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Tomás Carrasquilla
por Harold Alvarado Tenorio

 

Tomás Carrasquilla

Tomás Carrasquilla (Santo Domingo [Antioquia-Colombia], 1858-1940),  recibió el Premio nacional de literatura en 1935, cuando tenía setenta y ocho años. Había vivido hasta entonces una suerte de prestigioso anonimato, quizás porque sus obras fueron publicadas en pequeñas ediciones que apenas circularon en su región, pero también a causa del escaso interés que despertaron, en plena Belle epoque, entre la crítica, más dedicada a auscultar los vaivenes del mundo europeo y el desarrollo de los vanguardismos, que a reparar en el desarrollo de una de las obras más modernas, así haya sido concebida para dar respuesta al exotismo y cosmopolitismo del Modernismo.

 

Carrasquilla proclamó  ante a lo afectado, postizo, erudito y foráneo de los modernistas, un arte nacional que surgiera de los paisajes, la fisonomía y concepciones del mundo de América. Pero también rechazó el costumbrismo por considerarlo superficial; el romanticismo en sus aspectos declamatorios y sensibleros; el naturalismo en sus elementos sombríos y fatalistas y reaccionó, contra el decadentismo y el simbolismo, al encontrarles enfermizo aquel y exótico y hermético este. Rompiendo con el pasado y el presente, Carrasquilla creó una manera de narrar que le permitió ofrecer una imagen integral de un pueblo, el antioqueño, quien tuvo en él no sólo a su más refinado artista sino a su creador. Carrasquilla, como Rómulo Gallegos, Mariano Azuela o José Hernández, son los inventores de unas culturas que hoy reconocemos como los verídicos representantes de esa barbarie que tanto repudiaron, románticos y modernistas, antes que la Gran guerra destruyera la ilusión de que Europa representaba la cultura, frente al atraso y violencia americanas.

Antioquia, una región extremadamente conservadora y católica, ofreció a Carrasquilla los asuntos y tipos para crear las características nacionales del país de entonces. Con su visión de la realidad, nada sentimental, aguda, penetrante y en no pocas ocasiones dolorosa, usando del lenguaje popular trazó un fresco de personajes arrancados de la vida misma, víctimas y victimarios en un cosmos que no existió sino allí, entre las sierras y desfiladeros de la Colombia minera y arriera del siglo pasado. Sus novelas, como sus cuentos, carecen de tramas y argumentos complejos, pero son ricas en caracteres, gentes de origen humilde a quiénes había conocido en pueblos y ciudades. Personajes que reflejan una entera gama de comportamientos, gestos y pareceres donde lo cómico, lo trágico, la mezquindad, la generosidad, el taciturno, el parlanchín, el deshonesto, el honorable, el cura, el campesino, el rico, los doctores, los sirvientes, los obreros, las mujeres y los niños, cada cual con su discurso, color, variedad, humor, simpatía, verdad, odios y amores se dan cita.

 

Carrasquilla prefería entre todos sus libros Salve Regina (1903), sosteniendo que era la única de sus novelas que le satisfacía completamente. La mayoría de sus novelas cortas estudian sicológicamente sus personajes a través de reminiscencias autobiográficas de prototipos morales o populares. Blanca (1897), por ejemplo, es una muchacha inocente de una rara fuerza espiritual. La heroína de Salve Regina , humana y atormentada, debe elegir entre el amor y el deber. Extremando las virtudes de la objetividad y la humildad, Carrasquilla parece decir que una sobredosis de orgullo, al lado de una riqueza material o un estado social, es siempre autodestructiva.

 

Frutos de mi tierra (1896), retrata las clases sociales y estudia la obsesión por la riqueza y sus consecuencias. Carrasquilla, dando poca importancia a los valores artísticos de esta su primera novela, dijo que la había escrito para cumplir con una apuesta literaria hecha a uno de sus amigos sobre si se podía o no hacer novela con temas locales. Para Rafael Maya,

 

es un tejido de chismes, habladurías, enredos y mentiras, todo lo cual constituye el ambiente habitual de nuestras ciudades de provincia. Allí envidias femeninas, pugnas entre familias ricas y pobres, recelos de vecinas mal avenidas, maldad de solteronas, jactancia de petimetres, murmuraciones de criadas, competencia social de las mujeres en la calle, en la iglesia, en las fiestas, espionaje perpetuo por el ojo de las cerraduras, celos por los novios, envidia por las recién casadas, satisfacción por la quiebra económica del prójimo, falsos alardes de piedad, etc. A eso puede reducirse la novela, fuera del halago de una trama sencilla, sin nada novelesco, pero llevado con habilidad y creciente interés.

 
Video tomado en el municipio de Santo Domingo (Antioquia-Colombia), en el cual se muestra la entrevista a la bibliotecaria de la Biblioteca Pública Municipal, la cual conserva los materiales bibliográficos hechos y adquiridos por Don Tomas Carrasquilla Naranjo diego alejandro lopez alzate
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Quizás otro tanto pueda decirse de Grandeza (1910), en cuyo prólogo Carrasquilla dice que quiso crear caracteres pero solo fue capaz de esbozar tipos. En ella discute los desastrosos efectos de la chismografía y retrata la alta sociedad a través de sus fiestas, carreras de caballos, vanidades, pretensiones sociales, la bebida, el juego, las variedades de amoríos y la hipocresía general.

 

A pesar de nunca haber sido una novela popular, La marquesa de Yolombó (1928), es la mejor de Carrasquilla. Es una novela «histórica» acerca del siglo XVIII, en la cual cambió los hechos y la cronología pues, según sus propias palabras, «no es ésta, en ningún concepto, más que una conjetura de esa época y sus gentes».

 

San Lorenzo de Yolombó, pueblo que una vez fue un despoblado, rico ahora con las minas de oro, cuenta entre sus familias de prestigio la de don Pedro Caballero, el alcalde mayor y la de don José María Moreno, cuyo hijo Vicente casa con la hija de don Pedro, María. La otra hija de Caballero, Bárbara, es la típica heroína carrasquiana, que se enamora del hombre equivocado y sufre las consecuencias. Bárbara et magistra, se enseña a sí misma a leer y a escribir, funda escuelas y busca el bienestar de su región a través de una variedad de actividades caritativas y educacionales. A causa de su devoción por el trono de España le es concedido el título de marquesa por Carlos IV. Pero este éxito parece traer una desgracia, al ser víctima de Fernando de Orellano, un confidente con el cual casa y quien luego le abandona. Bárbara pierde su salud mental por algún tiempo, así como su título, a medida que las ideas revolucionarias de Francia se imponen. Para Antonio Curcio Altamar:

 

Es este carácter de doña Bárbara la figura humana más cabal y ricamente estructurada por el novelista antioqueño quien, debe reconocerse, fue, más que creador de inolvidables personajes, un exquisito pintor de ambientes, dotado de una pasmosa sensibilidad por lo colectivo.

 

Eventualmente ella recobra su salud y muere de vieja. Carrasquilla retrata también magistralmente a Rosalía, la mujer de Pedro, y a su cuñado, y a una variedad de chapetones y una legión de auténticos criollos, mientras ofrece al lector un retrato temporal y espacial de la época con sus bautizos, las procesiones, las fiestas religiosas, la mitología y la superstición, la música, las danzas, los factores sociales y económicos, especialmente los relacionados a la industria de las minas de oro, la vida diaria de los negros, los campesinos, los sirvientes, los naturales y los obreros en el trabajo y en el juego.

 

Su última novela, Hace tiempos (1935), es también su testamento literario y parece ser menos ficción que autobiografía. Tiene tres volúmenes. Por aguas y pedregones, describe, a través de Eloy Gamboa, su niñez, amigos, padres, casa y calles junto con las supersticiones y condiciones sociales de la región y su tiempo. Por montes y cañadas y Del monte a la ciudad, se ocupan de los conflictos entre liberales y conservadores, el sistema educativo, la vida de los mineros, su exilio del mundo exterior y el desarrollo espiritual e intelectual de Eloy. En esta novela, donde aparecen más de ciento cincuenta personajes, Carrasquilla se consagra como maestro del diálogo. Algunos críticos y lectores creen que es su mejor obra.

 

En resumen uno podría decir que las novelas de Carrasquilla son la veraz historia de «su» pueblo, y la Colombia «real» de su tiempo. Al fin y al cabo fue Antioquia la región, donde de muchas maneras, se dio el desarrollo social y se incubó la nación que padecerían los colombianos hasta los años de entreguerras. En lo tocante a su habilidad como narrador, tampoco puede soslayarse el hecho de ser un maestro del género. Carrasquilla, a diferencia de los narradores líricos como Isaacs o Rivera, estructura orgánicamente sus obras y las dispone ordenada y metódicamente sin dejar suelto cabo alguno, ni introduce episodios baladíes, ni hace digresiones que no llevan a sitio alguno, ni rellena sin ton ni son. Sus planes siempre han sido meditados en sus pormenores y cuando escribe, lo hace con plena conciencia, sin improvisar. Sus finales son habitualmente dramáticos, como correspondía a un mundo de entre siglos, donde estaban ausentes la violencia y las evasiones que luego traerían el cine, la radio y la televisión.

 

Sus Obras completas  han sido publicadas en dos ocasiones: Madrid, 1952, con un prólogo de Federico de Onís, y Medellín, 1958, dos volúmenes, con prólogos de Roberto Jaramillo y Federico de Onís.

Harold Alvarado Tenorio

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