Miguel Hernández
De la poesía a las alturas

Delfina Acosta

¡Qué mucho tienen que aprender los poetas de hoy día de los poetas de ayer! Uno mira los poemas publicados aquí y allá, los versos aparecidos en muchos blogs de Internet, y se queda pensando cómo diablos hicieron tantos poetastros para convertir en sal lo que antes era dulzura, y en esqueleto lo que antaño era forma humana de hermosa y amorosa criatura.

¿Qué pasó con las fábulas, con las églogas de Garcilaso de la Vega, Lope de Vega, Luis de Góngora y Argote? Ya no las leen quienes tienen por hábito escribir. Me viene a la memoria la Generación del 27; una generación que a todas luces, después de los poetas del Siglo de Oro de España, ha dado una abundante y dichosa cosecha a España y al resto del mundo. De entre sus integrantes, quiero recordar en esta fecha a Miguel Hernández. Puede decirse que tuvo una formación empírica. Eso sí, leyó exhaustivamente a los clásicos del Siglo de Oro, y en el ingenio de Lope de Vega, Calderón de la Barca, Garcilaso de la Vega, Francisco Quevedo, fue trazando el mapa de su poesía hasta hoy vigente. Era un simple pastor de ovejas. Nació en Orihuela, España, en 1910, y los días de su vida se fueron apagando lenta, trágicamente, en una cárcel, durante la Guerra Civil española.

Tenía tan solamente treinta y dos años -¡la edad de la poesía y de la flor recién abierta!- cuando murió. En sus poemas se nota claramente un estilo personal, único, que traspasó todas las fronteras, llegando hasta nuestros días con sus calidades y sus cualidades.

Sobre todo debe considerarse la conciencia social de este gran poeta español. Y en cuanto al lirismo, a lo misterioso e inescrutable de sus sentimientos, no creo equivocarme al decir que Miguel Hernández ha sido uno de los grandes líricos de la poesía española y de todos los tiempos. Como quiera que se haga una antología, parcial o panorámica de los poetas españoles, Miguel Hernández está, como Federico García Lorca, Vicente Aleixandre, Rafael Alberti, Dámaso Alonso, Pedro Salinas, siempre presente. Pero está como una muchedumbre, valga la metáfora, porque tan digna, tan consecuente fue con la poesía, que en ella se le fue la vida.

Versos matizados con lo denso y lo ligero, lo oscuro y lo blanco, plenos de revelaciones. Versos que necesitan, tal parece, conectarse con urgencia con el lector, para sentirse en tierra firme. No hay precisamente un valor psicológico en sus versos, y nada importa que no lo haya. Lo suyo fue el ingenio, el ofertorio del amor que ofrece la inquietud del hombre, que llegó a ser, pleno de vivencias, criatura de sí mismo en su encuentro con un dulce querer, el de su esposa. Leamos a Miguel Hernández. En su obra se encuentran las alturas de las revelaciones.

Exequias
A mi canario


(fragmento)
Trino mollar de ruy-señor tenías,
flor de chumbo sonora;
trino mollar de ruy-señor tenías,
y tu visión del mundo era redonda.
Enfermo de la Isla, habías venido
del plátano a mi casa;
¡pobre! canario mío,
que no eras mío, que eras de mi hermana.
Por ponerte a los soles morenico,
yo te sacaba al patio:
pendiendo de los calvos como Cristo,
tú siempre estabas pálido.
Y no he podido verte la agonía...
De tu muerte molesto,
la arrojó en su color la madre mía,
relámpago sereno.
Otro poeta menos: ¡por fin! libre
de esclavitudes tantas.
sola y monda, sin ti, la jaula insiste
en su actitud cerrada.

Miguel Hernández

 

Delfina Acosta
ABC COLOR, Asunción, Paraguay, Domingo 28 de Enero de 2007

ABC COLOR

 

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