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Manuel Martínez, artista de las teclas
Delfina Acosta

Manuel Martínez Domínguez, uno de los más prestigiosos profesores de Piano y de Educación Musical de nuestro medio, ha tenido la oportunidad de estudiar en el Ateneo Paraguayo con lo más selecto que podía ofrecerle el país. Actualmente, desde esa institución, aboca sus esfuerzos al desarrollo de la educación musical. Allí enseña a niños y jóvenes que quieren aprender a tocar el piano, y a profesores que desean incursionar en el ámbito de la didáctica musical, especialmente en la pedagogía de ese instrumento.   

- ¿Cuándo es el momento apropiado para empezar a estudiar piano?   

- Cuanto antes, mejor; no importa la edad. Modernamente existen varios métodos que hacen posible el aprendizaje del instrumento en cualquier momento de la vida. Solo es necesario el querer hacerlo. Toda persona, en manos de un hábil maestro, con toda seguridad llegará a tocar el piano. Recordemos que la música no es el fin, no es el destino, sino el medio, la manera de viajar; y el piano, el coche con el que emprenderemos ese viaje. Tengamos presente siempre: no existen alumnos incapaces, sólo profesores incapaces.   

- En algún momento hablamos de didáctica. ¿Existe la didáctica del piano?   

- Por supuesto. La didáctica es la disciplina que hace fácil un conocimiento, o habilidad en este caso, sólo en apariencia difícil. La didáctica dosifica el conocimiento permitiendo llegar al objetivo de manera fácil, segura y, sobre todo, divertida. Antiguamente, y en nuestro país todavía, se utilizaban programas de estudios que presuponían que sólo aquellos especialmente dotados para el arte musical podían tocar el piano. Nada más falso. Querer es poder; el límite nos ponemos nosotros mismos.   

- ¿Hacés recitales?   

- Nunca; sólo toco para mis amigos en el marco de alguna “schubertiada”, o bien les acompaño en la lectura de sus poesías. A los amigos siempre dedico las interpretaciones. Nunca una interpretación es igual a otra, aunque hagas un “da capo” o un bis. Toda interpretación sólo es igual a sí misma; en el arte, nada permanece, todo cambia.   

- ¿Qué significa para vos interpretar?   


- Interpretar es traducir. Traducir lo que el compositor quiso decir con una pieza musical. Una buena “traducción” implica un alto conocimiento del periodo cultural de la génesis de la obra, un acabado conocimiento de la estética y el gusto imperantes en el momento de su eclosión. Interpretar un trozo musical involucra, momentánea e indisolublemente, al compositor y a su intérprete; de allí que este artista tiene la gran responsabilidad de reproducir, lo más fiel que le sea posible, la obra que encara. No obstante, una interpretación es como una asíntota: se acerca infinitamente, pero sin tocar jamás a ese ideal que se encuentra en la mente creadora del compositor. La señora de Ros, mi profesora, siempre decía: “Uno nunca toca bien; uno siempre toca mejor, y cada vez mejor y mejor”.   

- ¿Componés?   

- No; en ocasiones, hago arreglos de música de películas, de musicales y alguna vez lo hice con temas de algún grupo de rock. Lo mío es la interpretación y, sobre todo, la enseñanza de la interpretación de lo que comúnmente se llama música clásica. Me apasiona la decodificación de una partitura, la revelación del genio creador del artista que utiliza el más abstracto de los lenguajes: el de los sonidos.   

- ¿Qué fue lo último que tocaste?   

- 1492, La Conquista del Paraíso, de Vangelis.   

- Qué fue lo último que leíste?   

- El Renacimiento, de Paul Johnson, para encarar el tema con mis alumnos de Apreciación Musical.   

- ¿Algún profesor a quien recordás?   

De piano, a todos. Mi primera profesora fue María Elena Buongermini Genovese, quien a la sazón tocaba con el maestro estadounidense Jack Heidelberg, después de mis clases. En ocasiones, la profe faltaba; entonces tomaba las riendas el mismísimo Heidelberg, uno de los mejores discípulos de Aaron Copland. Luego seguí con Josefina Abate de Ciotti, con Chiquita Ruggero de Forestieri, con Oscar Dresler, que me enseñó la interpretación historicista de la música barroca cuando acá ni se hablaba de ello, y finalmente con María Luisa Báez Vergara de Ros, “la nota más alta del piano paraguayo”. Con todos ellos en el Ateneo, bajo la dirección de la Dra. Ercilia de Talavera. Posteriormente volví a estudiar con Pierre Jancovic y toqué a cuatro manos y dos pianos con la concertista uruguaya Lilian Díez Serrano de Sandoval.   
  
- ¿Algún alumno a quien recordás?   

- A varios; algunos de ellos, grandes amigos: Bruno Prono, Maximiliano Bonin, Rodrigo Pampliega, Michel De Sousa, Alejandro Peyrat, Eliane Díaz, Lisha Piñánez y la más pequeña, Constanza Martínez…, chicos y chicas verdaderamente talentosos con quienes aprendí y sigo aprendiendo muchísimo.   

- ¿Una frase que sintetice tus esfuerzos en pro del arte musical?   

- La del pedagogo Zoltan Kidaly: “Para los niños, lo mejor es poco”.

Delfina Acosta
ABC COLOR, Asunción, Paraguay, 6 de marzo de 2010

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