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La señorita De Andrea
por Andrés Aldao

Fue como abrir una ventana somnolienta y contemplar un pequeño zaguán de mi niñez. El de la edad temprana en la escuela, donde la exuberancia de guardapolvos blancos en los recreos semejaba una exótica plantación de algodón desplegada en contorsiones, carcajadas y tenues miradas de alborozo. Y el temor de los brotes primerizos, de quienes se apreciaban abandonados, fuera del hogar y de la efusiva protección materna.
Y en ese módico zaguán, en el aula y el enorme patio, donde la campana era la piadosa y renuente voz de la escuelita de Luis Viale... la que anunciaba la entrada, los recreos y pausas, los festejos y el fin de la jornada, allí, erguida, majestuosa e imponente, resaltaba la imagen de La Sargento, la maestra correntina de primero superior, la que nos apocaba con su dulzura y la perpetua sonrisa que sobrevivió al tiempo, al olvido, a la desmemoria.
Allí, precisamente allí, estaba su imagen impoluta, el guardapolvo blanco donde se reclinaba su cabello renegrido y nos contemplaban los ojos almendrados de la señorita De Andrea, eterna maestrita de sonrisa amplia, la voz con el dejo de su provincia natal. La que nos perdonaba los pecados ingenuos con sus pullas, tiernas pullas de la maestrita cuya vocación sólo apreciamos muchos años después, cuando ese zaguán de la niñez cerró su puerta cancel para siempre.

Hoy, cuando leí el alucinado aviso fúnebre, percibí que la insolencia de las malditas letras negras, como campanas tocadas a rebato, anunciaban que había muerto, también, el regocijo de aquel otro mundo en el que la señorita De Andrea había sido mi maestra de primero superior...

© Andrés Aldao
Autorizado por el autor el 1 oct 2009 
Gentileza de Artesanías Literarias

www.artesanias.argentina.co.il 

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