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La poesía en Colombia a finales del siglo pasado
Harold Alvarado Tenorio
asdfghjkl.123456@arquitrave.com 

Todo comenzó en 1985, año de la extradición de Hernán Botero; el apagón de Marzo; Los acuerdos de La Uribe [FARC] y Corinto [M-19]; la creación de la Unión Patriótica; la Catástrofe de Armero; el Holocausto del Palacio de Justicia; la muerte de Eduardo Carranza; Miguel Rodriguez Orejuela pagando 1 millón de dólares para que el Ministerio de Justicia autorizara la solicitud de extradición a Colombia de su hermano Gilberto, preso en la España de Felipe Gonzalez; Ramón Isaza, “El viejo” y sus Autodefensas del Magdalena Medio; el Poder Popular de Ernesto Samper Pizano; la muerte, en combate, del comandante del M-19 Iván Marino Ospina y su hijo Gerardo; la conspiración contra Jaime Caycedo del Partido Comunista; la invención del Festival Internacional de Teatro de Fanny Mickey y Ramiro Osorio, luego del éxito de la Gata Caliente durante el lapso de Pablo Escobar en la Cámara de Representantes; la interminable publicación de los camelos de Álvaro Mutis por Pro y Colcultura bajo la dirección, compra y distribución de su hijo Santiago; el atentado, en un restaurante de Cali contra Antonio Navarro, María Vásquez y Alfonso Caycedo; el ataque al corazón de Françoise Sagan en Bogotá; la presentación del primer libro de ejercicios líricos de William Ospina en la Casa de Nariño bajo los auspicios de La Legión del Afecto y los seis millones de pesetas en joyas robadas a Gabriel García y Mercedes Barcha en el Hotel Princesa Sofia de Barcelona, todo anunciado por el Calcas de Mejorada del Campo donde murieron Marta Traba, Jorge Ibarguegotia, Manuel Scorza, Angel Rama y 180 personas más, cuando volaban a Colombia a una reunión poética con Belisario Betancur, bajo la dirección del recién nombrado seudo ministro de cultura del Banco de la República y de la cual se salvó, de milagro, Antonio Caballero Holguín, el biógrafo de Ignacio Escobar Urdaneta de Brigard.

A finales de 1986, Semana publicó una reseña del estado de la poesía, concluyendo que “hoy los poetas son tenidos como la permisible, inofensiva y en cierto modo, necesaria, franja de lunáticos".

Indignada por tales palabras, la futura integrante por el M-19 de Abril de la Constituyente de 1991, María Mercedes Carranza, que acababa de recibir de manos de Genoveva Carrasco el inquilinato donde habían vivido José Asunción Silva y Aurelio Arturo, para transformarlo en una Maison Poétique, respondió, con la enorme lucidez que aún le asistía, diciendo que el poema es el único producto humano que aún permanece fuera de la sociedad de consumo, ajeno a las leyes de la demanda y la oferta porque nadie financiaba, hasta entonces, una lectura de poemas en voz alta. El poema es, así, un acto solitario que no requiere inversión económica para confeccionarle y menos disfrutarlo. ¡Cuántos buenos poetas viven y han muerto ignorados y desconocidos! exclamaba Carranza Coronado. ¿Y para qué diablos entonces sirve?

“La poesía –sostuvo-- proporciona un goce y una interpretación de !a realidad para cuya comprensión la sociedad moderna pierde día a día sensibilidad, manipulada por los esquemas y por la visión limitada que le imponen la sociedad de consumo y los medios masivos de comunicación. En esta sociedad el poeta no existe porque no produce mercancías.

Como han certificado varios historiadores, fue durante el cuatrienio [1974-1978] del gobierno de Alfonso López Michelsen, cuando Colombia se consolidó como el primer exportador de estupefacientes de la historia contemporánea, que algunos llaman con una ironía digna de Caifás (AC y DC), [antes y después] de la Coca. López Michelsen (1913-2007), hijo del más grande presidente republicano del siglo pasado; bisnieto de un sastre radical cuyos descendientes son miembros de esa oligarquía que viaja a Paris, Londres o New York a comprar camisas o cortarse el cabello; incorregible adicto al sexo femenino, odiaba, como Alberto Lleras Camargo, el país donde habían nacido y sólo soportaron para, al servir a los poderosos de Londres y Washington, hundirlo en la miseria y la humillación.

De las entrañas del Frente Nacional saltó el basilisco que en su odio por los liberales nunca vislumbró Laureano y mucho menos su hijo Álvaro Gómez: los narcotraficantes, [discípulos de la camada nadaísta: José Mario Arbeláez, Humberto Navarro, Mario Cataño, Elmo Valencia, Eduardo Escobar, Jaime Espinel, Juan Manuel Roca, Fanny Buitrago, Patricia Ariza, Armando Romero, Dario Lemus], eran ya la nueva clase y la incontenible nueva fuerza política, enquistada en todo el entramado corruptor de sus gobiernos milimétricos y bipartidistas, cuyos dineros elegían el Congreso, nombraban magistrados, ministros, gobernadores, alcaldes, procuradores, jefes de la policía, pervertían la debilitada izquierda y terminarían liquidando moralmente las guerrillas que decían combatir el estado de cosas imperante.

El triunfo del narcotráfico y la escalada de la guerra civil entre guerrillas y paramilitares [1.500.000 hectáreas expropiadas, 32.000 asesinados o desaparecidos en unas 1347 masacres, 2500 sindicalistas ultimados, unos 3 millones desplazados, 300 periodistas liquidados, otros tantos indígenas y cientos de concejales] ofreció a un sector de la inteligencia colombiana [digamos Andrés Carnederes, Antanas Mockus, Alfredo Molano, Álvaro Castaño Castillo, Álvaro Tirado Mejía, Andrés Hoyos, Arturo Alape, Aura Lucía Mera, Aseneth Velasquez, Bernardo Hoyos, Carlos Duque, Carlos José Reyes, Chucho Bejarano, Daniel Samper Pizano, Eduardo Serrano, Estanislao Zuleta, Fanny Mickey, Genoveva Carrasco, Gloria Zea, Germán Castro Caicedo, Guillermo Páramo, Héctor Abad Faciolince, Héctor Rojas Herazo, Hernando Valencia Goelkel, Ignacio Chaves Cuevas, Ivonne Nicholls, Jean Claude Bessudo, Jorge Eliecer Ruiz, Jorge Orlando y Moises Melo, José Fernando Isaza, Juan Manuel Roca, Laura Restrepo, Luis Ángel Parra, Marco Palacios, Martha Senn, María Elvira Bonilla, Patricia Lara, Piedad Bonnet, R.H. Moreno Durán, Roberto Burgos Cantor, Roberto Posada García Peña, Rubén Sierra, Sandro Romero, Santiago Mutis Durán, William Ospina] la oportunidad de entrar en escena con beneficios y resultados que nunca habían conocido.

En 1986, de los trece suplementos literarios que hubo en Colombia, sólo el Magazín Dominical de El Espectador tuvo una página dedicada a la poesía. Para entonces ya habían muerto las revistas dedicadas al género [Letras nacionales, Espiral, Eco, Acuarimántima, Razón y fábula, Estravagario, Olas, El café literario] y sólo unas, más o menos mediocres: Gradiva, Pluma, Gato encerrado, Número, Puesto de Combate, Ulrika, Aleph, El Malpensante y la longeva y al fin difunta Golpe de Dados sobrevivirían, mas como fuente de ingresos y tráfico de influencias de sus propietarios que como instrumentos para la difusión de la literatura.

Hasta ese año existió el programa Que hablen los poetas auspiciado por el Banco de la República, cuyas instituciones culturales terminarían al servicio de las multinacionales del libro de texto, la literatura y las artes. Durante un cuarto de siglo, un pretendido bardo [léase Darío Jaramillo Agudelo] convirtió los enormes fondos de esa institución pública en una suerte de peana para alcanzar una gloria que ni él mismo merecía y en últimas sirvió a las editoriales y poetas de España y México más que a los genuflexos poetas nacionales. El gran monumento a esas ambiciones faraónicas del sub-gerente de marras es el cínico Centro “García Márquez” del Fondo de Cultura Económica, levantado sobre las multimillonarias compras de sus libros ordenadas por los secretos comités de la Biblioteca Luis Angel Arango, cuyo Boletín Cultural y Bibliográfico es la fría lápida de esa poesía aupada desde los extensas despachos de la Casa de la Moneda y colgada de las solapas de la propia revista.

En 1997 Ernesto Samper Pizano y Jacquin Strauss Lucena crearon el Ministerio de Cultura para dotar de ingresos a la nueva y descompuesta inteligencia que pretendía hacer de Colombia una república de festejos, fandangos y rumba interminables. Desde entonces Casa de Poesía Silva y el Festival de Poesía de Medellín hicieron de la poesía, con el apoyo infecto y vicioso de ese ministerio y las nuevas secretarias de cultura de los distritos especiales, el más grande espectáculo de nuestro tiempo. Filmes, videos, seriales de televisión, grabaciones, lecturas públicas, seminarios, todo ha servido para prorratearse los presupuestos municipales y de los ministerios. En ningún otro país del mundo ha servido la poesía tanto a los políticos de la guerra en su ejercicio del poder. Y como nunca antes, la inopia de la poesía ha escalado hasta las profundidades de la ignorancia y ordinariez. Instrumentalizada y pervertida como oficio y como forma de vida, la poesía, colombiana o no, en Colombia ha desaparecido y no parece dar señales de vida en un futuro inmediato. Porque como nunca antes, distritos y gabinetes, secretarias de cultura y empresarios del capital han invertido desmedidas sumas de dinero para hacer brillar la lírica como otra joya de la pasarela y el entretenimiento contemporáneo.

Los poetas colombianos crecen ahora como palma africana y desaparecen como coco, según el criterio del manipulador de turno, d´habitude poeta él mismo. Hoy son más de medio centenar los vates [Álvaro Miranda, Álvaro Rodriguez, David Jimenez, Fernando Herrera, Giovanny Gomez, Gonzalo Mallarino, Gonzalo Márquez, Jorge Cadavid, José Luis y Federico Diaz Granados, Juan Felipe Robledo, Rafael del Castillo, Ramón y Andrea Cote, Robinson Quintero, Samuel Jaramillo, Lucinda Estrada etc., etc] vivos y muertos que lucen en sus faltriqueras más de un laurel del erario público, pero nadie, literalmente, nadie, recuerda sus nombres y menos, sus versos.

Colombia es un país en ruinas donde la mafia y el paramilitarismo han elegido más de un presidente y controlado las cortes y el parlamento. Una nación de analfabetos, donde si alguien grita en la puerta de un café “poeta” nadie responde.

Harold Alvarado Tenorio
asdfghjkl.123456@arquitrave.com

El País.com
http://lacomunidad.elpais.com/la-lengua-viperina/2009/10/23/la-poesia-colombia-finales-del-siglo-pasado  

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