayuda de la imaginación vuelta capacidad metafórica, esto es, creación poética por imágenes.

No obstante, en los personajes suele haber una conciencia objetiva de la subjetividad en torno al empleo individual y social del tiempo, como cuando la memoria juega la ilusión del desconocimiento de lo que se vive y de ciertos pasajes pasados; tal es el caso de los poemas “Cuento de espantos” y “Memoria” (Pacheco, 2000: 508-509). De inmediato los personajes asumen que su acontecer se aleja del paradigma del tiempo occidental cifrado en la comprobación consciente de los hechos y regresan a la objetividad de su realidad temporal, la cual está dada por la observación de dialécticas y triadas temporales de sucesos y actuar de los personajes, es decir, por la forma en que se conducen en relación con el tiempo y el espacio.

De este modo, la comprensión del tiempo en la poesía de José Emilio Pacheco tiene un sustento heracliteano de fondo, es su columna vertebral, pero cuenta con una serie de matices fenomenológicos que tienen que ver con el movimiento de los personajes dentro de un espacio determinado, con las relaciones espaciotemporales que establecen con los otros en su entorno y con la forma en que procesan esto mentalmente. De hecho, el tiempo en Pacheco, al ser objetivo, es fáctico, tiene su raíz en la percepción sensible que se vuelve inteligible. Esta idea también es herencia de Heráclito, filósofo considerado por Marco García Quintela como uno de los iniciadores de la teoría de la percepción (1992: 163), y gran influencia siglos después para cuatro fenomenólogos que consideraban que la existencia precede a la esencia: Edmund Husserl, Maurice Merleau-Ponty, Martin Heidegger y Jean Paul Sartre.

En estos autores se aprecia la noción de hundimiento en el pasado, el devenir del sujeto en función de la duración de sus movimientos, la idea del ser humano como proyección, pero también como ser relativo a la muerte, la firme creencia en que el hombre viene de la nada y se dirige hacia ella, y la idea del espacio vivido en relación con lo corporal sensible, con el sentimiento y la intencionalidad en la difícil pero realizable integración entre el pathos griego o emotio para los latinos y el logos propiamente moderno. Dichos aspectos, seguidos de manera implícita por Pacheco, conducen a la integración entre el tiempo vivido o mental subjetivo y su adecuación al tiempo cronológico por medio de la percepción fenomenológica que es noiesis, con el fin de conformar el espacio antropológico y filosófico de su poesía. Así, los personajes líricos del autor mexicano dan cuenta de manera incesante de que primero existimos y después nos definimos, somos en gran medida por nuestra materialidad, que siempre deviene en otra cosa.

Los matices temporales del devenir constituyen uno de los rasgos centrales que Pacheco subraya: la capacidad de la diferencia y con ello de la unicidad en tanto cadena de experiencias idénticamente irrepetibles que surgen siempre desde el presente de la acción, identificable gramaticalmente con el presente del indicativo. Una de las funciones de este tiempo es mostrar una trayectoria desde el inicio (surgimiento) de los hechos hasta su fin, sin la necesidad de recurrir a la triada presente-pasado-futuro, con lo cual los objetos y los seres se relatan como linealidad en presente del indicativo, visto como cadena narrativa de ahoras. Esto tiene por efecto acentuar la caducidad (el flujo) de los objetos que para existir requieren, a su vez, de la finitud de otros seres, como ocurre en el poema “El lápiz”, de Desde entonces:

Madera y grafito se unen en el lápiz para inmolarse a medida que producen palabras, rasgos, números, líneas. El lápiz se gasta como quien lo maneja. Muere al dar vida a sus trazos y al segregarlos se prolonga en ellos (también son efímeros como el viento en la arena o la lluvia en el agua).

Por su lengua habla la naturaleza vencida. Árbol que acaban de talar, las mondaduras huelen a bosque. Para ser lápiz, a fuerza de ser lápiz, se despoja de las materias que sostienen su condición de lápiz. Incluye en latencia todas las posibilidades expresivas de la mente y la mano. Pero, inseguro, lleva su antítesis en el otro extremo: la goma. Lo que escribimos resulta provisional como lo que hace el lápiz. El signo de las cosas es gastarse (Pacheco, 2000: 241).

Así, la existencia puede vivirse siempre en presente como una continua cadena de caducidades o de muertes. El presente también toma la forma de proyección de un futuro que en algún momento habrá de cumplir su plazo como algo que se espera para volverse un ahora. Cuando esto ocurre, el futuro aguardado generalmente deviene en algo distinto de lo que se planeó o deseó; en consecuencia, se considera un tipo de presente que niega el futuro anhelado, lo cual conduce a su hundimiento en la nada: es el futuro pretérito, llamado así por Pacheco precisamente en un poema con ese título (2000: 551). Dicho tiempo suele funcionar de modo lapidario para cerrar toda posibilidad de prolongación de una vivencia (presente de larga duración) o su repetición, y hundirse en la nada, en el olvido, el lugar de lo inexistente.

El futuro es imposibilidad, negación, como el presente que huye y como el olvido, pero lo es sobre todo porque no se cumplió lo que se esperaba. Así, en el poema “Al fin el porvenir”, de La arena errante, se llega a la conclusión de que ese futuro es el:

Gran lugar este porvenir presagio del cielo,

prometido por todos, visto por nadie.

 

Qué desgracia: el futuro también pasó.

Hoy se ha perdido en el ayer terrible (Pacheco, 2000: 575).

 

Se trata de un futuro como caducidad y, por tanto, como otra forma de la nada que genera el devenir. Un ejemplo más lo constituye el breve texto “Esperanza”, de El silencio de la luna:

 

El futuro nunca lo vi:

se convirtió en ayer

cuando intentaba alcanzarlo

(Pacheco, 2000: 442).

El futuro es inexistente porque no es comprobable con hechos en el presente y porque no hay en éste un hombre y una polis moralmente sólidos que permitan al ahora proyectarse ampliamente de manera constructiva, sobre todo a nivel social.

La pregunta por el futuro aparece generalmente al hacer un balance de lo perdido en el pasado: lo que no será y por tanto ya no fue, o al preguntarse por el presente que está dejando de ser y que tampoco se repetirá. Y si por acaso el tiempo se adelanta en lo inevitablemente profético, aparece de modo apocalíptico: la destrucción será letal para el hombre y su planeta. Es un ahora apreciado como circular regenerativo en la naturaleza, negativo en tanto cumple ciclos que tienen algo generalmente relacionado con la extinción de especies, las zonas de sequía que crecen y el veloz deshielo de la Tierra, entre otras variantes cada vez más desalentadoras para el hombre. También resulta negativo en relación con la polis: algo se conserva y algo deviene en matices. La corrupción política, las tiranías, los golpes de Estado, las guerras existen desde tiempos inmemoriales, pero siempre tienen variantes, al igual que las experiencias más personales e íntimas, como el amor; así se aprecia, justamente, en el poema “(Don de Heráclito)”, de El reposo del fuego:

Las cosas hoy dispersas se reúnen

y las que están más próximas se alejan.

 

Soy y no soy aquél que te ha esperado

en el parque desierto una mañana

junto al río irrepetible en donde entraba

(y no lo hará jamás, nunca dos veces)

la luz de octubre rota en su espesura

(Pacheco, 2000: 44-45).

Surgen cuestionamientos sobre el momento en que fenezca el presente y concluya en el presente-futuro de la nada categórica. El desenlace queda ahí donde un ciclo termina y no se vislumbra cómo será uno nuevo, algo que sustituya o haga olvidar el vacío que ha dejado el periodo que murió. La incertidumbre ante lo que vendrá anticipa una forma de negación humana. En otras ocasiones se manifiesta en la nada moral, categórica, segunda forma de negar el futuro del hombre y desacralizarlo. Está en relación con el presente para subrayar la caducidad de unos seres y el surgimiento de otros. El futuro como incertidumbre se observa, por ejemplo, en poemas como “Porvenir”, de La arena errante:

Date prisa.

El silencio va a terminar.

Nadie te escuchará en la baraúnda

de los que escapan hacia el porvenir y encuentran el pasado reiterativo y el nunca

en batalla campal contra el después,

asombrado

(Pacheco, 2000: 523).

En “Nuevo día”, del mismo libro, se lee:

Hoy ya se fue.

Se hizo mañana de pronto.

Y no sé qué decirle

al día sin precedente que me interroga

y no me reconoce

(Pacheco, 2000: 524).

El futuro es la única posibilidad que tiene el ciclo heracliteano, en tanto relevo que conduce a su muerte, para dar lugar a algo nuevo. Sin embargo, es también algo ilusorio en tanto se vive siempre como deseo incierto de lo efímero; su relación con el presente sirve para reafirmar su caducidad, si bien —a diferencia del futuro pretérito— tiene cumplimiento en el ahora. Con esto, todo presente vislumbrado como futuro se convierte en muerte y posteriormente en pasado devuelto al presente gracias al recurso de la memoria, que es, como todo en la poesía de Pacheco, una tensión dual heracliteana entre la rememoración y el olvido. El futuro como proyecto fallido deviene pasado en tanto muere yendo hacia la nada, siendo sólo un intento. En este sentido, es mucho menos esperanzador que el presente que va al pasado porque el presente sí existió y, por ello, puede reelaborarse mediante el recuerdo.

La relación entre presente y futuro es más caótica que entre presente y pasado. En ésta hay siempre la esperanza de recobrar o reelaborar una vivencia —y con ello, desafiar al flujo del tiempo material visto como aniquilación— por la vía de la reelaboración mental, que resulta una forma de conservación de identidad personal y cultural, al menos por un tiempo: mucho gana el recuerdo al olvido. Es la desilusión ante un futuro vislumbrado como positivo que llega al presente como negativo y concluye en la nada decepcionante. Por ejemplo, ante la destrucción del planeta por una supuesta y programada vida mejor, el hablante lírico del poema “El puerto”, de Los trabajos del mar, concluye irónica y crudamente que “ya progresamos hacia el fin del mundo” (Pacheco, 2000: 266).

El futuro es la reflexión que cierra la dialéctica entre presente y pasado completamente opuestos en las vivencias cotidianas que ocurren en lugares como bares, calles o parques. Los personajes quisieran que tales espacios fueran los mismos de antes, pero están sujetos al cambio perpetuo hacia su degradación, como ocurre en “Bar del espejo”, de La arena errante, donde el tipo de gente y ambiente que existió en ese bar hace varios años ha cambiado bastante con respecto a una visita al lugar contemporáneo, con la conclusión de que todo pasado fue mejor. Sin embargo, hay un aspecto sensible que sigue siendo muy parecido al anterior: el sabor del martini, que enlaza en el aspecto sensorial al presente con el pasado del sujeto, quien describe comparativamente:

Qué hermosas las muchachas que se reunían [aquí hace treinta años.

Qué imposibles y bellas son las de ahora.

Sin embargo el martini conserva la perfección

inalterada en medio siglo.

 

Quizá gracias a él hay todavía algunas parejas

y otras mesas de solitarios.

Quisiera convocarlos para un último brindis

por todo lo que fue y no será nunca

(Pacheco, 2000: 573-574).

Asimismo, el futuro puede aparecer al final de los textos para liquidar la vida del presente, es decir, para concluir un ciclo; es el final de una unidad, como en “El capitán” (Pacheco, 2000: 403). El futuro es contraposición entre el presente y el pasado, nunca prolongación, lo cual revela un aspecto heracliteano importante en los poemas: la no simultaneidad de tiempos, su dialéctica a partir de la lucha de contrarios que permiten la acentuada diferenciación entre uno y otro.

De este modo se concluye que resaltan dos futuros: el que es negación absoluta, intento fallido, pues no se convirtió en presente sino en una nada lapidaria, y el futuro que sí llegó a ser presente, pero que sufrió la caducidad y, por tanto, se transformó en pasado sólo recuperable mediante la reelaboración de retenciones y rememoraciones.

Si el presente es negación en tanto huye, sólo puede asimilarse por medio de una relación con el recuerdo que le permita registrarse en otro presente. Así, hay un diálogo constante entre la experiencia material del presente fáctico y su reelaboración mental para todo tipo de vivencias, desde las cronológicamente más distantes de un narrador lírico, las propiamente históricas e inmemoriales, hasta las claramente más personales para los personajes. Algunas experiencias contienen una gran fuerza en su percepción sensible. Eso ocurre, por ejemplo, cuando el hablante poemático recuerda ciertos sabores de un budín, en una relación de tensión y complementariedad entre el recuerdo y el olvido, que siempre busca traer a la memoria lo captado por la percepción sensible y que a veces el sujeto lírico reconoce difícil de expresar:

En Santiago de Chile el budín de pan

Es mi magdalena de Proust:

En seguida trae a la memoria

A mi abuela Emilia Abreu de Berny

(Pacheco, 2009a: 99).

Tal lo vemos en “Fracaso”, de Como la lluvia:

Miseria,

Incurable miseria de la poesía:

Intentar un poema que describa

A qué sabe el sabor del agua

(Pacheco, 2009a: 123).

Como el presente, pero por situaciones distintas, el pasado genera en los personajes poéticos un rechazo al implicar el olvido, una forma de negación del ahora. En esta faceta, el pasado es la nada depositaria de los presentes; pero desde su otra cara, pues es dual, es el lugar donde se hallan concentrados los recuerdos, el gran baluarte de la memoria a la que sólo puede acceder el hombre a partir de la reelaboración de retenciones en el presente de quien narra, lo cual propicia una dialéctica infinita entre pasado y presente. Visto así, el pasado es limitación, fin de una vivencia, de un recuerdo de lo que fue presente, hundimiento en la nada que ya se vivió y no se recupera. Pero otras veces el pasado es un hundimiento gozoso, alternancia entre el recuerdo y el olvido, un estira y afloja con el presente.

Así, en algunos textos hay una combinación de pasado simple y copretérito para cancelar, mediante acciones opuestas dentro del relato, la belleza con que se inicia un texto. Es el caso de “Idilio”, de Irás y no volverás, donde el ambiente paradisíaco se transforma de un momento a otro en infernal, pues para los sujetos incrédulos que caminan por ahí, un aparente jardín se convierte en una fábrica de defoliador y gas paralizante (Pacheco, 2000: 115-116), con lo que la historia vista como una unidad pasa de una primera parte maravillosa a una segunda decepcionante. Es una experiencia positiva devenida en negativa y, finalmente, en el cierre de esa unidad vivencial.

Hay otros textos donde la nada del presente, que es un faltante, un vacío, se compara con el pasado que contenía vivencias que para el momento del relato han muerto y se proyectan aún más imposibles de ser (repetirse) en el futuro, como ocurre en “The dream is over”, todavía en Irás y no volverás (Pacheco, 2000: 117). Por otro lado, la concentración de remembranzas vistas como pasado en el devenir de presentes indefinidos resultan en el futuro una prolongación mental de recuerdos, como ocurre en el poema “Adiós, Canadá”, del mismo libro:

El olor de madera mojada,

la playa gris y los troncos,

la arena que en el volcán ha sido llama y catástrofe,

el sol de nieve, la montaña de musgo,

islas y su alarmada población de gaviotas,

el peso de la nieve que hace visible la caída del tiempo,

un jardín de cristal bajo las luces

de la lluvia nocturna,

serán acaso en la memoria tu olvido:

un arcón de postales marchitas

y mapas que se rompen de viejos.

Pero tu nombre tendrá el rostro o la sombra

de la muchacha a la que dije adiós para siempre

(Pacheco, 2000: 121).

Los relatos poéticos ocurridos por completo en pasado tienen la función de generar identidad personal en quien los refiere en un contexto histórico preciso, así como identidad cultural de lo sucedido a otros, los vencidos: pueblos prehispánicos frente a los conquistadores españoles, prisioneros judíos contra policías nazis, estudiantes del 68 mexicano frente a autoridades políticas opresoras y pobladores displicentes, así como transeúntes occidentales de clase media y baja contra autoridades corruptas reificantes. Estos relatos constituyen rememoraciones importantes —a partir de ilaciones de retenciones— de un conocedor (narrador o personaje) que refiere hechos y funciona como narrador con una conciencia histórica siempre del lado de la víctima, combinando las acciones con sentencias juiciosas o descripciones de comportamientos que contienen implícitas observaciones morales al respecto. Un gran ejemplo es “Ruinas del Templo Mayor” (Pacheco, 2000: 134).

La dialéctica entre pasado y presente también sirve para referir una situación que en el pasado fue desastrosa, debido al comportamiento del hombre en su polis, pero que la naturaleza supo contrarrestar en un presente positivo para el ser humano, como es el caso de “Vietnam I” (Pacheco, 2000: 148). Generalmente ocurre lo contrario en la poesía de Pacheco: un aspecto positivo deviene negativo o uno negativo empeora considerablemente. Lo confirma el poema “Vietnam 2” (Pacheco, 2000: 148), un texto que es a la vez una secuencia del anterior y un poema independiente, por los matices que contiene.

Conclusiones

De acuerdo con lo anterior, el tiempo en la poesía de José Emilio Pacheco parte de la linealidad cíclica del devenir y su lucha de contrarios, motor de todo cambio en una sucesión infinita de ahoras, rasgo típico de la perspectiva filosófica de Heráclito. El ahora o presente es el tiempo de arranque del poeta, momento desde el cual escribe el acto poético que divide la sucesión, y que atiende fundamentalmente a tres estados: a) el momento que se vive (instante o presente), b) el momento vivido vuelto al presente mediante de la elaboración del recuerdo (el pasado), y c) el futuro pretérito, es decir, momento proyectado desde un presente para realizarse con posterioridad cuando el porvenir deviene presente, por lo general no del modo en que se concibió.

Cada uno de estos estados tiene matices de realización de acuerdo con el modo sensorial en que se presentan y con la forma en que son procesados mentalmente mediante el acto consciente del sujeto que percibe y divide la sucesión del flujo de presentes de manera diversa, pero siempre atendiendo al tiempo cronológico occidental. Mediante otra cosmovisión —por ejemplo, de acuerdo con una parte de la visión hindú creyente en la reencarnación o con cosmovisiones sobrenaturales, fantásticas y órdenes distintos al occidental— se podría verdaderamente salir de la concepción crónica y lineal del tiempo. Pero no es el caso de los personajes y su acontecer en la poesía de José Emilio Pacheco. Ellos tienen siempre una gran conciencia del devenir del tiempo y de las combinaciones que hacen al dividir la sucesión —especialmente mediante la dialéctica entre el pasado y el presente, uno de los asuntos más importantes en esta escritura—, pues insisten en objetivizar el tiempo, en situarlo en una duración cronológica que siempre tiene dos referentes: los ciclos de la naturaleza y los del reloj (la physis y la polis de Heráclito).

Los personajes no fragmentan la sucesión para destruirla u oponerse a ella en términos temporales, sino que la dividen para comprenderla, para entender su funcionamiento de acuerdo con sus intereses generadores de identidad personal e histórica, aunque en el trayecto sean presa del sobresalto o de la nostalgia y la ironía, al reconocer la subjetividad respecto del tiempo lineal. Allí radica la gran trascendencia de la poesía de José Emilio Pacheco: en dar cuenta de cinco principios inmemoriales y vigentes para el hombre occidental:

a) El tiempo es devenir hecho de ciclos binarios que tienen en su raíz el conflicto.

b) El tiempo sólo puede realizarse mediante el presente que es a un tiempo negación y cumplimiento de actividades.

c) Todo acto de división de la sucesión ocurre de manera consciente por el sujeto lírico (vía un logos antropocéntrico en el caso de Pacheco, a diferencia del heracliteano que es tan humano como, en ocasiones, divino), quien analiza el transcurrir del tiempo occidental a partir de la percepción sensorial que tiene. Esta última, por lo general tiene una conformación material (fáctica), empírica, racional y fenoménica, por lo tanto, sustentada en la objetividad del sujeto consciente o, de acuerdo con Heráclito, en la percepción sensible basada en la vista y el oído del hombre apolíneo que tiene un gran sentido de la mesura, la justicia, la denuncia y cuenta con cierto ascetismo que le permite analizar su cotidiano e histórico acontecer desde la conciencia vigilante que le otorga el logos, por el cual existe la sabiduría.

d) Toda combinación de tiempos parte del presente y desemboca en él, con lo que la idea de sucesión se fragmenta, pero siempre con una conciencia de la importancia del tiempo histórico.

e) El planeta Tierra está deviniendo de su lado positivo a su lado negativo por intereses del hombre occidental globalizado; la polis (cultura) ha estado luchando de manera frenética contra la physis (naturaleza) y la está destruyendo poco a poco. En muchos poemas de Tarde o temprano, Pacheco admite esto con gran dolor o ironía que lleva a sus personajes a reconocer la nada de su existencia bajo la consigna: lo único de verdad nuestro será la caducidad, la muerte en diversas formas.

Sin embargo, el último poema de La edad de las tinieblas contiene el matiz de una cosmovisión optimista. Desde luego, la visión positiva de Pacheco se encuentra a lo largo de Tarde o temprano. La hallamos claramente, por ejemplo, en poemas como “Alabanzas”, de Miro la tierra. Allí se hace una secuencia de breves odas a la maravilla del cosmos, a la naturaleza cíclica, y por tanto efímera, que en su condición transitoria otorga la belleza contemplativa de su instantánea y paradójicamente eterna novedad:

Alabemos el agua que ha hecho este bosque

y resuena

entre la inmensidad de los árboles.

 

Alabemos la luz

que nos permite mirarla.

Alabemos el tiempo

que nos dio este minuto y se queda

en otro bosque, la memoria, durando

(Pacheco, 2000: 339).

 

Además de a la fugacidad de la naturaleza, ello también se aplica a las creaciones humanas. Así lo observamos en esa misma serie de poemas, en el titulado “(Haikú de la IBM PC)”:

 

Letras de luz

trazando en la pantalla

el poema que no existía

(Pacheco, 2000: 340).

Uno de los poemas que mejor refiere esto es “Retorno a Sísifo”, de El silencio de la luna:

Rodó la piedra y otra vez como antes

la empujaré, la empujaré cuestarriba

para verla rodar de nuevo.

 

Comienza la batalla que he librado mil veces

contra la piedra y Sísifo y mí mismo.

 

Piedra que nunca te detendrás en la cima:

te doy las gracias por rodar cuestabajo,

Sin este drama inútil sería inútil la vida

(Pacheco, 2000: 393).

José Emilio Pacheco agradeció una y otra vez a la vida a pesar de contener muerte en sí misma. Varias veces, el escritor mexicano nos mostró un enfoque poético del lado bello, por positivo, de la existencia de la naturaleza y la humanidad, incluso de la divinidad cósmica. Así se observa desde el título “La plegaria del alba”, poema con que concluye Tarde o temprano, de 2009: “Ayer no resucita. Lo que hay atrás no cuenta. Lo que vivimos ya no está. El amanecer nos entrega la primera hora y el primer ahora de otra vida. Lo único de verdad nuestro es el día que comienza” (Pacheco, 2009c: 773).

Referencias

García Quíntela, Marco V. (1992), El rey melancólico. Antropología de los fragmentos de Heráclito, Madrid, Taurus.

Pacheco, José Emilio (2000), Tarde o temprano, México, FCE.

Pacheco, José Emilio (2009a), Como la lluvia, México, Era.

Pacheco, José Emilio (2009b), La edad de las tinieblas, México, Era.

Pacheco, José Emilio (2009c), Tarde o temprano, México, FCE.

 

Ensayo de Blanca Álvarez-Caballero

Universidad Autónoma del Estado de México, México
Blanca Álvarez Caballero. Maestra en Humanidades por la Universidad Autónoma del Estado de México (UAEM), México. Poeta, ensayista, docente a nivel superior, investigadora y periodista cultural. Ha sido profesora de asignatura, revisora y sinodal de licenciatura y maestría en la UAEM. Fue directora invitada de Educere, Revista venezolana de educación. Ha publicados los poemarios Amanecer incierto y solitario (Instituto Mexiquense de Cultura, 2001), Ausencia del marino (IMC, 2004), y Odiseo regresa (IMC, 2008). Realizó la antología Comunicar la luz (FONCA/ tunAstral, 2005), en torno a la obra del poeta Luis Antonio García Reyes. Coordinó el libro El arte en la universidad contemporánea (UAEM, 2009) en conjunto con el Dr. René Pedroza Flores. Ha publicado reseñas, artículos, ensayos y poemas en cAmbiAvíA, Castálida, Ciencia ergo sum, Letralia, La Colmena y Destiempos, entre otras publicaciones. Está incluida en antologías como Espiral de los latidos. Poesíajoven de la zona centro del país (Conacul-ta, 2002), Sexto maratón de poesía (tunAstral, 2004), Séptimo maratón de poesía (tunAstral, 2005), XIV Encuentro de Poetas de Zamora (México, 2010), y Poesía hispanoamericana actual y poesía española contemporánea (Madrid, 2011). Publicó el libro de ensayos Imágenes lumínicas. Ocho escritores representativos en el Estado de México (1960-2010) (IMC, 2011), y el libro histórico Rostros toluqueños. 200 años de nuestra evolución (H. Ayuntamiento de Toluca, 2012). Obtuvo la Presea Ignacio Manuel Altamirano Basilio, por la UAEM, en 2005. Becaria por el Fondo Especial para la Cultura y las Artes (Focaem) en 2004, 2007 y 2011, en la categoría Jóvenes Creadores, en los géneros de ensayo, poesía y periodismo literario, respectivamente.

 

Publicado, originalmente, en: La Colmena, Nº 87 • julio-septiembre de 2015 • pp. 39-50

La Colmena, revista de la Universidad Autónoma del Estado de México - Instituto Literario

Link del texto: https://lacolmena.uaemex.mx/article/view/5290

 

Ver, además:

José Emilio Pacheco en Letras Uruguay

 

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