Don Miguel... 
(relato inédito)
Andrés Aldao

A las tres Mosqueteras y a D´Artagnan 
dedicado con mi mayor cariño. 
Andrés Aldao 

"Este relato es de los tiempos en los que aún ocurrían pequeños milagros que le daban tibieza a la vida, y que luego se narraban a los nietos. Miguel Najdorf fue gran maestro internacional, tal vez el más grande ajedrecista que jugó y representó a la Argentina. Falleció en Málaga en 1987. Bernardo Wexler, maestro internacional, era asiduo concurrente al antológico bar de la calle Gaona de Caballito Norte, donde toda una joven generación vivió largas noches con sus sueños, proyectos y las peripecias de la vida.

“...una sombra ya pronto seré...”

I.

Gaona sigue siendo la misma. Destino adverso de la arteria que no pudo remontar hacia el mañana. Cuando a fines de los cuarante abrieron el bar y billares El Garial, los genios de la barriada supusimos que se abría una nueva era en Caballito Norte. Histórica, incluso. Aunque fue como la lumbre de una cerilla, con un destello al inicio, y el apagón, triste y decepcionante, después.

Fue refugio y pasatiempo de la muchachada, hasta que cayó bajo la piqueta. Billares, ajedrez, dominó, tostados impresionantes de crudo y queso, los balones con la espuma que matizaba los bigotes, las tertulias a un café por cabeza cuando apretaba la desdicha de andar secos de bolsillos, pero no de labia, platicando sobre los temas revulsivos de fines de los cuarenta. Las partidas de ajedrez eran el fenómeno social y vespertino que reunía a los pensantes del barrio y sus aledaños.

Allí bordábamos los sueños del 2 x 4. La milonga, enfrente, en el Social Buenos Aires. Al aire libre o en la sede del club (yendo por Gaona hacia Añasco). Con las pebetas oliendo a Lux o Palmolive. Las primeras coloreadas de labios, el rimel, la sombra en los párpados, los timbos de taco alto y las más audaces con los zapatos pulsera, parloteando con las amigas y relojeando a los "ellos", parados con los ojos fijos en la minita de pollera cortona, deslumbrados como lo haría el sol de mediodía.

No quedó nada en pie. Ni la gente, ni la memoria ni los sueños. Sólo alguna anécdota olvidada en el panteón.

II.

Ocurrió algo una tarde que nos dejaría escenas sepia en la retina y la memoria. Jacobito, ajedrecista, el rey de la defensa Alekine del Garial, le dio el pesto a una serie de osados adversarios que con intrepidez desafiaban al campeón (¡él!). Fue una velada de las más célebres del rusito. Los jaque mates que infligía, y el desplome de los reyes, contribuyeron a cimentar su gloria. Fue ésa una semana con muchos combates que hicieron historia. Habían llegado desafíantes del Rívoli o del Círculo de Ajedrez de Villa Crespo, o de bares de la avenida San Martín, la arteria de la competencia paternalera. Fuese con piezas negras o blancas, su juego agresivo era como demoliciones con topadora. Imbatible, invulnerable, “rey de copas”, “as de espadas”, “carambola a cuatro bandas”...

Incluso Carlitos, el mozo de pies planos “diez y diez”, andaba entusiasmado aquel día. Al correr de las horas aumentó el público y los pedidos remontaron la modulación: coñac, wishky, copas de vino blanco, especiales súper cargados. Los dueños del Garial restregaban sus manos, y los sones de la caja registradora se sumaron al bochinche general. La humareda de los fasos negros y rubios habían extendido una calígine grisácea e impenetrable por todo el local. Nieblas del Riachuelo, Nieblas del Garial.

Un flaco de los habitués, ante una jugada magistral del Yaco (gesto desusado en una partida de ajedrez...), comenzó a batir palmas y la apretada multitud lo imitó. Un jaque mate espectacular, una partida al estilo Botvinnik... La barra de Areengren, los finolis de Añasco, los caramboleros, los vagos del comercial Hipólito Irigoyen, los trasnochadores con sus jetas albinas, los perínclitos intelectuales del barrio de Caballito y los parroquianos de paso se sumaron al aplauso. Luego, la calma, la rutina, el shhhhh de la máquina express, los pedidos al mostrador. Apenas los murmullos. Apenas...

Eran más de las nueve de la noche. El bar estaba repleto y la mesa donde batallaban en una partida de ajedrez parecía un circo romano. Aunque...

III.

El desconocido entró al Garial con gesto sonriente, observó al grupo y se dirigió hacia la mesa pletórica de público. Tenía aspecto de judío polaco, un pantalón de hilo, una camisa celeste de mangas cortas y el saco en la mano doblado con prolijidad, Ojos vivaces, mentón algo sobresalido, figura que no podía pasar desapercibida... Se paró con la mano libre hacia atrás, observó el estado de la partida y en un murmullo murmullante le comentó al vecino: la próxima es mate... Y así fue. Lo miraron con curiosidad... ¿totem, profeta?

−Buenas noches... ¿puedo jugar con el ganador? −preguntó con acento raro.

−¡Aquí hay un campeón! −exclamó uno del gentío.

−¿Cuál es tu nombre...? −preguntó el campeón.

−Miguel, mi nombre es Miguel −Yaco aceptó el reto.

Comenzó la partida. El silencio, hondo. Ni la máquina express se escuchaba. Las mesas de billar quedaron paralizadas. Nadie habló: deducían que algo iba a ocurrir...

Sortearon: al forastero le tocaron las piezas negras. Y comenzó la partida. El rival, ante el P4R de Jacobito, se quedó pensando... y jugó P4AD. La partida continuó:

2: C3AR − C3AD / 3: P4D − P x P / 4: C x P − C3A...

Ante la sorpresa del campeón del Garial, el hombre llamado Miguel adoptó la Variante Najdorf de la Defensa Siciliana. Al llegar a la jugada novena, las negras jugaron A3R. Jacobito comenzó a transpirar: el alfil negro se había situado en una casilla estratégica... Los presentes empezaron a contemplar al hombre, mirar el tablero y a evaluar la cara aculada de Yaco.

Los jugadores de billar abandonaron las mesas. Carlitos, el mozo, andaba con sus zapatones, arrastrando el silencio bajo las suelas... Era el único semi tono audible. Incluso las moscas volaban en un seseo manso, planeando sobre los jugadores y la pequeña muchedumbre... El lugar semejaba un coliseo, los presentes cercaban la arena−mesa y los dos gladiadores con sus espadas de doble filo sobre el tablero, listos para vencer o morir.

IV.

Jacobito miraba el tablero, contemplaba al alfil negro, el sudor era ya un goterío copioso, la frente se había acanalado y el contrincante, enigmático, miraba a los curiosos, a las moscas, al universo, pequeño universo que giraba alrededor de la mesa del bar Garial de Gaona. Parecía somnoliento... Luego cerró los ojos. Cuando escuchaba el tac del reloj, observaba qué habían jugado las blancas. Y sin abrirlos, alzaba la frente, meditaba dos segundos, abría los parpados, estiraba la mano y hacía su movida.

Jacobito se sentía acorralado. Los presentes no entendían nada... La mano del extraño personaje era como la de un verdugo. Su acometida avanzaba, inexorable, con torres, alfiles, peones y caballos voladores. Las piezas negras iban cercando a las blancas en un círculo fatal.

El suspenso parecía un hálito de aire congelado, nadie se movía. No se oían toses, nadie estornudaba, los ojos de los presentes clavados sobre el tablero o sobre el extraño forastero, que parecía dormitar...

En la jugada décimo quinta el rey blanco inclinó su corona y Jacobito extendió la mano al forastero. El hielo se deshizo. Uno de los habitués a las partidas del Garial, contempló a los contrincantes y dijo, en un balbuceo impalpable:

−¿Saben quién es este polaco...? −nadie abrió la boca−: −Miguel Najdorf...

Principiaron los murmullos y comentarios e irrumpió la algarabía de los que conocían algo del mundo de los trebejos...

Cuando el aún joven Miguel Najdorf se puso de pie, comenzaron los aplausos. Yaco, el campeón del Garial, se acercó a héroe de la noche y le estrechó calurosamente la mano. Perder ante usted no es deshonra... Fue un gran honor.

© Andrés Aldao, noviembre 10, 2008
Autorizado por el autor el 15 nov 2008 
Gentileza de Artesanías Literarias

www.artesanias.argentina.co.il 

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