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"Olor Feliz" 
Cuento de Daniel Aloisio

Félix despertó a las tres. Afuera relampagueaba, había viento. El patio se encendía, crepitaba bajo la luz azul, volvía a apagarse.

Miró el reloj, se acomodó en la cama, suspiró despacio para no despertar a su mujer. Calculó cuánto faltaba para que amaneciera: tres horas. Obligándose a cerrar los ojos, le dio la espalda al ventanal. Un pensamiento fue tomando forma mientras luchaba por dormirse: lo estaban observando.

Con temor, se volvió: nada. Sólo la ventana entreabierta, la cortina enroscándose por la corriente de aire. Había algo, sin embargo, que no tardó en identificar: el olor. Lo había sentido dos noches atrás. Penetrante, incierto, agradable: esencia de vainilla, masitas de café.

Inspiró profundo, retuvo el aire en los pulmones, lo soltó despacio. Sin ánimo para levantarse y dar con el origen del aroma, cerró los ojos una vez más.

Se durmió boca arriba y soñó:

Alguien, una sombra, lo llamaba desde la ventana. Pronunciaba su nombre con dificultad, como si no dominara el idioma. El desconocido, porque para entonces podía afirmar que se trataba de un hombre, sostenía una masa chirla en la mano izquierda. El olor provenía de ella. Mantenían un diálogo confuso:

— Vamos a repartir —decía el visitante.

— ¿A todos?

— A los que alcance.

— ¿Y los otros?

— Mañana habrá más.

Despertó sudoroso, agitado. Como llovía a cántaros, cerró el postigo y dejó caer la persiana. El temor había desaparecido. Lo embargaba, reconoció, una excitación gozosa. Debía hacer algo, aunque no sabía qué.

Con esa idea en mente, cayó en un sueño profundo.

El sol estaba alto cuando entró a la cocina. No había rastros del olor.

De la serie "Cuerpos en sudor de muerte"
por Karla Macías  
http://www.karlamaciasarte.blogspot.com  
Río Cuarto, Córdoba, Argentina

Desayunó en silencio. Jugueteó con la cuchara en el café. Su mujer hablaba del clima, de los precios. Félix respondió con monosílabos.

Salió a la calle. Caminó despacio. Las imágenes del sueño, nítidas, lo acompañaron por varias cuadras. Se detuvo frente a un edificio añoso. Leyó el cartel que colgaba en el frente: Biblioteca.

Entró, sin saber qué buscaba. Junto a un anaquel, volvió a sentir el olor: esencia de vainillas, masitas de café. Miró, con disimulo, a un lado y a otro, pero no alcanzó a ver a nadie con un paquete que pudiera contener tales efectos. Llamó la atención del bibliotecario que lo interrogó con la mirada.

—Aquel —dijo Félix—, señalando al azar un lomo de cuero rojizo.

El hombre se volvió con suficiencia y sacó el libro del estante. Félix sintió que el olor se hacía más intenso.

—A este sólo puede consultarlo acá —dijo—. Seré curioso… ¿Ya lo ha leído otras veces?

Félix balbuceó una respuesta y se sentó, con una prisa que le resultó incomprensible, a mirar el volumen. Tuvo entonces la primera certeza: el olor provenía de esas hojas gastadas, amarillentas. Dudó acerca de la conveniencia de referírselo al bibliotecario. No era cuestión de hacerse tomar por loco.

Leyó con curiosidad, con avidez. Una página tras otra, señalando con el dedo algún párrafo particularmente intenso. El conocimiento le proporcionó serenidad, bienestar. Pudo entender, al menos así lo creyó, el significado del sueño. La relación con el olor, le fue revelada unas páginas más adelante. Finalmente, comprendió la naturaleza de su misión.

Como a las dos horas abandonó la lectura, emocionado. Devolvió el libro y salió presuroso por el pasillo. Al llegar a la puerta, se volvió. Dijo al bibliotecario:

—Mañana vuelvo por más.

En la calle, lo recibió el aire tibio del verano. Caminó unas cuadras, entró a un negoció, hizo su pedido y pagó. No recordaba haberse sentido tan feliz desde la infancia.

Cruzó la calle con el paquete bajo el brazo. Silbaba una canción antigua cuando sintió el bocinazo. El impacto lo arrojó hacia la vereda, dio con la cabeza en el cordón.

Algunos curiosos que se reunieron en el lugar del accidente, aseguran que lo vieron sonreír antes de cerrar los ojos. Otros, perplejos aún, refieren que durante un buen rato, y de manera incomprensible, la calle se llenó de un penetrante olor a vainillas y masitas de café.

Daniel Aloisio
Gentileza del blog: Extrañas epervivencias  
http://www.epervivencias.blogspot.com 
email: aloisiodaniel@yahoo.com.ar 
Autorizado por el autor

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