Panóptico

Epístola al Paraguay

Alfredo P. Alencart
Profesor de la Usal

Querida Delfina: Leo un texto tuyo que pronto renacerá en Salamanca y se me declara la suprema claridad de las zozobras que giran adentro del silencio de una mujer de todo tiempo y latitud: “…Acaso es tarde./ Acaso el tiempo/ me llegó de golpe/ por andarme de madre,/ por andarme de hija,/ y este fuego nocturno/ que sube por mis huesos, este aullido feroz/ que levanta mi sangre,/ ya no son señales/ para llamar a nadie”. Me percato que no se trata de la talla de un epitafio para el olvido: lo tuyo es entrega imantada al bello sexo de esa gran poesía que procrea más luz en el fértil vientre de la sencillez. Lo tuyo, Delfina Acosta, es caravana de cánticos con vocación universal, con Eros y Tánatos como dueños del castillo de tu realidad. Y qué decir del soliloquio enllamarado que practicas con el Supremo cuando te sientes desolada. Pero ¡ay! con el amante y sus delirantes palos de ciego, ¡ay! con los otros secretos que nunca salen de tu boca: “Y por amarme y por besarme tanto,/ y por morderte y luego por lamerte,/ cayó el adiós, cayó después la lluvia,/ en esta última tarde de diciembre”. Lo tuyo es confluir con Gabriela, Alfonsina y Emily. No digo que respiras como ellas, pero sí que perfilas el vuelo al mismo amanecer victorioso de esas damas que añadieron sus tesoros al arcón de la memorable poesía. Lo tuyo es tomar tranquila posición para luego adensar la noticia: 

“Será tal vez el alma lo que duele/ porque siendo verano paso frío”. Querida amiga: No tengas el ojo desmayado ante el espejo de los desengaños: “Ayer estaba alegre y contagiosa./ Hoy mi ojo triste en el espejo espío./ Por la salud de todas tus amantes/ hago sonar mi copa contra el piso”. Donde combate una poeta enamorada queda la almohada viva y el sudor que conoció el aire. Pero tras la ventana carnal se perpetúa como mármol la escritura que ensambla amor y desamor acantonando su voz en una cornisa que parece de leyenda. Y eso lo haces tú, Delfina Acosta, pues debo confesarte que la estela de tus plegarias sólo dejan heredad. Tu libro lo coloco en la mesa del comedor que da al río Tormes. Así podré saborearlo sobre el mantel de ñandutí que resiste la temperatura del destierro.

Alfredo P. Alencart
Profesor de la Usal
"El Adelanto", Salamanca, España
3 deoctubre de 2006

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