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Narcoguerra: Callejón sin salida/80
por Netzahualcóyotl Aguilera R. E.
tlacuilo.netz@yahoo.com

 
 

RESUMEN XII. ANTICOMUNISMO. La perspectiva de enfrentarse a una época de paz aterrorizó a la clase dirigente de Estados Unidos, pues la Segunda Gran Guerra no solo le había permitido salir del atolladero de la Gran Depresión de 1929, sino además hacer el mejor negocio de la historia con la producción jamás vista de armas de todos calibres y de portentoso equipo bélico rápidamente consumido, deteriorado o destruido, cuya perspectiva de reponer significaba sostener aquél gran negocio; y si el riesgo de guerra continuaba sin importar los muertos, mejor.[1]

Para ello necesitaba, urgentemente, un pretexto que le permitiera convencer al pueblo de la necesidad de sacrificar sus expectativas de paz para garantizar el máximo funcionamiento de la planta productiva militar que, de otra manera, tendría que perderse o adaptarse con grandes costos a fines pacíficos.

Inspirada en el racismo hitleriano, la clase dirigente decidió crear un clima de terror (el terror de Estado) mediante un chivo expiatorio que cargara con la culpa de todos los males imaginables; que bastara con delatar a una persona anónimamente y sin prueba alguna (¿dónde estamos viendo eso ahora, dónde, dónde?) para colocarla en la lista negra de los estigmatizados por la sociedad.

En Alemania, Hitler revivió la Santa Inquisición fanatizando al pueblo con una palabra mágica: “judío”, raza a la que había que exterminar si se quería que el Tercer Reich durara mil años; en Estados Unidos la palabra mágica fue “comunista”.

El pueblo estadounidense, aterrorizado ante la inminencia de ser invadido por el “imperio del mal”, sacrificó la paz que esperaba y aceptó seguirse muriendo en las guerras “convencionales” (no nucleares) que empezaron con la de Corea en 1950, continúan hasta la fecha y no pararán, porque en el bastión del capitalismo quien manda es la clase dirigente, que es la del dinero; a la clase gobernante solo le toca obedecer. Una persecución idéntica a la nazi fue desatada y las libertades individuales en el “país de las libertades” quedaron hechas trizas.

Esa etapa anticomunista de la historia de Estados Unidos se llama Macartismo, por el nombre del senador Joseph McCarthy que la formalizó precisamente en 1950; aparentemente concluyó con su muerte, pero de hecho se prolongó hasta la desaparición de la URSS en 1991.

Sin embargo, en su parte más siniestra -que es poco conocida- participaron criminales de guerra nazis que otros distinguidos miembros de la clase dirigente rescataron de los juicios de guerra en Europa,[2]y[3] utilizándolos para aplicar las tácticas de enajenación y represión sociales tanto interna como externamente, pero perfeccionadas y sistematizadas en América Latina para imponerlas posteriormente en otras partes del mundo.

LA GUERRA SUCIA EN AMÉRICA LATINA. Perfeccionada así la guerra sucia practicada desde hacía tiempo por Estados Unidos en nuestra Región -el solo ejemplo del mártir Augusto César Sandino en Nicaragua de 1926 a 1932 la retrata de cuerpo entero- apoyado en los tiranos existentes y montado en su “doctrina” de “contención del comunismo”, Truman se dedicó a fomentar el derrocamiento de presidentes democráticamente electos para sustituirlos por dictadores militares; en 1947 impuso el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR) y en 1948 la Organización de Estados Americanos (OEA), mediante los cuales presionó para fortalecer los ejércitos latinoamericanos, inundarnos de asesores militares, especialistas en espionaje y en enajenación social; de instructores en desestabilización política, persecución, tortura física y psicológica e incluso en desaparición de personas, técnicas con las que se entrenaba desde 1946 a militares de nuestros ejércitos en la Escuela de las Américas en Panamá para experimentarlas en la represión de nuestros propios pueblos; una vez convencidos de su efectividad las empezaron a aplicar en otras partes del mundo.

Blandiendo como arma terrorífica la amenaza del comunismo más la de su temible Consejo de Seguridad Nacional con toda su estructura militar y de espionaje diplomático-policíaco sobre los pueblos de América Latina, aplastados en su mayoría por la bota de los dictadores militares a su servicio, el imperio creía tener todo bajo control para beneficio de sus empresarios que requerían de materias primas baratas y un mercado dócil donde vender sus caros productos manufacturados.

El único dolor de cabeza que tenían era el gobierno de México, que todavía insistía en defender los ideales de la Revolución de 1910 y celebrar la nacionalización de petróleo. Pero el Departamento de Estado, la CIA y el Pentágono, con el apoyo implícito del Vaticano, estaban haciendo grandes progresos en su tarea destructora. Sin embargo, repentinamente, el año nuevo de 1959 despertaron con el inesperado y sonoro campanazo de:

LA REVOLUCIÓN CUBANA. Habían confiado demasiado en la capacidad represiva de su cancerbero el dictador Fulgencio Batista y minimizado la potencia explosiva y expansiva de una revolución popular dispuesta a todo bajo el lema “Patria o muerte. Venceremos”, que había triunfado aún con la oposición del Partido Comunista.[4]

Todo el esfuerzo del imperio se vendría abajo si el ejemplo cundía, como cundió cual reguero de pólvora, desde el río Bravo hasta la Patagonia. Había que actuar rápida y enérgicamente; sin embargo, cuando se estrellaron ante la negativa rotunda de Fidel Castro de dar marcha atrás a los rápidos y efectivos decretos nacionalizadores y expropiatorios de las posesiones estadounidenses, en 1961 invadieron la isla pretendiendo armar la contrarrevolución.

Aquí el imperio sufrió la segunda derrota de su historia, debido a que el presidente Kennedy (titular de la clase gobernante) debilitó el golpe preparado por la clase dirigente, entrando en abierto conflicto con ésta porque, además, pretendía dar fin a la guerra de Vietnam.

Mientras tanto la Revolución Cubana -empujada por el imperio estadounidense- al encontrar apoyo político y económico en la Unión Soviética entró en su área de influencia y, entonces sí, estableció el socialismo como ideología de Estado.

En 1962, cuando el Pentágono descubrió que la Unión Soviética había instalado misiles nucleares en la isla, se presentó la primera amenaza de guerra nuclear que provocó lo que conocemos como “crisis de los misiles”; Kennedy, negándose a dar el primer paso, negoció con Nikita Khruschov: la URSS retiraría los misiles nucleares de Cuba y Estados Unidos se obligaría a no invadir la isla. No sabemos si se habló del resto de América Latina.

El hecho es que la clase dirigente no toleró más la política negociadora y pacifista del presidente y Kennedy fue asesinado en 1963. Quedaron con las manos atadas para invadir Cuba, pero recrudecieron su política militarista y represora en América Latina estableciendo gorilatos por doquier en una de las peores etapas de invasiones y golpes de Estado, para evitar a toda costa el surgimiento de otras revoluciones populares.

LA NOCHE DE TLATELOLCO. El embajador de Estados Unidos y el director de la CIA en México -Fulton Freeman y Winston MacKinley Scott respectivamente- habían logrado engatusar al presidente Gustavo Díaz Ordaz; con su complicidad organizaron la matanza de Tlatelolco a cargo de francotiradores del Estado Mayor presidencial que dispararon contra el ejército y los estudiantes, culpando a éstos de la agresión[5] para iniciar la represión general y desembocar en el golpe de Estado del país que mejor ejemplo podía ser para que el resto de América Latina entendiera que su control por parte del imperio era total. Menos cuba, por supuesto.

UN MEXICANO ÍNTEGRO. En la misma noche del 2 de Octubre de 1968 el General Marcelino García Barragán -Secretario de la Defensa Nacional- se enteró de toda la maniobra, que le había sido cuidadosamente ocultada; a la mañana siguiente Freeman se presentó en su despacho para ofrecerle el apoyo del presidente de Estados Unidos, Lyndon B. Johnson, para dar un golpe de Estado y convertirse en dictador militar.

El General García Barragán, a diferencia de los militares traidores del continente que se arrodillaban ante los embajadores gringos cuando les hacían la misma oferta, lleno de ira expulsó de su oficina al insolente que le hizo tan indigno ofrecimiento. Su presidente -Díaz Ordaz- lo había traicionado, pero no por eso él iba a traicionar a México.

Si el General García Barragán hubiera aceptado la propuesta de Johnson, la sanguinaria Operación Cóndor a nivel regional hubiera empezado en 1968; como no lo hizo, los espías de la CIA tuvieron que esperar hasta 1973 para encontrarse con otro que sí tenía madera de traidor: Pinochet.

El nombre de ese digno militar mexicano que fue el General Marcelino García Barragán -uno de los más grandes ejemplos de nuestra historia patria y de la de América Latina- debe inscribirse con letras de oro en el Congreso de la Unión.

(Continuará)

Aguascalientes, México, América Latina

Notas:

[1] Operación Dropshop. Wikipedia.

[2] Operación Paper Clip. Wikipedia.

[3] La Alianza del Pentágono con los nazis. Red Voltaire. http://www.profesionalespcm.org/_php/MuestraArticulo2.php?id=5464

[5] Parte de Guerra, Tlatelolco 1968. Julio Scherer García y Carlos Monsiváis. Editorial Nuevo Siglo Aguilar, México, 1999.

 

Netzahualcóyotl Aguilera R. E.J

La Jornada (Aguascalientes, México)
Viernes 26 de octubre 2012 

Autorizado, para Letras-Uruguay, por el autor

 

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