El poder de la palabra
Libros que hicieron historia
Delfina Acosta

Hay libros que cambiaron la historia de la humanidad. Empecemos por la Biblia, que transformó al mundo. Y no digo que lo haya mejorado, precisamente, pues el Nuevo Testamento, integrado, en su mayoría, por las cartas o epístolas de San Pablo, aportó un sentimiento cristiano que fanatizó al hombre. El fanatismo dividió el modelo de la causa cristiana. Formó un clero, con enorme peso en países como España.

El Nuevo Testamento ha servido, a través de su lectura, para transformar vidas magulladas por el dolor. El pensamiento cristiano se instaló en la mente, y también en las almas de las gentes.

El cristianismo tomó su lado más grotesco cuando llegó el tiempo de la Inquisición, y muchos infelices, acusados de herejes, eran condenados a sufrir tormentos físicos y morir en la hoguera.

La transformación del alma es algo subjetivo, y sobre eso, pensándome prudente, no me atrevo a hablar. Sí puedo decir que, amparados en la religión cristiana, los pueblos de América han tratado de observar costumbres que, al menos en su contextura escrita, buscan dar una vida digna al individuo.

Cuántos religiosos, cuántos hombres de la Iglesia Católica se han rebelado contra las torturas y los vejámenes cometidos por los gobiernos totalitaristas en América Latina.

La Cabaña del Tío Tom

Hay un libro, La Cabaña del Tío Tom, escrito por la autora Enriqueta Beecher Stowe, que contribuyó -grandemente- a desencadenar una guerra civil que ya se veía venir entre los pobladores del norte y del sur de los Estados Unidos. La escritora iba publicando su novela, por entregas, a un periódico abolicionista. Esas entregas causaron una impresión prudente en los lectores, pero la publicación del libro, en el año 1852, despertó la conciencia del pueblo norteamericano. Se vendieron 50.000 ejemplares. Se desató la guerra entre los norteños y sureños que duró tres años. Al terminar el enfrentamiento, la esclavitud fue suprimida. Ya no más recolección de sol a sol, y bajo el látigo, de algodones para los amos insensibles quienes pensaban -incluso- que los negros no tenían almas. Ya no más grilletes, ni ventas en subastas públicas.

Había dicho Abraham Lincoln, de la autora de La cabaña del tío Tom, que Enriqueta fue la mujer que ganó la guerra.

El poder de la palabra

El poder de la palabra es infinito. Cuando uno escribe, guiado no solamente por el intento de denunciar, de poner en el tapete de las discusiones, aquellos vicios que arruinan la moral y las costumbres del hombre, cualquiera que sea su nacionalidad y su creencia religiosa, está justificando el uso de la palabra.

La palabra, que el autor la concibe como un arma de cambio para mejorar el nivel de vida de la gente, debe ser dicha con firmeza, casi con sentido religioso, sin faltar a la verdad.

El libro El capital, de Carlos Marx, cambió el destino de muchos países. Instaló el comunismo, que para mi interpretación, es una doctrina llena de luces. Pero el lector sabe que la intención del libro sólo tuvo éxito en la teoría, pues el comunismo desapareció, o, mejor expresado, mostró que era un pan muy duro.

El hecho de privar de la libertad al hombre es la más enorme tragedia que se pueda diseñar.

Ahora piense el lector en el grado extremo de tragedia que significa el secuestro de personas, práctica muy común en nuestros tiempos.

¿Cómo se puede aceptar que se separe a un ser humano de su familia, y se lo mantenga privado de su libertad, en un lugar solitario, a cambio de dinero?

Cierto es que el secuestro no tiene nada que ver con el comunismo de Carlos Marx.

Es preciso que alguien de mentalidad iluminada escriba un libro sobre la práctica atroz del secuestro para que éste desaparezca de la faz de la tierra. Sería el libro de los libros.

Hasta la fecha, poco o casi nada han hecho los gobernantes para acabar con el secuestro. Y debe considerarse que los países del mundo hacen un llamado ferviente, a través de la prensa, pidiendo por la liberación de los rehenes de las FARC.

Si la política verbal o activa de los dirigentes de varios países no da mayores resultados, ¿habrá que aguardar, pues, que alguien escriba una obra maestra capaz de desatar la bronca de los pueblos contra el secuestro?

Las venas abiertas de América Latina, de Eduardo Galeano, es un libro que intranquiliza; a través de sus muchas páginas, escritores, periodistas, sociólogos y simples lectores entiendan cómo se fue gestando el poderío de los pueblos desarrollados sobre la debilidad de los países de América Latina.

Escribir un libro

Lo importante de escribir un libro que toca las más sensibles cuerdas de un pueblo es que se está ayudando al lector a considerar la opción de rebelarse contra la historia oficial y tomar como causa de lucha, la práctica de la deforestación, el exterminio de indígenas, el rapto (a través de la política manipuladora) de los derechos del hombre.

Los versos de Pablo Neruda, quien escribe sobre el minero chileno que va perdiendo lentamente la vida en un trabajo de explotación, trazaron pensamientos angustiosos en el hombre del siglo XX.

Cierto es que la poesía social es una herramienta poderosa para muchos fines.

Pero quiero referirme a la poesía social de altos quilates. Entre los poetas socialistas que tuvieron gran influencia en muchas generaciones se encuentran Pablo Neruda, Hérib Campos Cervera, Elvio Romero, César Vallejo, Rafael Alberti. Y paro de contar.

Arte del Mundo

Hay libros de gusto exquisito, de forma literaria llena de gracia y de creatividad, que pasan a formar parte de la gran colección de arte del mundo de habla hispana. Por ejemplo, Fortunata y Jacinta, Don Quijote de la Mancha, Don Segundo Sombra, etc.

Aun dentro de estos libros, es posible percibir, y con mucha fuerza, una intención de cambio. Creo que todo escritor escribe, finalmente, porque quiere cambiar el mundo. Don Cervantes, a través de su personaje Don Quijote, nos muestra un planeta donde la formulación idealista está dispuesta a marchar por algún camino.

Quien escribe pensando en su prójimo está ayudando al lector a tomar conciencia de la sociedad y del individuo.

               Amores

Tengo los ojos enfermos,
deslumbrados, de mirarte
día tras día en la mesa,
donde viniste a sentarte,
frente a mi inocencia blanca
de niño con cuerpo grande.

Tengo la boca reseca
y los labios anhelantes
de juntarse con los tuyos,
que enseñan cuando los abres,
esa lengua pequeñita
en su cárcel de corales.

Tengo el sentido perdido
por el ansia de estrecharte
fuerte, fuerte, entre mis brazos
que alguna vez tú tocaste,
entre risas, distraída,
sin saber que en mí dejaste
temblores de pasión y fuego
en la esperanza de amarte.

Tengo febril como el sol
mi cuerpo que busca el tuyo,
tal como el buey busca el yugo
que esclaviza y da pavor,
tu cuerpo, vida y calor,
que no será mío, amor.


Juan José Leiro

Delfina Acosta
ABC COLOR, Asunción, Paraguay, 20 de abril de 2008

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