Circe Maia |
“El poeta es siempre un traductor” |
A PARTIR de "En el tiempo" (1958), Circe Maia ha construido una obra poética con características tan cálidas como intensas, para decirlo con palabras que le son entrañables. La apuesta por un “lenguaje simple”, que surge de situaciones cotidianas y como verbalización de una experiencia opaca a la lengua, la distingue de entrada de ciertas “complejidades” en que se distrae buena parte de la poesía contemporánea. Las clasificaciones, los conceptos con que la crítica trata de leer la poesía se vuelven entonces inoperantes, e incómodos. Circe Maia se resiste a ser “ubicada”. “El metro de las generaciones, por ejemplo, no es muy satisfactorio —dice——, y me cuesta vera la gente agrupada”. Por otra parte, “las relaciones con mis colegas son buenas, porque son pocas: pero creo que la actitud crítica con respecto a otros poetas debe pasar por el respeto”. Aquel primer libro “adulto” descansa en un sostenido interés por la poesía, documentado por otra publicación, Plumitas. Maia tenía entonces 11 años; pese al típico rechazo que suscitan los poemas iniciales estaba ya en curso la búsqueda que definiría, entre otras cosas, con la asunción del acontecimiento corriente como principio de escritura, de un lenguaje “directo, sobrio, abierto”, y de la idea de belleza como “sed de existencia cierta”. Sobre ello señala:
—En realidad todos los niños hacen muy tempranamente el descubrimiento de la poesía. Aquellos romances del siglo XV que cantábamos, como juego, fueron una entrada a la poesía, anterior a cualquier lectura sistemática. Se sentía que aquello era otra cosa, que había adquirido otra cualidad. Y para que veas que la poesía es algo que puede ocurrirle al lenguaje, como si le pasara algo al idioma: el primer libro de mi escuela decía “el pino”, “la pena”, palabritas sueltas para aprender a leer que me sonaron extrañas, como si hubiera visto la posibilidad de una puerta entreabierta. Recuerdo también que Cortázar elogiaba esa sección de poesía de los “libros verdes”, como les llamábamos, del Tesoro de la Juventud, donde había cuentos de hadas preciosos. Y muy tempranamente me di cuenta de que había una forma de poesía que me repelía: la poesía pomposa, aquello de “oh”, “ah”, aquellas odas larguísimas. El polo opuesto de las odas de Anacreonte, que descubrí hace poco. —Se alentó el interés por la pintura. Fracasamos totalmente, con mi hermana: le dimos a mi padre frustraciones en la música y la pintura. Pero había una buena biblioteca, y a él le sorprendió e interesó que buscáramos tanto y leyéramos tanta poesía. Estaban las nanas de García Lorca, un misterio y un verdadero estímulo para mí, y después Machado.
—¿Cómo se produjo la edición de Plumitas? —Yo no lo publiqué: a mis padres se les ocurrió pagar ese librito, que me da bastante vergüenza. Hacía además una especie de recorrido por la escuela, con recitados, que nunca me gustó. Recitaba con las manos así (las cruza tras la espalda y ríe), ¡ay Dios! Y era tímida, no me animaba a decir que no quería, que no me gustaba. Pero me doy cuenta que, dentro de tanta bobada, en ese librito hay cosas que tal vez continuaron. Después traté de compensar no publicando nada, porque la experiencia de la publicidad fue negativa, en cuanto a lo doloroso que me resultaba conversar las cosas que requieren mucha maduración. En el tiempo es mi primer libro adulto, del que me siento responsable: lo escribí entre los 18 y los 25 años, desde cuando estaba en preparatorios hasta cuando ya me casé y me resolví a publicarlos.
—El prólogo de ese libro contiene definiciones importantes, relativas a tu concepción del lenguaje y de la poesía.
—Al contrario, es un punto de partida muy sólido.
—¿De qué manera pensabas esa analogía entre la traducción y la escritura de un poema?
—Esa insistencia en la cualidad “transparente” de las palabras, que se nota en "Superficies", parece casi un desafío hacia algunas concepciones del lenguaje. —En tus poemas no hay presencias literarias explícitas, sino más bien, en acápites por ejemplo, de filósofos: San Anselmo, Platón, Lucrecio. ¿ Cómo se plantea la relación entre esos dos campos? —Siempre la he visto como muy peligrosa, cuando se pretende hacer un poema filosófico, en una actitud teórica y explicativa, con la grandilocuencia y la oscuridad que puede tener el lenguaje filosófico. Nada de eso me interesa. Me defiendo con un lenguaje totalmente cotidiano, y si al final sugiero otro problema, en un par de líneas, puede ocurrir que el lector ni siquiera se dé por aludido y entonces parezca nada más que un poema doméstico, en el que hablo de la leche, del azúcar que está sobre la mesa. Me decía una amiga: qué bien que me apoye en mi vida como ama de casa, para exaltarla... (risas) Si yo pudiera, y no quedara muy pretencioso, mostraría problemas filosóficos que están dados en mis poemas y que poca gente puede advertir, porque no están citados. Una de las cosas en que insiste la fenomenología es que el objeto tiene multiplicidad de perfiles. Eso está en el poema del paseo a la laguna (“Múltiples paseos a un lugar desconocido”, en Dos voces).
—Allí se dice que todo cambia cuando uno se decide a ver. ¿Cómo es eso? —¿Cuáles, por ejemplo?
—Para muchos, Destrucciones es tu mejor libro. ¿Estás de acuerdo? —Esa preocupación por el cambio y la permanencia de las cosas también aparece respecto a la idea del tiempo. Se habla de hechos especiales, que están al margen de...
—Además de las líneas propuestas en En el tiempo, hay cuestiones de política que insisten en tus textos posteriores. ¿Hubo alguna
redefinición de aquel primer proyecto?
—“Y el silencio”. ¿De que cosas está hecho el mirar? —Se refiere a que hay una doble luz: la luz del sol y de los ojos. Hay una niña sentada y su imagen. Ah, es una fotografía que está en mi casa, de una hija que está sentada y cuya imagen se refleja en un vidrio. De pronto ví que había un doble movimiento, el de la luz que llega a los ojos y el de la mirada que sale hacia el mundo. La mirada es como un lanzarse hacia afuera, ¿no?, aunque te saquen una fotografía y estés inmóvil. También como en el tema de la destrucción, llegué a ver que había diferentes tipos de imágenes, lo que me sugirió una sección de ese libro. Tomé algunos cuadernos de Vermeer: allí no hay jerarquías, todo está al mismo nivel de vida intensa, sea una puntilla o el brillo de un ojo. Eso me parecía precioso: el respeto por las cosas que estando en el ser ya merecen cierta atención.
—¿Cómo aparece la idea para un poema?
—¿Qué pasa cuando esa experiencia es finalmente verbalizada?
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Una obra contínua |
CIRCE MAIA nació en Montevideo, en 1932. Poco después, su familia se radicó en Tacuarembó, donde permaneció hasta 1939, para regresar a Montevideo. Cursó durante dos años estudios de filosofía en el Instituto de Profesores Artigas, "y lo dejé porque era muy absorbente, había horarios a todas horas y yo ya me había casado". Luego retomó sus estudios en la Facultad de Humanidades:"en total estudié unos cinco años, lo que era más que suficiente para ser profesora de filosofía". En 1958 publicó "En el tiempo". "Me alegró saber que una persona exigente como Emir Rodríguez Monegal lo considerara talentoso. Se lo mandé al Bocha (Washington Benavídez), y le gustó, y a algunos amigos: me sentí como liberada". En 1962 regresó a Tacuarembó, donde actualmente vive. "Presencia diaria" (1964) y "El Puente" (1970) la consolidaron como una de las escritoras uruguayas más importantes. En 1974 fue destituida del liceo por la dictadura militar. "No quise quedar fuera de la enseñanza; como no podía ser profesora, me pregunté que podría aprender en Tacuarembó y entonces decidí levantar los idiomas (inglés y francés) que tenía sólo a nivel de lectura. Después descubrí el griego moderno: conocí a Ritsos, a Odyseas Elyttis, conseguí una edición bilingüe de sus poemas en Montevideo y hasta que pude leerlo en griego no descansé". Mientras se iniciaba como traductora, escribió los poemas de "Cambios, permanencias" (1978), "Dos voces" (1981) y "Destrucciones (en prosa, 1986). En 1983 retornó al liceo, donde continua dando clases. "Me gusta la relación con los muchachos, a veces doy clases divertidas y todo. Hago que la filosofía no sea pesada, lo cual es bastante". En 1990 publicó otro volumen de poemas, "Superficies". En diciembre de 1992 participó en el Encuentro de escritores y traductores de Delfos (Grecia) y al año siguiente dio a conocer la crónica "Un viaje a Salto". "Consideré que valía la pena conocer lo que pasamos en esos años de dictadura, sobre todo porque es un testimonio de la gente del interior y de los familiares de los presos políticos. Ese viaje a Salto se realizó realmente, en condiciones muy particulares. Mi esposo, que estaba detenido en el cuartel de Salto, había sido llevado a Montevideo para un interrogatorio. Una miga me dijo que yo podía subir en Paso de los Toros y desde allí viajar en el mismo tren que lo traía de regreso al cuartel; tal vez me dejaran hablar con él. Como ya hacía más de un año, pensando que a ella la dejarían hablar, lo que era algo. Y efectivamente; aunque los guardias, al principio, se mostraron feroces, malísimos porque habíamos subido". Ahora Ciece Maia prepara un nuevo libro de poemas. "Tal vez se llame "La puerta entreabierta"; no estoy segura, parece el título de una película de misterio. Aunque tengo una treintena de poemas, todavía no se ha armado, y me gusta que se note cierta unidad". |
Osvaldo Aguirre
El País Cultural Nº 243
1 de julio de 1994
Editado por el editor de Letras Uruguay
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