Raúl Rivero Castañeda |
Periodista,
disidente, rebelde, dueño de un humor dinamitero que le ha deparado
disgustos y difidencias entre la burocracia cultural y política, cubano
hasta la médula pero sustancialmente poeta, Raúl Rivero Castañeda [Morón,
1945] ha tenido, a pesar de muchos sinsabores, una vida sorprendente, rica en aventuras y conocimientos, como dice
Kavafis en su famoso
poeta Ítaca. Es quizás el más
conocido de los poetas de su generación, de los años setentas, cuando
fue publicado y celebrado en su país, no sólo por la calidad de su poesía
conversacional y antipoética ["La
poesía no debe hablar de mí, sino conmigo, de las cosas que pasan"],
sino por haber sido uno de los poetas oficiales de entonces. Hoy, su poesía,
sin dejar de ser coloquial, es una de las más rítmicas y cuidadas de la
lengua, cortada con un estilo que la hace sabia |
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Harold Alvarado Tenorio y
Raúl Rivero Castañeda en el Hotel Bantú de Cartagena de Indias |
Hijo
de una pareja que emigró a La Habana en los primeros años sesentas,
Rivero se educó y gozó de los privilegios de los años de alza de la
revolución castrista, cuando ejerció como periodista para la radio y la
prensa escrita, y tuvo la fortuna, o ¿la desgracia?, de
haber vivido en la Unión Soviética de Leonid
Brézhnev, cuando la carrera armamentística llevó a una parálisis de la
economía y a una terca aversión a cualquier cambio en el rumbo social.
Fue en esos años cuando el periodista tomó conciencia de su papel como
poeta en el mundo y comprendió que debía romper con una sociedad
opresora y cruel. Primero, fue renunciando a sus privilegios, luego creó
una agencia de prensa independiente [Cuba Press], escribiendo, con su
estilo preciso, ingenioso, profundo y burlón para diversos medios donde
ganó el reconocimiento de los lectores cubanos, y por último, tras haber
firmado una carta junto a otros 74 opositores al régimen, pidiendo
libertad de prensa, el jueves 20 de marzo de 2003 una decena de policías
irrumpieron en su casa y lo detuvieron, acusado de conspirar con Estados
Unidos y de atentar contra el estado socialista. Fue condenado a 20 años
de cárcel. Veintiún meses después, luego de una masiva campaña mundial
que exigió su libertad, y de habérsele concedido en prisión unos siete
premios internacionales, fue puesto en libertad y enviado al exilio, a
Madrid, donde vive todavía, en compañía de su madre, su esposa Blanca
Reyes y Yania, su hija de
crianza. Esta
entrevista fue concedida por Rivero en el Hotel Bantú de Cartagena de
Indias a comienzos de 2010 y permanecía inédita. Naciste
al norte de la isla, lejos de La Habana… Si, vengo de una familia
de escasos recursos, de la provincia de Camagüey, zona de Morón, que
era, por cierto, una región bastante rica entonces. Había buena ganadería,
una buena agricultura. Mis padres eran de origen campesino pero yo nací
cuando ya vivían en el pueblo. Morón tendría esos años unos cuarenta
mil habitantes, era una zona con posibles y mi familia tenía una finquita
de frutos menores y algo de caña, de la que vivíamos todos. Mi padre
trabajó en diversos lugares y oficios, fue vendedor de automóviles,
administrador de casas de juego, barbero… Yo recuerdo con mucho cariño
esos últimos años pasados en mi pueblo. Éramos adolescentes y no sabíamos
lo que iba a venir. Luego todo se fue envenenando y cada uno tomó su
camino. Yo me puse de parte del caos y la mayoría de mis amigos y amigas
en contra. Es una etapa que recuerdo mucho, pero ya ellos son otros y yo
también, todo ha cambiado… Tu
padre se llamaba… Esineo, un nombre muy
raro que todavía no sabemos de dónde sacó mi abuela, que tenía también
otro nombre raro: Jovina. Mi padre fue un niño campesino, enfermo, con
pocos recursos, entonces lo mandaron a que estudiara porque no podía
jugarse como los otros niños en el trabajo del campo. En el pueblo tuvo
un maestro llamado Rafael Baquero, de esos que iban a las casas a dar
clases, y le enseñó todo lo que sabía, hasta sexto grado, creo. De allí
mi padre fue al pueblo para hacer el bachillerato, pero a mi padre lo que
le gustaba era el juego, las cartas, la baraja, los dados. Mientras mi
abuelo creía que él estaba estudiando, se
hizo fue un experto en el juego, que le deparó algunas ventajas económicas.
Llegó a ser administrador de casas de juego, al menos entre los años
cincuenta y cuatro y cincuenta y ocho. Era anti-batistiano; él
y mi abuelo eran del partido Revolucionario Cubano Auténtico, del
presidente al que Batista dio el golpe. La familia de mi madre era más
cercana a Batista, aunque silenciosos, en los tíos, los más viejos,
porque en ese pueblo había gente relacionada con Batista, gente con
cargos importantes de Morón, el alcalde, Ángel, un senador… Batista
era un hombre muy taimado y hábil que siendo un mulato pobre y sin
formación se metió entre los ricos
y se hizo del poder. La influencia de mi padre
sobre mí fue mucha. Te voy a contar. Mi abuela paterna, Jovina Avila, se
sabía miles de décimas de memoria y también cuartetas. Mi padre era fanático
de las décimas campesinas, y él mismo, que era zurdo, tuvo un pequeño
conjunto donde tocaba el tres de cuerdas. Le gustaba oír en la radio los
programas donde cantaban esa música, era como una obligación que lo hacía.
Todavía yo los oigo mucho, quiero decir cuando aún vivía en Cuba, y
conozco las tonadas, he seguido mucho las décimas… Después, cuando
estuve trabajando en la Unión de Escritores, fundé una colección de décimas. Yo pienso que la décima
es muy importante en Cuba, porque, fíjate cómo estará de arraigada en
el pueblo, que la décima con lo difícil que es hacerla, cualquier
campesino te la improvisa todavía. Un día, recuerdo, acompañado de un
guajiro vimos pasar una guajira que estaba buenísima, y el viejo, de
ochenta años, me dijo: ¿Tú ves
esa campesina? Si me la prestas un rato le doy más lengua que un gato a
una lata de sardinas. La cosa esa del humor, que hace fácil componer
una cuarteta… Recuerdo, también, a un
obrero de esos que trabajaban en los ingenios azucareros, que almorzaba en
casa de mi abuelo. Tenía una bicicleta con motor, y como improvisaba, con
mis primos y otra gente le poníamos pie forzado para que improvisara. La
poesía para los cubanos del campo es una maravilla, en este momento a
pesar de que la Asociación Nacional de pequeños Agricultores ha
manipulado la décima, hay aún editoriales de Granma
en décimas, y niños de 12 ó 13 años improvisan en la televisión.
Te voy a decir algo, la décima, que
siguió un camino de ronda, desde España hasta Cuba,
ha llegado incluso al sur de la Florida donde hay peñas de décimas
y hay decimistas jóvenes que incluso han publicado un libro que me ha
enviado un poeta amigo mío. Él, por ejemplo, va los fines de semana a
cantar décimas a casa de gente que le gusta, hay 3 ó 4 peñas y hay
decimistas muy jóvenes nacidos en los Estados Unidos… Y
tu madre… Mi madre también tuvo un
origen campesino aun cuando mi abuelo trabajara en una carnicería; era
muy delgada, muy bonita de cara, un ama de casa simplemente, una mujer que
vivía para ayudarnos a mí, a mi hermana y a soportar a mi padre, que era
bastante díscolo y mujeriego. Mi padre murió relativamente joven, ya en
La Habana, y ella enfrentaba eso como si no hubiese sucedido, siempre a su
lado… Hiciste
la primaria en Morón… Allí estuve hasta el año
63, que me fui para la Habana a los 17. Estudié en una escuela católica
la primaria, una escuela importante en los años cincuenta. Unos
profesores eran sacerdotes pero otros eran laicos, como el doctor Pedro
Canino Ramos, que está vivo todavía, y era el director de la escuela; un
gran lector, profesor de gramática, un fanático de El Quijote, un hombre
que transmitía todos esos saberes. Era una escuela que procuraba extraer
de uno las dotes artísticas y aun cuando no me lo explico todavía, lo
que hice en esos años fue leer y aprender poemas, que declamaba en público…
A mí en vez de ponerme en el coro de la escuela me pusieron a declamar
poemas, el día de la madre, del médico, del beso de la patria que era
los viernes… y luego porque me gustaba hacerlo y me fui aprendiendo
poemas de amor y cosas como esas… Yo declama muchos poemas religiosos,
los poemas de Martí, los versos sencillos, que por ser patrióticos se
declamaban los viernes y me los fui aprendiendo sin saber en verdad qué
significaban; también supe muchos poemas de amor de José Ángel Buesa,
un poeta muy criticado en Cuba y que murió en el exilio… Lo borraron de
la literatura oficial desde 1959; era un personaje increíble, todavía lo
lee el pueblo, que se roba sus libros de las bibliotecas; murió en Santo
Domingo y se ganaba la vida hablando por la radio, y cosa paradójica,
odiaba los norteamericanos, por eso no se fue a vivir allá, era un
liberal… ¿Recuerdas
el texto de alguno de esos poemas
de entonces? Me acuerdo de uno que
dice Este domingo triste pienso en ti dulcemente y otro que se sabía
todo el mundo, el poema del Renunciamiento,
que dice más o menos así: |
Pasarás
por mi vida sin saber que pasaste. Pasarás
en silencio por mi amor, y al pasar, fingiré
una sonrisa, como un dulce contraste del dolor de quererte ... y jamás lo sabrás. |
y
otro que le decía yo mucho a Blanca: |
Señora,
según dicen, ya usted tiene otro amante, lástima
que la prisa nunca sea elegante… Yo
sé que no es frecuente que una mujer hermosa se
resigne a ser viuda sin haber sido esposa. |
¿Y
el bachillerato? En el bachillerato estuvo
otra vez Pedro Canino Ramos, profesor de literatura y gramática. Allí
hice el primer periódico de mi vida, en mimeógrafo, ya teníamos
revolución y era un periódico estudiantil con chismes, política, de
todo, y con una sección titulada Por el mundo de los poemas desconocidos, un pretexto para publicar
poemas de gente común y corriente, como Santiago Arias, que vive ahora en
Nicaragua, hijo de un español republicano que tenía una panadería. En
su casa había libros de Miguel Hernández, de César Vallejo, de Rubén
Darío y literatura de verdad traída de España. Con Santiago hacíamos
unas tertulias en el fondo de la panadería, esperando el pan caliente que
salía del horno, mientras declamábamos a los poetas. Por eso el
bachillerato fue un momento importante al encontrarme con toda esa
gente… Una
formación literalmente popular… Sí, popular, desde la
escuela, en mi familia no hubo bibliotecas ni nada parecido, los libros
vine a conocerlos gracias a mi tío y mi padrino Julio César Morales, que
era periodista, en un municipio tan pequeño pero que tenía dos emisoras
y tres o cuatro periódicos y había programas sociales y de poesía… Mi
padrino era corresponsal de varios periódicos y hacía uno local. En su
casa había muchos libros, y muchos de ellos, de texto de tercero y cuarto
grado tenían muchos poemas… En esos años de escuela y bachillerato
conocí gentes que tenían bibliotecas particulares, como Nelson Herrera
Isla, que vive todavía en Cuba y es un poeta reconocido. Fue la primera
biblioteca organizada que vi, aparte de la de la escuela y la del
municipio. Siempre recuerdo el olor de la librería La
moderna poesía, el dueño era el padre de una amiga mía. Yo entraba
a buscar libros de lectura para la escuela y una vez que fui a buscar un
libro de inglés con carátula roja empecé a tener contacto con los
libros, con las portadas llamativas de la época, con los periódicos, con
las tiras cómicas y con gente que gustaba de la poesía. Con algunos de
esos amigos nos dedicábamos a perseguir, me recuerdo, a un hombre que había
perdido su negocio, su tienda, por causa de la bebida y por cantar tangos,
Manolo Navarro. Manolo se emborrachaba y empezaba cantar poemas tristes de
suicidas como La plegaria del
peregrino absurdo o La lágrima
infinita, de Hilarión Cabrisas. El hombre se emborrachaba
y nosotros detrás de él en los carnavales, pidiéndole: Manolo,
dinos algo… Tiempos más tarde, ya en la universidad me lo encontré
y le dije que había leído algo buenísimo de él pero no le importó, ya
no leía, ni nada… Algo contra sí mismo, que comenzaba Este
es Manuel Navarro religioso y perverso ¿Cómo
era ese poema de Cabrisas? No lo recuerdo completo ahora, pero sí uno
a Safo, que puedo repetirte: |
Porque
eres canallesca, porque eres exquisita, y
porque eres perversa, y porque eres fatal, mi
carne pecadora tu carne necesita para
libar las mieles de las flores del Mal. Porque
tiene tu vientre albor de margarita, y
tus piernas, columnas de tu templo carnal, guardan
el Tabernáculo de mi hostia maldita y
ocultan el secreto de mi anhelo sensual. Porque
tus ojos glaucos, para el hombre inconstantes, brillan
faunescamente, lesbianos, inquietantes, cuando
pasa una núbil doncella junto a ti, anhelo
pecadora, tu lascivo contacto para
la complicada consumación del Acto, ¡Con
la santa lujuria que está latente en mí! |
En esos años yo conocí mucha gente que
hacía poesía y que era reconocida como poeta, poetas populares. En esos
tiempos se respetaban los poetas, no importaba que fuesen pobres, como
alguien sobre quien yo he escrito y que admiré mucho, considerado por
mucha gente como mal poeta, que no aparece en antología alguna, negro
para peor caso, llamado Félix Triana Terry, un maestro de escuela que
usaba traje con corbata o lazo en el trópico cubano, imagínate. Siempre
iba con unos libros bajo el brazo y la gente decía: este es un poeta.
Ganaba muy poco, unos cuarenta pesos al mes, pero era importante para
mucha gente, que le ayudaba a publicar sus libros, los políticos le
ayudaban y él les hacía los discursos que leían en el congreso y cosas
por el estilo, pero era un hombre muy medido. En esa época esa poesía neorromántica me
enseñó que se podía hacer poesía, el lenguaje de la poesía me merecía
mucho respeto; me parecía más distante la poesía rimada, pero cuando yo
veo este lenguaje más directo y
me doy cuenta que es poesía se vuelve una influencia mucho más directa. Fue
en esos años y gracias al influjo de esa poesía que comencé a escribir
poemas de amor muy joven, con relativo éxito, especialmente entre mis
primas, con el recelo de mis padres y la burla de algunos de mis amigos.
Hice dos o tres cuadernos, muy malos, de donde nunca publiqué nada. La
muchachas para quienes escribí esos poemas se fueron casando y deben ser
felices, algunas, incluso,
me han confesado que parte de esa felicidad tiene relación con
haber pasado por alto aquellos versos de río y estío, de mar y amar y de
desazón y corazón. Cuando
tienes casi 18 años llegas a La Habana… Llego a una Habana que para mí será de
allí en adelante la Biblioteca Nacional, los museos, la cinemateca, las
mujeres, las ideas, la vida nocturna… En esos años la gente se bañaba
y salía a la calle a las 10 de la noche a tomarse un trago, a un club
nocturno; algo espectacular de esa época eran los shows de los cabarets,
tanto que yo me preguntaba ¿cómo voy a estudiar? Esos shows que describe
Guillermo Cabrera Infante, los cantantes de la época en vivo, esa Habana
de los 60 era visualmente increíble, espectáculos fabulosos y
relativamente barato. La gente que oías en los discos la podías oír en
directo, César Portillo, Antonio Méndez, la Orquesta Aragón, de Tito Gómez,
la Riverside en los jardines del Tropicana por un peso… Benny Moré,
Rolando Laserie, Pacho Alonso, Gina León, había un ambiente…
El acceso a un mundo de libertad y belleza era verdaderamente
impresionante. La Habana que pintaba el periodismo cubano a través de las
revistas y periódicos era una maravilla, yo la había soñado,
periodistas como Gastón Baquero, la revista Bohemia, estaban los grandes
periodistas y había debate todavía. Yo era absolutamente feliz, aunque ya había
gente más alerta que veía algunos signos peligrosos en las broncas políticas
reales y el drama de las nacionalizaciones y los fusilamientos. Hay mucha
gente que apoyó eso y otra que cambió su forma de ver las cosas; sabemos
que muchas veces no hubo juicio y se fusilaron hasta menores de edad. Pero
yo estaba hablando y viviendo otra cosa, el plano cultural, el anuncio de
que había espacio para todo el mundo para publicar. Y
conoces a Rogelio Nogueras, Victor Cassaus, Guillermo Rodríguez Rivera… En la universidad estudiaban conmigo
literatura y con ellos conocimos a Jesús Díaz, Froylan Escobar, que está
por Costa Rica, Helio Orobio, que estaba muy en contacto con nosotros. Ya
se había fundado la Unión de Escritores y crearon una sección llamada
los Brigada Hermanos para
escritores jóvenes. Empezamos a ir allí y a conocer los escritores como
Heberto Padilla, Rafael Alcides Pérez,
Luis Manrique, Roberto Fernández Retamar, que era profesor de
nosotros en la Universidad, de poesía y literatura Hispanoamericana.
Retamar era además director de la Revista Casa
Grande; ahí publiqué una pequeña nota. A la Unión también iban
escritores como Nicolás Guillén, Lezama
Lima, Manolo Díaz Martínez, había todavía un clima de bastante unidad,
aunque algunas personas habían salido… ¿Puedes
hacerme algunos retratos de ellos? Yo fui muy amigo de ellos, claro, ahora me
borran de esa generación, pero no me importa. Rogelio Nogueras era un
tipo culto, había leído mucho, había visto mucho cine, leía en inglés,
leía mucha poesía y quería escribir guiones. Su padre había
sido publicista, su tío abogado, una familia con buen nivel
cultural, y él tenía ese amparo desde niño. Un tipo que ya escribía
muy bien, con gran sentido del humor, de mucho éxito entre las mujeres,
bien parecido, simpático, ocurrente, con deseos de viajar y conocer el
mundo. Yo lo veía como un escritor cuando nosotros apenas empezábamos. Guillermo Rodríguez Rivera era dos o tres
años mayor que nosotros, él
termina la carrera y se queda de profesor, uno de los de mayor formación
con Orlando Alomar, también santiaguero, gente con mucha información,
mucha lectura, cine… fue muy importante porque ese grupo, esas pequeñas
reuniones, fueron llamadas después la Generación de Copelia, porque salíamos a tomar helado después de
clases a veces hasta las cuatro de la mañana hablando de todo; allí se
integraron tiempo después hacia el año 66, Silvio Rodríguez y Pablo
Milanés, ya que existía una relación con los textos que ellos querían
hacer. Luego aparecen otras personas como Jorge Fuentes,
director de cine, y grupos de gente del departamento de filosofía
como Jesús Díaz, a quien le
proponen entonces crear un suplemento literario que será llamado el Caimán Barbudo. Jesús llama a un grupo de gente cuya propuesta es
crear una visión de la literatura cubana diferente, no una literatura
revolucionaria sino desde la revolución, desde los postulados de la
revolución… ¿Fue
verdad acaso, todo eso de que los cubanos la pasaban mal entonces, que había
tanta miseria, tanta pobreza? Más bien lo que hubo fue un
deslumbramiento por parte de la juventud y el pueblo, eso del imperialismo
es mentira, ahora es cuando la gente quiere irse a Estados Unidos, hay
frustraciones. Había pobreza como en los demás países de América
Latina y ahora la hay más que en otras partes. Lo que pasa es que había
un discurso de que se había ido el dictador, de que eras libre, y podías
salir tranquilo a la calle. El discurso era de libertad, de nacionalismo,
Cuba iba a ser una tacita de oro para nosotros, respeto para todo el mundo
y todo el mundo se sumó a eso. Otra cosa que me llamó la atención fue
que todo el mundo pudiera ir a la Universidad, la apertura de la
Universidad… Y
todo fue cambiando, lentamente… Sí, La Habana va cambiando, hasta cuando
me fui a Rusia me sentía bien allí, luego, después de 1968 se empieza a
deteriorar, empezó a ser una ciudad casi como Pyong Yang, no tanto,
pero muy aburrida. Ahora, con las distancias, tengo unas añoranzas
por La Habana, por mi vida, por mis amigos, por mi actividad
literaria, fue la ciudad donde hice mi formación literaria, donde me
enamoré, donde nacieron mis hijas. Un personaje me decía que yo salía
de Cuba y enseguida me daban deseos de volver, entonces me preguntaba ¿qué
es lo que tú extrañas de Cuba? Le dije, “No te voy a dar una respuesta
pseudo patriótica, yo de la Habana extraño el bar de la Roca que es un
bar que me gustaba mucho y tenía amigos allí”. Hay una cosa afectiva
que tiene que ver con la ciudad, porque la ciudad a pesar de la ofensiva
que se hizo contra ella, sigue siendo una ciudad noble; ahora mismo que es
una ciudad fraccionada donde los cubanos estamos marginados de los lugares
cubanos, sigue siendo una ciudad noble, y esos son los lugares y los ámbitos
de La Habana que yo recordaba y a los que yo quería volver a pesar de la
pobreza, pero La Habana era mi lugar y era mi país. Antes
de irte a Rusia debiste conocer a José Lezama Lima y a Nicolás Guillén… Si, Nicolás y Lezama tenían una relación
cordial, especialmente Guillén con la gente de Orígenes y con Eliseo
Diego; Lezama era más distante, pero no tenían una relación hostil,
creo que Guillén no tenía envidia hacia Lezama. A Lezama lo fueron encerrando en su casa
cuando las posiciones de la política
y la literatura se radicalizaron; el fue vicepresidente de la Unión
de Escritores, iba por allí con su cartucho, unas empanadillas y una botella de café con leche, comía allí,
hablaba con la gente, tenía sentido del humor sin ser muy festivo… tenía
sentido de la cubanía, era muy habanero, pero poco a poco fue creando sus
fantasmas, hizo su propio mundo… se fue aislando y lo fueron aislando. Recuerdo que una vez en la Unión de
Escritores estuvo el ministro de cultura de la época que era una cebollita,
un hombre muy inculto pero muy amigo de Fidel Castro, que se llamaba José
Llamosa, y de repente anunció que cesaba el pago de derechos de autor;
entonces Lezama levantó la mano con su tono de bajo y le preguntó: “Señor
Ministro, quiero saber si cuando habla Ud. del dinero se refiere al
concepto que tenía Rimbaud del dinero…” y empieza hablar del
concepto y negociación del
dinero en varias culturas con gran sentido del humor. Yo no tenía contacto con él, su poesía
no me gustaba y todavía no había publicado Paradiso;
todo el mundo sabía que era un gran escritor. Mi poesía no tenía nada
que ver con la de él, la mía era coloquial,
directa, conversacional y yo
quería que mi poesía tuviera que ver con la de Eliseo Diego… incluso
una vez le dije a Eliseo, compungido, que yo no entendía la poesía de
Lezama y él me respondió que le sucedía lo mismo. Lezama es una figura muy importante, alguna
gente de mi generación iba a visitarlo, a mí me parecía inútil, la
gente decía, “voy a hablar con Lezama” y uno decía “Ud. no va a
hablar con Lezama , Ud. va a oír hablar a Lezama”, y Lezama hablaba,
hacía bromas y todo. Una vez
lo invitamos a un almuerzo a la Bodeguita, íbamos a pagar nosotros, y
Lezama llegó a las 11 de la mañana, firmó y se fue, claro nosotros
llegamos a las 12… Te estoy diciendo que había una admiración pero
distante, y mucha gente no se acercaba a él por temores, porque era un
hombre que no comulgaba con lo que estaba pasando en Cuba. El primero en
atacarlo fue Heberto Padilla, después le pidió disculpas, tú sabes que
los poetas vienen atacando a los anteriores, matando a los padres… Pasemos
entonces a Nicolás Guillén, a ver cómo nos va… Con Nicolás pasó otra cosa. Él fue
jurado en el primer concurso de poesía que yo gané; mandé un libro, Papel
de Hombre, a él le gustó el libro; terminado el concurso me llamó a
decirme que le había gustado el libro y eso nos acercó bastante como
gente. Él también era de Camagüey, y en 1970, cuando yo trabajaba en el
periódico de Camagüey, él fue y lo atendí allí, entonces tuvimos una
relación de amigos, teniendo en cuenta la distancia de que él era el
gran poeta y yo un escritor joven. Luego yo voy a la Unión Soviética de
corresponsal y él estuvo allí, yo lo atendí, cuando yo publicaba un
libro se lo mandaba, cuando yo volví definitivamente a Cuba, en el 76,
77, no quería trabajar fuera de Cuba. Hablé con él para ver si podía
trabajar en la Unión de Escritores y dejar el periodismo; él me dice que
hay que dejar el periodismo en cierto momento, pero tienes que seguir
escribiendo notas de libros y cosas de esas. Así nos hicimos muy amigos,
me fui a trabajar con él en Relaciones Públicas de la Unión de
Escritores; hay gente que para atacarme dice que yo era el ayudante de él;
realmente mi trabajo no tenía que ver con ayudantías, ni con la
presidencia, como trabajábamos en el mismo lugar salíamos juntos, nos veíamos
los domingos en su casa, almorzábamos y hablábamos de poesía, yo aprendí
mucho. Tenía con él una relación muy afectuosa. Nicolás tenía la
mejor biblioteca, no sé dónde estará esa biblioteca, la mejor
biblioteca en español que yo he visto; creo que en América Latina hay
muy pocas. Pero
todos esos años fuiste periodista más que poeta, eras mejor conocido
como periodista…. Yo comencé a trabajar como periodista a
finales de los años sesenta, desde mi época de estudiante, cuando
colaboraba en Juventud Rebelde, Alma Mater, la revista de la Universidad de La
Habana y la página cultural de El
Mundo. Luego lo hice como periodista profesional en Cuba Internacional, donde se hacía un periodismo literario, cuando
conocí a Darío Carmona, un español que tenía un estilo muy personal,
un verdadero maestro, también a Antonio Benítez Rojo y a Ernesto González,
un uruguayo de quien aprendí mucho… Allí trabajamos Eliseo Diego,
Alberto Conte, Minerva Salado y Víctor Cassaus… En esos años hice también guiones para Radio Rebelde y crítica de teatro para la televisión y cuando Cuba
Internacional pasó a ser parte de Prensa
Latina terminamos haciendo un periodismo cablegráfico, un periodismo
de impacto, de titulaciones, que a mí no me ha gustado nunca… A
renglón seguido te vas a trabajar a la Unión Soviética…. Me
nombraron corresponsal de Prensa
Latina en Moscú; me fui casado con mi primera mujer, Iris Medina, que
ahora vive en los Estados Unidos, madre de mi hija Cristina y abuela de mi
nieta Maya. Como tú sabes, yo me he casado cuatro veces… Trabajé con
Aurelio Martínez que ahora tiene un alto cargo, estuve como tres años. Fue
importante desde el punto de vista profesional, la experiencia era nueva,
trabajaba junto a periodistas de muchos países, gente de mucho nombre. Era
la época de Brézhnev,
y nosotros recibimos de repente un cambio en la calidad de nuestra vida,
teníamos ahora un buen apartamento, mejor alimentación, una ciudad de 8
millones de habitantes, una de las mejores de Europa. El contacto directo
contribuyó a que poco a poco fuera desarrollando una profunda aversión a
los regímenes totalitarios. Mi trabajo me fue muy revelador. Supe
qué le pasó a muchos que trabajaron o estudiaron por allá. Yo estaba
viviendo lo que iba a ser el
futuro de Cuba y me parecía plano, imperfecto y acosado por mentiras y
trampas, una sociedad cerrada, hipócrita, de valores subvertidos, donde
era más importante la lealtad al partido que la capacidad de la gente
para examinar críticamente la sociedad y su realidad, era una sociedad
mediocre que rendía culto a la mediocridad y al miedo, se temía a la
represión, al poder absoluto del Estado que te podía borrar de un
plumazo, a la KGB, etc. Me faltó valor para denunciarlo y pedir
asilo en aquel momento. Como me faltó después para muchas otras cosas.
De todos modos, conocí a excelentes poetas, escritores y periodistas que
estaban atrapados en aquella telaraña. De esas vivencias escribí un
libro, Nieve vencida, de 1980. Tenía amigos periodistas rusos, me sentía
muy bien entre ellos, había sí mucho control sobre los extranjeros por
parte del régimen, pero la verdad yo trataba de transgredirlo para poder
vivir, y por encima de régimen estaba la gente, yo no me metía en sus
temas políticos y vi por ejemplo que ellos estaban trabajando en revistas
underground, tuve relaciones
entonces con grandes poetas rusos. Yo quisiera ir ahora mismo y ver cómo
está Moscú, pero sí me sentí muy bien y fue muy importante ese
contacto con otro mundo. Fui a compromisos como exposiciones por mi
trabajo en el periódico y fui a reuniones de escritores jóvenes que
traducían a Martí al ruso. Era una vida cultural interesante a pesar de
la rigidez y de los esquemas
que trazaba el gobierno… Y
de regreso a Cuba comienzas a querer dejar todo aquello… Bueno, hasta entonces yo fui un compañero
de viaje del comunismo; a partir de esos años comencé a bajarme del
tren; en 1976 pedí discretamente salir de Prensa
Latina, no quise volver a hacer periodismo de ese tipo, me puse a
trabajar en la Unión de Escritores, en relaciones públicas, porque me
dejaba más tiempo para hacer otras cosas, sobre todo escribir mi poesia y
hacer comentarios, crítica literaria, fue entonces que hice tan buena
amistad con Guillén y Eliseo, pero apenas estuve hasta 1981; ya para 1998
renuncié a todo por escrito, a la Unión de Escritores, a la Unión de
Periodistas, comencé a sufrir del síndrome del fantasma, cuando a uno
nadie lo ve, ni te conocen, ni te saludan en las calles, pasando hambre y
necesidades de todo tipo. Pero todo fue resultado de haber firmado en 1991
La Carta de los Diez, junto a
María Elena Cruz Varela, José Lorenzo Fuentes, Manuel Díaz Martínez y
Bernardo Márquez y otros, pidiendo libertad para los presos políticos,
elecciones libres y directas, libre flujo migratorio, ayuda internacional
en medicinas, libre mercado para los campesinos. La persecución fue
implacable, yo no tenía trabajo, ni Blanca tampoco porque la echaron a la
calle, a mi madre le quitaron la pensión de viuda que tenía, apenas 72
pesos mensuales, unos tres dólares de entonces, el mundo se nos volvió
chiquito, vivíamos del aire, de las ayudas que nos daban los amigos y los
familiares, yo, que tenía un auto, tuve que venderlo para comprarme un
coche y un caballo, luego tuve dos, y con un primo nos dedicamos al
transporte público a caballo, en fin, la historia sin fin… Entonces
vivías peor que los poetas pobres de la época anterior a Castro… Claro, porque ahora, con la revolución, si
no eres aceptado por el régimen, nadie puede leerte. No hay internet, está prohibida. Los libros los
controla el Ministerio de Cultura, no puedes leer la gente prohibida, es
imposible, ni tampoco cualquier otra cosa que te dé la gana, sobre
sabandijas, por ejemplo. Los poetas que viven en Cuba tratan de ganar algún
prestigio para sobrellevar la vida y el Ministerio de Cultura se aprovecha
de ellos, les publica un librito en una provincia y quizás otros dos o
tres y el pobre poeta cree que está publicado y puede ser conocido, pero
nada, eso no significa nada, lo mismo ocurre con los concursos, porque se
premia al obediente, al parecido. Entonces la poesía
ahora es muy mediocre… No
tanto, hay buenos poetas jóvenes. Estos poetas lo que hacen para escribir
es enmascarar y decir de otra forma lo que estás pensando, y esperar a
que puedas publicar tu pensamiento nítido en otros libros. Y cuando los
lees (no en todos los poemas, en muchos), te das cuenta de que detrás hay
una trama. Ahora mismo el Ministerio de Cultura está dejando hacer
algunas cosas a sabiendas que van a ser ediciones limitadas y que los
autores no tienen acceso a los grandes medios, la televisión y la radio.
En estos medios, además, hay listas de autores prohibidos, de gente de
fuera y de dentro, que no se pueden nombrar si no quieres tener problemas.
La
persecución contra los poetas y escritores que el régimen detesta llega
a límites inconcebibles. Te doy un ejemplo. En un pueblo de Camagüey,
donde hay una emisora muy escuchada, un muchacho que hace un programa
decidió un día de los novios recitar uno de mis poemas; lo sacaron de la
emisora y lo mandaron a trabajar en una bodega vendiendo mercancías; el
muchacho ni me conocía. Pero lo peor es la autocensura, porque como sabes
que algo que tú escribas va a molestar, entonces no lo escribes, por eso
Heberto Padilla decía que los poetas cubanos ya no sueñan… ¿Que
ha sido para ti, Raúl, la poesía? Con la poesía lo que yo siempre recuerdo
es una cosa muy poco trágica. Es un resguardo, como una cosa religiosa,
como un recurso para sobrevivir, como una cosa de salvación. Me pasó
cuando empecé a escribir, yo sentía que estaba trabado en la vida, me
sentía como si hubiera empezado a inspirar otra cosa, un cambio en la
respiración. Ahí estaba el resguardo, ahí la clave especial para
sobrevivir y para salvarme. Yo escribí allá en mi casa, en Morón, un
librito que nunca publiqué, que eran poemas a mi madre y a esos amores
iniciales, era una poesía muy retórica y mi madre lo guardó. La poesía
también es como una especie de temperatura, como una cosa mágica a la
que he acudido cuando he estado muy mal y nunca me ha fallado, así
escriba poemas sobre otra cosa que me da vueltas, siempre me sirve. Trato
de no molestarla, de no acudir a ella permanentemente, a veces estoy en la
calle y me asalta un verso y yo hago el que se me olvida, porque no quiero
violentar esa relación, tengo miedo de que me abandone, mucho miedo. No
es como el periodismo, que tú lo puedes forzar, porque es un oficio, en
la poesía puedes por oficio decir cuatro cosas, pero tú sabes que no es
así, que no te convenció, de que no es así. Allí en ese momento también
existen mecanismos de evocarla, leyendo otros poemas, otros poetas,
recordar ciertas evocaciones, pero siempre ha sido para mí la
salvación, un talismán, como los santeros tienen su Elegua, yo tengo la
poesía… Yo, gracias a las persecuciones, desde
aquellos años me liberé, me puse a escribir lo que quería, sin decirle
a nadie, sin pensar en qué iban a decir de lo que escribía. En Cuba no
me publican desde 1985. Ahora que vivo en el exilio los temas de mi poesía
se han hecho universales; un cuarto de siglo sin salir de Cuba me hizo
estar muy encerrado, me repetía mucho… ¿Cuáles
son los poetas que más has querido, que todavía quieres y por qué? Mira un poeta que yo leo bastante a menudo
es Eliseo Diego, me gusta su ritmo interior, Eliseo domina la poesía
coloquial, la poesía sin rima y la poesía blanca europea; hay un ritmo
interior que me atrae mucho, ese sonido, la música interna de esa poesía.
También hay un poeta que ahora prácticamente nadie lee, un poeta que yo
leo casi todas las semanas, Emilio Ballagas, un poeta blanco, soy amigo de
Manolito, su hijo. Yo creo que es uno de los grandes poetas cubanos, con
tremenda fuerza, dominio de la palabra y de la música. Es camagüeyano,
murió muy joven, católico. Su hijo es de mi edad y vive en EEUU. Para mí
ha sido muy importante, no se habla de él en las grandes antologías de
Cuba. Uno de la generación
anterior a la mía que me gusta es Heberto Padilla, un poeta con los que más
me identifico por la manera de decir las cosas en su primer libro, muy
honesto y muy limpio. Volvamos
sobre la rotura con el régimen, ¿cómo fue ese proceso, cómo llegar
hasta ahora? Ese momento no tiene fecha y es un proceso.
Es una especie de suicidio, como arrancarse un brazo. Te das cuenta que
hay cosas que te molestan, está pasando esto, lo otro, pero aceptar eso
es muy difícil, porque has comprometido tu vida en ello, o al menos tu
juventud, has firmado cosas, aceptar que eres derrotado y que estafaron es
muy difícil. Ese proceso empieza con una angustia interna, que es ese no
poder aceptar, porque es matar a ese joven que fuiste, a este tipo lo engañaron.
Hay un episodio anecdótico
con mi hija Cristina, la mayor; en una fiesta de jóvenes me enteré que
estaban leyendo unos poemas míos, y uno que habla de ella, un homenaje a
su nacimiento, uno que dice, “Entra Cristina, la vida es bella ahora”
y ella lee eso y dice, “mi padre me engañó, esta vida es tremenda
mierda”. Alguien que está ahí me lo muestra, me doy cuenta entonces de
que no solamente yo era un miserable, sino que además le había robado la
vida a mi hija, y empezó el proceso. Ese fue un aviso. Otro, el fantasma
de mi padre, quien no creía en nada de eso. Mi padre murió en la
pobreza, en el olvido, sin apoyo, tratando de aplaudir y servir a esos
miserables que se robaron el país. Cuando además veo que se puede seguir
comprometiendo a mi otra familia, a mi madre, empecé a zafarme. Otro
factor es el miedo, el
problema es que el socialismo, el comunismo, van irradiando un miedo; ya
había pasado lo de Heberto, entonces
te dices me van a meter preso y todo. Hay una programación genética
que te dice lo que va a pasar, eres un miserable, una no persona. Entonces
hubo un proceso en el que empecé a salirme de todo, como un suicidio, a
matar el tipo ese que yo era, me salí de la Unión de Escritores, me salí
de otras cosas, y terminé en mi casa como un paria, como un borracho, en
una casa apuntalada, porque
si el socialismo no te gusta, te bota como una pieza si tú dices algo,
pero me di cuenta que así era libre. Y
una vez preso, en qué condiciones te colocaron… En condiciones muy duras al comienzo, en
una celda muy pequeña, en solitario y cuando nos sacaban al sol nos
esposaban, una cárcel muy rígida; estuve en esa celda de castigo once
meses, sin luz, dando apenas seis pasos, en infames condiciones higiénicas,
con ratones, cucarachas, ranas y mosquitos, sin aire, con mucha humedad en
verano y frío en invierno. Frente a mi celda estaban unos condenados a
muerte o presos a perpetuidad; me pusieron allí para desmoralizarme, esas
cárceles del castrismo son la antesala de la muerte, creí volverme loco,
luego me pusieron en otra celda con otros dos preses comunes, uno
condenado a muerte por asesinato y otro por robo… En la cárcel escribí más de cincuenta
poemas, que fueron revisados por los guardas de la seguridad del Estado; a
veces los aprobaban, a veces no, uno que me quitaron decía Esta
noche está lloviendo sobre mi casa, pero no hubo censura férrea,
quizás porque me autocensuraba yo primero, eran poemas de amor, el tema
que podía hacer sin censura.. Que
yo sepa no has escrito nunca poesía panfletaria… En
mi libro de poemas de la cárcel no hay poemas políticos, ni en Vida
y oficios; en el primero hay un poema donde describo a los presos de
la cárcel, pero desde dentro, desde mis sentimientos. Incluso en el libro
de los relatos que estoy escribiendo ahora pretendo contar de esta forma.
El factor humano es lo más importante. Yo creo que el
poeta lo que hace es cantarle al amor, a la vida y a la belleza. Todas
estas otras cosas que hablan de un carácter utilitario no tienen ningún
sentido. Para eso ya hay otros instrumentos: el mismo periodismo, el
ensayo, las revistas de pensamiento... La gente asocia siempre la poesía
con momentos de la vida de uno. La función del poeta es cantar al amor,
al dolor, a la muerte, a los misterios que uno no puede descifrar. Yo sé
que utilizar la poesía para otros fines ha funcionado en algunas épocas,
pero quizá justo cuando el contacto con la vida del poema aun estando
oculto era esencial. Siempre me acuerdo del poema de Elouard, Libertad,
que funcionó muy bien con la resistencia anti nazista. Pero realmente ese
es un poema de amor a una mujer, Dominique, y por eso tuvo éxito. Eso es
lo que vale la pena de verdad. Entiendo que algunos escritores lo hagan
porque sientan que deben hacerlo, porque su vida ha sido siempre eso y no
tienen más remedio. En ese caso me parecería legítimo, porque no se lo
han propuesto -que me parece una estupidez- sino que les ha sido impuesto.
Es gente que ha sufrido mucho y que necesita pasar parte de ese
sufrimiento por la poesía. ¿Cuál es tu libro
preferido? Recuerdos olvidados, un pequeño cuaderno que escribí en
La Habana, cuando ya era libre, por cuenta propia. Lo publicó Hiperión
en España y Gallimard en París. [HAT]
|
Harold
Alvarado Tenorio
Cartagena de Indias, mayo 19 de 2010
www.haroldalvaradotenorio.com
Revista de Poesía Arquitrave
www.arquitrave.com
Cattleya, el portal de los escritores colombianos
http://www.arquitrave.com/cattleya/index.html
Ajuste de cuentas, una antología de la poesía colombiana del siglo XX
http://www.arquitrave.com/Ajuste_de_Cuentas/inicio.html
Bogotá DC
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