Ernesto Sábato |
El escritor y sus fantasmas
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Hacia 1975, algún tiempo después de la publicación de Abaddón el exterminador, una mañana de otoño, me acerqué a la casa de Ernesto Sabato para hacerle una entrevista para el diario Clarín. En ese ambiente casi rural del pueblo de Santos Lugares, donde el escritor vivía acompañado por Matilde, su esposa, se desarrolló el diálogo. Nervioso, vital, en algún momento hosco, a la vez que afable y tierno, Sabato respondió todas las preguntas sin oponer límites.
-Empecemos
este diálogo, recordando algunos momentos de su infancia.
- Lo más profundo que puedo decir
sobre esa época de mi vida está en esas novelas que he escrito, aunque a
veces aparezca desfigurada por la ficción. No sé, para hablarle de mi
infancia tendría que mostrarle algunas fotografías y comenzar a recordar
cosas de mi niñez, allá en Rojas, mi pueblo. Pero creo que eso no es
importante.
-¿Y
sus sueños, quiero decir los de aquel tiempo, tampoco los quiere
recordar?
-No recuerdo detalles, pero le puedo
hablar de algunos sueños obsesivos: una enorme bóveda, una especie de
anfiteatro cósmico, yo solo, en alguna parte mi padre y mi madre. Era
algo terrorífico. Pero otras pesadillas se producían estando despierto.
Eran, pienso ahora, más que sueños, alucinaciones.
-¿Esos
sueños o alucinaciones de su niñez, no tienen que ver con el Informe
sobre ciegos, que se materializa después en la ficción?
-No le puedo responder en cuatro
palabras lo que intento describir en toda mi obra. Más, creo que he
escrito para tratar de ver claro en esas obsesiones. Y es más: para poder
soportarlas sin reventar.
-¿Abaddón
el Exterminador es la más autobiográfica de sus novela?
-En apariencia sí. Porque yo mismo
figuro en la obra. Yo creo que toda novela, si no es un simple pasatiempo,
es, en alguna medida, autobiográfica. Todo arte, en definitiva, es una
descripción del alma del artista. Aunque Van Gogh pinte una iglesia está
retratando su alma, sus conflictos. En cuanto a Abaddón, verá que las
partes más importantes en que figuro yo mismo son delirantes. ¿O alguien
puede creer de verdad que a mí me iniciaron en un subterráneo, debajo de
las criptas de esa iglesia de Belgrano?
-¿En
esa novela hay también mucha ironía hacia lo personal?
-Sí, pero, ¿quién de nosotros no
merece la ironía? Todos, yo, en particular creo merecerla. Por otra
parte, si me proponía la inclusión de mi persona en la novela, como un
personaje más, habría sido deshonesto que no me tratara con la
objetividad despiadada con que un escritor debe tratar lo que merece ironía.
Me considero un ser plagado de defectos y vicios. En Abaddón, creo que
hay algo más importante, que es la teoría que yo vengo manteniendo desde
hace muchos años: la crisis total del hombre de nuestro tiempo. El puro
pensamiento racional escindió trágicamente al hombre, y esta catástrofe
espiritual en que vivimos lo demuestra.
-¿Esa
es la razón por la que usted abandonó la ciencia hace más de treinta años?
-En cierta forma, sí.
-¿Cómo
piensa que sería un mundo manejado por artistas?
-Bueno, sin duda, algo desordenado,
pero indiscutiblemente más visible.
-Entre
cada una de sus obras hay muchos años de distancia ¿A qué se deben esos
largos silencios literarios suyos?
-Mire. Yo he publicado en toda mi
vida sólo tres novelas y creo que no publicaré ninguna más. Al revés
de lo que se piensa, ya publiqué demasiado. Y le digo más: aún esas
tres estuvieron a punto de no ser publicadas, en especial las dos últimas.
-¿Cuál
ha sido la razón?
-La falta de seguridad de haber
escrito algo que valga la pena, algo que pueda sobrevivir a mi muerte física.
Un escritor es, por lo general, un hombre que tiene lo que se llama
"facilidad para escribir"; pero esa facilidad es,
paradojicamente, su principal enemigo. Creo que los hombres de letras
sucumben a esa tentación. Y, sin embargo, hay que ponerse en guardia, hay
que luchar a brazo partido contra esa facilidad.
-Ha
destruido mucho de lo que escribió entonces
-Sí, mucho. Hay obras de teatro,
novelas y otras cosas que ya no saldrán a la luz porque las he destruido.
Y si salió Abaddón fue porque personas que están cerca de mí me
rogaron que no la destruyera, como había quemado La fuente Muda y
otras cosas. Lo mismo sucedió con Sobre héroes y tumbas, se salvó del
fuego y fue publicado gracias a Matilde, mi mujer.
-Usted
admite haber publicado poco y no parece desconforme con eso. ¿Qué opina
de los escritores que han publicado muchas obras?
-Bueno, creo que existen casos
dispares. Pero aún en el de los escritores más geniales, quedarán
seguramente por dos o tres obras. Lope de Vega, por ejemplo, dicen que
escribió más de tres mil comedias. Ahora yo me pregunto quién las lee,
fuera de las tres o cuatro que todos conocemos. ¿Y Cervantes? Fuera de
algunas cosas prescindibles, muy pocas, escribió el Quijote. ¡Ojalá yo
pudiese tener la suerte de escribir alguna vez algo que se parezca al
Quijote!... Proust escribió una sola obra, aunque sea en varios volúmenes.
Kafka habría bastado con que publicara El castillo o El proceso. Y es
infinitamente más grande y más perdurable que el señor Sommerset
Maugham, que escribía una novelita por año. Si esto pasa con los genios,
que escriben, en definitiva, sólo dos o tres obras que, por otra parte,
son borradores de la obra máxima, no veo por qué exigirle a un escritor
sudamericano lo que se le exige a esos genios consagrados por el tiempo.
-¿Cómo
ve a la literatura hispanoamericana de nuestros días?
-En este momento pienso que, tomada
en bloque, unitario, es la más importante que existe en el mundo. Hay un
conjunto de escritores muy talentosos. Por eso creo que el porvenir de
nuestra literatura es, en el orden internacional, realmente brillante. En
Europa, en cambio, no hay grandes nombres fuera de los ya conocidos. En
Francia, para citar un solo ejemplo, muertos Camus y Sartre, ¿quién
queda?
-¿A
qué causas atribuye ese auge de la literatura hispanoamericana?
-A que alcanzó una profundidad y una
dimensión notables. No hay que creer eso de que actualmente se lee a los
escritores de nuestro continente porque son pintorescos o folclóricos,
como sucedió en el siglo pasado y a principios de este siglo, cuando los
lectores buscaban en ellos el color local. Ahora se los busca y se los lee
porque son buenos en serio. Sin que esto parezca una exageración, pienso
que la literatura hispanoamericana, en esta segunda posguerra, ha
significado lo mismo que la literatura norteamericana de la primera
posguerra: la aparición de los Faulkner, los Hemingway... autores
importantísimos que proyectaron a nivel mundial las letras americanas.
-¿Sigue
existiendo, en la actualidad, el mismo interés que hubo hacia fines de la
década del 60 por la literatura de nuestro continente?
-Me parece que no. En aquellos
tiempos había intereses extraliterarios, políticos y modas y el siempre
permanente gusto por lo exótico. A ese auge contribuyó mucho la revolución
cubana. El llamado boom, por ejemplo, fue todo un operativo político,
además de literario y de publicidad. Y a menudo se ha cometido el error
de creer que nuestra literatura latinoamericana comenzó con ese boom.
Esa es una injusticia. Ni Roberto Arlt, ni Borges, ni Marechal, ni Bioy
Casares, ni Mallea empezaron con ese publicitado estruendo. Y en el orden
continental es lo mismo: ni Arguedas en Perú, ni Carpentier en Cuba, ni
Guimaraes Rosa en Brasil, ni Onetti en Uruguay... Así que calma, por
favor.
-¿Y su opinión sobre los integrantes de ese grupo,
cuál es?
-Mire, yo no soy el más indicado
para opinar sobre ese movimiento. Creo que hubo escritores importantes
dentro de él. Por ejemplo, no se puede negar a un García Márquez y esa
novela extraordinaria que escribió: Cien años de soledad; como tampoco
se puede negar a Carlos Fuentes, a Cortázar, a Vargas Llosa. Pero, eso no
significa que la literatura latinoamericana había empezado ni iba a
terminar con ese bochinche. En cuanto a su pregunta anterior, si el interés
de Europa hacia nuestras letras persiste, le podría completar que de otra
manera; de una manera más estable, como tiene que ser, sin ese tumulto
político. Borges se sigue leyendo tanto como antes y así otros tres o
cuatro escritores de nuestro continente.
-¿Qué se necesita para ser universal en literatura?
-Casi le podría afirmar que antes es
necesario ser nacional. Tal vez la explicación puede ser esta: para que
sintamos en cualquier parte del mundo y en cualquier época a un
personaje, ese personaje debe ser, ante todo, verdadero; debe tener
carne y hueso, cerebro y corazón, y no hay seres carnales sino en un
lugar concreto y en una época precisa. El proceso cultural de la
humanidad es perpetuo y vive de acciones y reacciones entre todos los
hombres de una nación y entre todas las naciones. Por eso yo creo que hay
que ser nacional; es decir, expresar la tierra, el lugar donde se nació y
se vive. Pero sin engañarnos con eso de "la cultura nacional",
que es una falacia.
-¿Podría ampliar ese concepto?
-Como no. Para mí no existe la
cultura estrictamente nacional. hasta los dioses griegos, que algunos
suponen el paradigma de la pureza, están infectados de religiones asiáticas
y egipcias. Malraux dijo que toda pintura se hace sobre la precedente;
habria que agregar que se hace también sobre la que la rodea, en un
proceso tan complejo que hasta los enemigos se influencian, ya que no sólo
se influye por el amor, sino, sobre todo, por el odio. Los enemigos
terminan por esa razón asemejándose: presos y guardianes;
ultraizquierdistas y ultraderechistas... En la realidad, todos hablamos,
escribimos, pintamos y filosofamos sobre la base de lo que los demás han
hablado y escrito y pintado y filosofado. Solamente un imbécil puede
creerse absolutamente original.
-Eso significa, entonces, que usted descrée
totalmente de la cultura nacional.
-Pero por supuesto. Dejémonos de
fastidiar con ese tema de la cultura nacional como contrapuesta a la
cultura universal. ¿Con qué nos quedaríamos? Tendríamos que abolir
hasta el castellano, que es importado y no solamente europeísta, sino
cruda y llanamente europeo; tendríamos que evitar la religión cristiana
que se originó en el Cercano Oriente. Esos proyectos nacionalistas me
resultan irritantes; sólo tienen un objetivo: aniquilarnos como nación.
-En estos momentos usted le dedica buena parte de su
tiempo a la pintura. ¿Significa eso que la ha cambiado por la literatura?
-No, en absoluto. Pintar es para mí
un descanso. Por otra parte, yo siempre tuve pasión por el dibujo. Es,
además, una forma de relajamiento que me aleja de todos los problemas que
cotidianamente me entristecen y me atormentan. Estoy enfermo del sistema
nervioso y los médicos me han obligado a abandonar las tensiones
mentales. Y pintar me hace muy bien.
-¿Por qué razón vive alejado de la ciudad de Buenos
Aires?
-Porque me molestan el ruido, el olor
de la nafta, el apuro, la grosería y la dureza de la ciudad. Soy lo
bastante reaccionario para quedarme con el silencio, los árboles, las
flores, la gente que se saluda, los chiquilines que pueden jugar en la
calle.
-¿Se considera enemigo del progreso? -No. Pero hay una forma de progreso de la que soy encarnizado enemigo; de ese progreso que convierte a la criatura humana en un despojo, en un robot, en un enajenado, en un pobre infeliz, en un solitario, en un inanimado engranaje. De ese tipo de progreso, sí, soy enemigo.
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A fondo - Ernesto
Sábato 03 abr 1977 |
El refugio de la cultura - 30-04-11 (1 de 4)
Actualizado el 2 may. 2011
Compartimos el homenaje realizado a Ernesto Sábato, con la
participación de muchos de los artistas que vivieron diferentes
experiencias junto a él y lo recuerdan desde sus respectivas
disciplinas. |
El refugio de la cultura - 30-04-11 (2 de 4) |
El refugio de la cultura - 30-04-11 (3 de 4) |
El refugio de la cultura - 30-04-11 (4 de 4) |
Archivos O'Donnell: Especial Ernesto Sabato (capítulo completo) - Canal Encuentro |
por ROBERTO ALIFANO
en PROA - Mayo/Junio 2001
Editado por el editor de Letras Uruguay
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