Polémica
¿Poetisas infelices?
Delfina Acosta

Fueron infelices algunas célebres poetisas como Gabriela Mistral, Alfonsina Storni, Alejandra Pizarnik, Delmira Agustini, Sylvia Plath? En principio, creo que no. Mucho no me atormenta la lógica para venir a descubrir que hubo momentos, en la existencia de tales escritoras, justificados plenamente, vale decir, felices.

Pero aquella trabajosa costumbre de “urdir endecasílabos”, de intentar manejar las pulsaciones de los versos, de buscar los múltiples rostros del Arte, ha influenciado, sin lugar a dudas, dolorosa, inquietantemente, en su sistema nervioso, predisponiéndolas para la melancolía y la frustración, y apartándolas de la paz , del relajamiento espiritual, de la cotidianeidad embalsamada.

La poetisa argentina, Alfonsina Storni, nació el 29 de mayo de 1892 en Sala Capriasca (Suiza). Se quitó la vida en Mar de Plata, el 25 de octubre de 1938. Hablaba de su creación poética en estos términos: “Escribo para no morir”. Pasó por varios intentos de suicidio, y siendo maestra, sus frecuentes estados de neurosis la obligaban a guardar cama. Una amistad entrañable la unió al magistral escritor uruguayo Horacio Quiroga, quien también se suicidó.

Toda su poesía era un alegato a la muerte, a la perpetuidad póstuma en las aguas marinas. Sin embargo, ella tenía sus momentos de alegría. Y vaya que era querida en el mundillo literario de Buenos Aires, por sus excentricidades y su espíritu libre.

Alejandra Pizarnik, poetisa argentina, vino al mundo en 1936. Buscó a la poesía toda su vida. Era asmática, fumaba cigarrillos, tenía serios problemas de personalidad, consumía anfetaminas para bajar de peso y el mundo le pesaba. A pesar de todo escribía, y muy bien. Tratando de hallar un alivio para su enfermedad pasaba temporadas de internación en un hospital psiquiátrico. Era admirada en su país. Sus versos eran de los mejores, de puras perlas. No le sirvió el elogio de los extraños para salvarse de sí misma, de esa mujer talentosa y temerosa (al mismo tiempo) que era. Un día dijo basta, y se quitó la vida tomando voluntariamente una sobredosis de seconal. Era el año 1972. Dejó una obra literaria valiosa y abundante.

Gabriela Mistral, la gran poetisa chilena, Premio Nobel de Literatura, conoció el amor de un hombre, un empleado ferroviario, Romelio Ureta, quien se quitó la vida. La poesía era para Gabriela un “magisterio”. Le cuenta a Emma Godoy, colaboradora suya, que contaba en su trágico haber varios suicidas, y hubo otros hombres que si no llegaron a ese extremo, se entregaron a la drogadicción. “Quien me ama, muere”, solía repetir. Y en ocasiones agregaba: “Como en el Hades a cierta heroína mitológica, así me seguirá a mí el coro de mis enamorados muertos”. Falleció en Nueva York, en 1957.

Las poetisas despiertan siempre admiración. Es decir, las buenas poetisas, las intachables, como Gabriela Mistral, a quien le sucedió la genialidad, la admiración de hombres y mujeres, la fama, pero también el desconcierto por el suicidio de su joven sobrino Yin Yin.

Delmira Agustini fue una artista precoz. Poseía dones para la pintura y la música. Nació en Montevideo el 24 de octubre de 1887. Era todo encanto y belleza. Su poesía es de las mejores; Rubén Darío profesaba admiración por su obra. Comenzó con la fortuna de ser una poetisa tocada por la gracia de Dios. Pero tenía momentos místicos, instantes de extrema sensibilidad nerviosa, de enajenación, a veces, que la dejaban postrada en el lecho. Se casó con Enrique Job Reyes, y él, un oscuro día, le quitó la vida con dos tiros de revólver, para después suicidarse. Corría el año 1914 y el trágico fin de los amantes sacudió a la sociedad uruguaya.

La novelista Sylvia Plath nació en Boston, el 27 de octubre de 1932. Hija de Otto Plath, inmigrante alemán y profesor de Zoología, es una de las poetisas más emblemáticas de los Estados Unidos. Su esposo, el conocido poeta Ted Hughes, decía que ella gozaba de poderes telepáticos. Los aprietos económicos, el desangramiento interior que le producía una existencia que no iba con su manera de pensar, la llevaron a autoeliminarse. Metió su cabeza en el horno de la cocina el 11 de febrero de 1963. La figura paterna tuvo mucha influencia en esta escritora cuyas obras son la revelación de un genio. Su viudo publicó los diarios de Sylvia.

¿Se paga la belleza, el arte mismo, con la muerte? En algunos casos, sí. Las determinaciones de otras poetisas, más o menos significativas, más o menos conocidas, de dudoso talento, no cambia ni un ápice, ni un céntimo, la historia. La puerta a la polémica está abierta.

 

Delfina Acosta
ABC COLOR, Asunción, Paraguay, Domingo 3 de junio de 2007

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