Postal de una biblioteca
Delfina Acosta

Yo recuerdo una vaga biblioteca de mi infancia compuesta por libros religiosos que mi madre recibía periódicamente. Las revistas “Atalaya” y “Despertad” descansaban sobre un estante de madera de ébano. En el fondo de un ropero de luna se hallaban tres libros de Miguel Cervantes de Saavedra, uno de Lope de Vega, y todas las ediciones de la revista Selecciones. Pero también Platón, La regenta y las obras teatrales de Tirso de Molina y Calderón de la Barca estaban en algún sitio. Esa fue la biblioteca desnuda de mi infancia.

Jorge Luis Borges leía desde niño. Escuché comentar a un entrevistador televisivo de España, sentado frente a Borges, que su hermana veía a su hermano, tumbado boca abajo sobre su cama, leyendo durante horas libros.

¿Qué libros lee usted?
¿Le interesa el libro Las aventuras de David Balfour, del gran Robert Stevenson?

El buen lector, el gran lector, el escritor, al adentrarse en el flujo y reflujo de palabras y sentimientos de un libro, entra en una suerte de estado de gracia. Al cerrar el libro, ubicando el señalero en la página indicada, sigue hojeando con el ánimo alerta, las imágenes y las situaciones mágicas así como las metáforas planteadas por el escritor, antes de entregarse al sueño.

Leer a Borges, que, particularmente, es para mí, un poeta armador de tramas (casi cuentísticas, me resulta deprimente, pero un buen lector debe tener sus ejemplares en su haber).


Aquellos libros anónimos como El lazarillo de Tormes, El Cid Campeador, son, por su racionalidad exquisita, un estímulo para el lector escritor.

LOS TRADUCTORES

Hay que tener en cuenta, en el momento de comprar un libro, qué traductores se traen a la casa. Conozco yo seis traductores de Las flores del mal. El conocido poema “El albatros” suena diferente y tiene, por su supuesto, un estilo distinto, en la versión de cada uno de ellos.

Mark Twain es un clásico. Clásico no es sinónimo de antiguo. Antiguos o inapropiados para cualquier época son —más bien— aquellos textos que no prenden entusiasmo en la mente y en el ánimo del lector pues fueron concebidos en un estado de pereza, de carencia de ideas, y responden al formato mental del hombre desentendido de su propia realidad.

Por lo demás, cuánto buen gusto, cuántas metáforas, cuánto tratamiento pormenorizado de la riqueza estilística puede haber en los llamados “clásicos”.


Juan Rulfo es un escritor que recomiendo.

Y Gabriel García Márquez.

Y Augusto Roa Bastos, tanto como Hérib Campos Cervera y Josefina Plá.

Todos los rusos: Fedor Dostoievski, León Tolstoi, Pushkin, Gógol, Chejov, Nabokov, etc.

Entre los argentinos: Julio Cortázar (¿por qué no leer y releer los recovecos literarios de ese enorme lustre del cuento “Carta a una señorita en París”?), Adolfo Bioy Casares, Manuel Mujica Laínez, Ernesto Sábato (pero no sólo por su obra El Túnel, sino, fundamentalmente, por su excelencia artística Sobre héroes y tumbas). Manuel Puig. ¿Cómo no seguir, en estado de iluminación anímica, El beso de la mujer araña, o sea, la historia apasionante de un guerrillero y un homosexual metidos dentro de una celda?

Y además, los antepasados literarios: José Hernández y Ricardo Güiraldes.


¿Y entre las mujeres?
Pues la autora de Las invitadas, o sea, Silvina Ocampo, hermana de Victoria Ocampo, directora de la revista “Sur”, tiempo ha. Hay un libro que tengo por ahí, y que me causó una viva impresión al leerlo: Mañana digo basta, de Silvina Bulrich.


Prohibido olvidar a Roberto Arlt, con sus cuentos que tenían tantas gotas de perversidad y de extraña locura. Los críticos literarios encuentran relación entre su obra y las de Fedor Dostoievski. Hay un enlace psíquico, dicen.


El mejor poeta que dio los Estados Unidos es Walt Whitman. Incorporó la esencia del hombre norteamericano y el espíritu de una gran nación, Estados Unidos, a su obra que hasta ahora se lee y relee con franco placer: Hojas de hierba.


Henry James, Edgar Allan Poe, que cumplió 200 años de nacimiento, y partido en dos por sus demonios internos, escribió cuentos de inédito nivel literario, son autores de cabecera.


Recomiendo la colección completa de las obras de Edgar Allan Poe, de William Shakespeare, de Goethe, y de todos aquellos que, por su lucidez poética y narrativa, constituyen la gloria del pasado literario si bien continúan tan vigentes como cualquier autor de este siglo.

Ernest Hemingway, con su obra “¿Por quién doblan las campanas? es un elemento literario indispensable en la biblioteca.

Truman Capote, sobre todo con su novela A sangre fría, tiene una presencia básica (desnuda una realidad social) en cualquier colección.

Los entrañables poetas del Siglo de Oro de la poesía española son imprescindibles.

En fin, el caso es que leer no sólo constituye una edificación mental para el lector, sino que forma una verdadera conciencia artística en los lectores-escritores.

Yo sé que hay que saber leer. La lectura requiere momentos emotivos y momentos de reflexión para afianzar el oficio escritural.

Delfina Acosta
ABC COLOR, Asunción, Paraguay, 8 de febrero de 2009

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