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El observatorio

Solo la educación nos salvará
Delfina Acosta

Los árboles bien regados sacian su sed, con las bocas de sus raíces, y dan buenos frutos. Grandes, olorosos, morochos y rubios.

Crece como la melena del dios Narciso la copa del árbol de durazno. Y son sus frutos deliciosos al gusto. Con qué avidez hincamos los colmillos en su carne amarillenta y blanda que fluye a través de su dulce jugo.   

La piel que envuelve al fruto es suave y ligera al tacto como una tela de terciopelo que oficia de mangas en el vestido de madame de tal.   

Atraídos por la dulzura y el frescor y el rumor y el soplido que prenden en las hojas lisas, largas, anchas y en las ramas de aquel árbol, vienen los pájaros de capucha roja, y las aves como cuatrojos y carpinteros, y se quedan a trinar en su copa; algunos pájaros cortejan distraídamente a las flores rosadas, livianas y etéreas y picotean la carne sabrosa hasta llegar al corazón: el carozo. Satisfechos, los profanadores emprenden vuelo ruidoso, para retornar al día siguiente, a cierta hora de la tarde. O de la mañana.   

De la semilla depende la suerte del árbol.   

Porque tú habrás visto a lo largo de tu existencia árboles que parecen disgustados consigo mismos como la higuera, que es triste y es áspera. O el sauce.   

La naturaleza recrea la historia de los pueblos.   

Si somos, como pueblo, mala semilla, no podemos aguardar mas que árboles flacos, torcidos, esmirriados y sin frutos, que los limpiadores del huerto, por orden de la señora que los manda echar, tumban silbando alegremente una canción traída del campo.   

Somos mala semilla. Yo misma me incluyo dentro de la mala semilla. Estoy hecha de fibras secas. Me considero un epicarpo, mesocarpo y endocarpo abortados.   

No tengo la educación que tienen los habitantes de los países desarrollados. Soy el producto y la consumación de un país que ha sido siempre saqueado por sus gobernantes y donde la gente no tiene el hábito ni la conciencia de un pensamiento progresista, víctima como es de la mediocridad. La educación que recibí en mi infancia ha sido de las peores. Como la tuya. Como la de todos.   

Es bueno protestar. Hace bien a los pulmones. Con nuestras protestas ganamos el disgusto y la atención de la gente.   

Maldición: somos semilla fea.   

Hacemos crecer, como semilla horrible que somos, sauces llorones con joroba y viento malo encima. No importa que no seamos malvados y deseemos días mejores; hemos contraído el estigma de la ignorancia y un pasado nefasto. Abuelos ignorantes, padres ignorantes, hijos ignorantes. Tú ya lo sabes... Por ahí, en algún momento, pueden verse algunas excepciones, que no suman lo suficiente, por supuesto, para que broten árboles como los manzanos o las peras o los manzanos o los guayabos.   

Somos simientes de los sauces.   

Y los sauces echan a su vez malas semillas a la tierra, de modo que en breve tiempo se produce una multiplicación infinita de lo malsano. Somos portadores de mediocridad, de carencia de valores morales, de sumisión perruna, de ignorancia. Y el siglo XXI que asoma con sus luces en Francia, Inglaterra, Estados Unidos, y, ya sabes, los países del Primer Mundo. Y nosotros varados en un simple año. Cuando en China ya se ha creado el tren más veloz del planeta y los canales de la televisión argentina pasan al aire importantes programas educativos, nuestra educación sigue en estado embrionario.   

La sociedad debe tener puestos los ojos en el accionar del Ministerio de Educación y Cultura. Eso, educación y cultura para salir del pozo.

Delfina Acosta
ABC COLOR, Asunción, Paraguay, 3 de enero de 2010

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