Opinión

Paraguay extremo
Delfina Acosta

A ver si nos entendemos. El país está que apenas puede caminar, porque la desnutrición le ha llegado a los huesos. Los momentos de dignidad social son pocos, raros, y cuando se dan, los festejamos con los brazos abiertos bajo el sol. Supone una gran desilusión pasar los días en blanco, en permanente postergación, en silenciosa oscuridad.

Es una pena decirlo: en este suelo donde los días suelen ser soleados, casi siempre, nuestra tristeza se reaviva, a menudo, por culpa de la mala acción de los hombres.

En tales condiciones a nadie resulta fácil sobrellevar los meses y los años, que se presentan ásperos, pues el ánimo se va curtiendo.

La única medicina que hoy funciona es la idea del cambio.

Está instalada en la conciencia de los paraguayos, la idea, la esperanza de que este Gobierno (al que se lo puede impugnar por sus permanentes y sistemáticos robos al pueblo) sea enviado a un escenario lejano, al otro lado del mar, a un sitio geográfico donde terminan sus días los hombres ambiciosos.

Hemos venido al mundo a ser felices, pero he aquí que cuando deseamos festejar algo, la misma vida, por ejemplo, ya nos censuramos, y nos ponemos a sacar cuentas, y nos damos por enterados de que no nos alcanza el dinero ni para descorchar una botella de vino.

Necesitamos tomar conciencia de que no debemos habituarnos a una existencia miserable. Yo, particularmente, no acepto este estado de parálisis general que vive nuestro país.

Algo más que un sentimiento humano, un dolor sobrehumano, se agiganta como fuego en mi alma y me hace repudiar tanta podredumbre.

No cabe en mi mente un solo renglón de los discursos oficialistas. Cierta cosa en mí (supongo que es un cachito de inteligencia) me lleva a rechazar este Gobierno que está succionando diariamente la sangre del pueblo. ¿Cómo puede salvar al Paraguay de su desarticulación política, social y económica, el oficialismo, si los oficialistas están al margen de la razón, del patriotismo, de la mesura, de la honradez y de la decencia?

Yo busco el cambio, como muchas personas. Me parece natural que busque el cambio para mí y para los miles de desdichados que van al extranjero en busca de mejores opciones económicas.
Busco el cambio para los jóvenes que ven sus sueños manoseados por manos oscuras, para aquellas sombras humanas que deambulan por las calles, con el hambre trajinando en sus entrañas, para aquella quinielera de la esquina, vendedora de ilusiones, siempre encorvada sobre un cartón donde están anotados los imposibles números de los sueños.

Por ahí nomás corre el verso de que hay que dar las riendas del país a la mujer paraguaya, luego de 200 años de postergación. Los cargos hay que merecerlos. Si figurara dentro del espectro político una dama con carisma, conocedora cabal del drama paraguayo, una estadista sui géneris, me sentaría en un banco a pensar. Pero tal mujer, dentro del escenario de los momentos extremos que vive el Paraguay, no veo. Ah..., existiera una dama como Madame Curie, con sus ideas científicas transformadas en ideas revolucionarias, que hicieran sonar mil tambores al unísono...

Pues bien, visto y considerando el páramo nuestro de cada día, cabeceo.
Pero no es bueno quejarse en demasía. El cambio, para gusto de los miles de paraguayos que viven en el suelo patrio y en el extranjero, se viene. Y no hay maldad ni trampa algunas que sean capaces de detenerlo.

Delfina Acosta
ABC COLOR, Asunción, Paraguay, Lunes 16 de julio de 2007

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