Cuando
le echo una mirada a mi correspondencia electrónica, me llama la atención
la curiosa tendencia que van adquiriendo algunos mensajes.
Quién no ha oído hablar de Jorge Luis Borges, aquel poeta que a los
cincuenta y cinco años perdió –definitivamente– la vista, pero siguió
escribiendo porque él había nacido para escribir y para sembrar asombro
en los filósofos y en sus contemporáneos.
Y eran sus versos para echarnos a pensar en los elementos del universo,
para envolvernos con una capa de tristeza, a veces, pues sus versos
hablaban de eso, de la tristeza de existir y del desamparo que siente el
hombre ante la muerte.
En una oportunidad recibí un correo donde se le adjudicaban a él alegres
ocurrencias sobre el arte de vivir, de compartir lo bonito del amanecer y
del atardecer y otras ñoñerías por el estilo.
Caramba: Venir a escribir sobre tantas cosas, y usando signos de admiración,
después de muerto, sobrepasa toda molestia y picazón. Y todo porque a
alguien se le ocurrió adjudicar un ligero y superficial mensaje de amor,
luz, paz y felicidad a Jorge Luis Borges.
Hace una semana, aproximadamente, me llegó otro mensaje. Sorpresa: Las
palabras pertenecían a Martin Luther King, quien abrió su célebre
discurso en los escalones del monumento a Lincoln diciendo: “Yo tengo un
sueño. Estoy feliz de unirme a ustedes hoy en lo que quedará en la
historia como la mayor demostración por la libertad en la historia de
nuestra nación. Hace años, un gran americano, bajo cuya sombra simbólica
nos paramos, firmó la Proclama de Emancipación. Este importante decreto
se convirtió en un gran faro de esperanza para millones de esclavos
negros que fueron cocinados en las llamas de la injusticia. Llegó como un
amanecer de alegría para terminar la larga noche del cautiverio”.
Pues bien, esa frase “Yo tengo un sueño”, que fue el inicio de un
histórico discurso y llama viva de la lucha de un hombre por su ideal,
llegó a mi correo electrónico transformado en un “Yo tengo un sueño
de amor, de paz, de cariño, y de deseos de mirar el mundo convertido en
un planeta color rosa”. Y otros sueños que ya no recuerdo.
Ay, don Martin. ¿Se da cuenta usted en qué han transformado su
discurso? Y había que ver las ilustraciones de las frases a usted
adjudicadas: un arco iris sonriente, unas flores dibujando un corazón de
chocolate y un cielito lindo.
Tampoco se salvó Mario Benedetti. El escritor uruguayo, autor de “La
tregua”, también fue utilizado por estos amables usuarios que quieren
cambiar el universo a través de términos bonitos, querendones, y libres
de acentos ortográficos.
Le “hicieron decir” cosas empalagosamente regadas con la expresión de
un amor chocolatado.
Cuánta cursilería y cuánta buena fe al mismo tiempo.
Pero usted no tiene nada que ver con eso, don Mario. Digo, no son suyas
aquellas palabras que incitan al amor y a la esperanza, a través de un
lenguaje que es la lectura más acabada de la mediocridad.
Pero todo sea hecho en el mundo para ser perdonado.
¿Qué culpa tienen los ignorantes que solo quieren mejorar el mundo
usando palabras querendonas, aunque se aprovechan del nombre de los
muertos ilustres? |