Roque Vallejos en el recuerdo
Delfina Acosta

Roque Vallejos es una figura capital dentro de la poesía paraguaya.El crítico y poeta Hugo Rodríguez -Alcalá solía decir que Roque Vallejos tenía no solamente la intuición y la percepción comunes en los intelectuales y artistas rigurosos, sino una sólida formación literaria que le permitía opinar con propiedad sobre la poesía, la novela y el cuento.

“Ah... Roque Vallejos es palabra mayor”, contaba, mientras me miraba con aire de confabulación. Yo entendía el mensaje: “En el Paraguay son pocos los elegidos para ejercer la crítica literaria”.

Nació en Asunción en 1943 y falleció trágicamente en el mes de abril del año 2006. Fue médico de profesión y psiquiatra.

Me comentaba doña Josefina Plá que Roque Vallejos debía estudiar dentro de un cúmulo de penalidades y privaciones, pues su madre era alcohólica y era él quien la cuidaba. Tempranamente, pues, se inició el poeta y escritor en la existencia que duele y carcome.

Fue miembro de número de la Academia Paraguaya de la Lengua Española desde 1973 y de la Sociedad Científica del Paraguay.

Tenía una columna que levantaba polvareda, sufrimiento ajeno, y gloria en algunas personalidades, en el diario Última Hora, allá por la década de los 80. Me refiero a “Recogiendo guantes”.

Entre sus hermosos poemarios se citan: Pulso de sombra (1961), Los arcángeles ebrios (1964), Poemas del Apocalipsis (1969), Los labios del silencio (1986). Igualmente, es autor de dos antologías: Antología crítica de la poesía paraguaya contemporánea (1968) y Antología de la prosa paraguaya.

UN POEMA DE ROQUE VALLEJOS
PARÁBOLA DE LA RESURRECCIÓN


A la llorada memoria de mi tío Livio
Pérez Garay, guía y maestro.


Se ha apurado la sangre
inútilmente
desde el vacío cáliz de la carne,
se han sorteado en vano
las entrañas del hombre,
como vampiro inmenso
el cielo abre sus alas,
la tierra se desdobla
en dos maderos anchos.

Ya ha consumido el sol
su propio fuego, como un licor
para embriagar al mundo,
y en el opaco alero de su sombra
sólo el lampo del hombre.

Como un turbión de nubes
se despeña, la figura de Dios
sobre el abismo,
mientras su luz rebota
desde el fondo
como espuma hasta el hombre.

Y se ha rasgado en dos
el velo de la muerte
en la hora novena,
y se ha borrado
el límite del tiempo,
mientras la cruz vacía
se yergue sobre el mundo
el hombre se reencarna
en la madera,
y fosforece.

Delfina Acosta
ABC COLOR, Asunción, Paraguay, 22 de febrero de 2009

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