La palabra es libre
Delfina Acosta

La Declaración de Chapultepec dice en sus principios la sagrada escritura: la lucha por la libertad de expresión y de prensa, por cualquier medio, no es tarea de un día, es afán permanente.

Afánese, pues, el periodista honesto. 

Las palabras no pueden ser encerradas. Imaginen unas aves metidas dentro de una jaula. Perecerán de agobio más tarde o más temprano. Las hormigas darán cuenta de sus restos. 

Cuba es el país con el mayor índice de suicidios en Latinoamérica. A Cuba, el bastardo de Fidel Castro, le arrancó las alas. Cuánta sangre corre por sus prisiones. Cuánto silencio solloza en la isla desde hace años. 

Un alto índice de suicidio en un país donde no existe la libertad de expresión, donde el derecho a mejores expectativas de vida no existe, debería llamar la atención de Fidel Castro, de su hermano Raúl Castro, de los mandatarios de los países de América y de Europa, pero no. Nadie quiere cargar con la historia del muerto colectivo. 

Nadie desea ocuparse del pobre muerto que decidió un domingo arrancarse la vida porque ya no soportaba ese desayuno miserable, ese paisaje repetido de sus días y de sus noches, ese temor a despertar, y encontrarse dentro de una gran cárcel, todas las mañanas. 

Si nos quieren quitar la palabra, pelearemos. 

A través de la palabra soltada al viento, a los cuatro puntos cardinales, nos defendemos como ciudadanos de la falta de tino de los gobernantes y nos pronunciamos como la voz de quienes no tienen modo ni manera de expresar sus sentimientos, sus miedos, sus angustias y sus necesidades. 

Paraguay se está convirtiendo en un gran depósito de gentes que viven una existencia monótona, gris y cansada. Faltan fuentes de trabajo para los jóvenes. 

Es más; de la carestía de empleos se está pasando al despido de muchos obreros, oficinistas y mano de obra en general. 

Los periodistas, las personas que tienen una manera de expresarse, deben hacerlo dentro de un marco de absoluta libertad. 

Ni se les ocurra a los gobernantes querer cortarnos la palabra. 

Antes bien, trabajen dignamente, para que señalemos sus aciertos. 

Si hicieran bien las cosas, si no robaran al pueblo, si supieran dirigir un ministerio, si tuvieran ideas relevantes y fueran motivo de esperanzas en un pueblo que - todavía - sigue aguardando el cambio, no resultaríamos los periodistas gente tan incómoda. 

Pero incomodamos porque metemos el dedo en la llaga. Porque decimos lo mucho que dejan que desear. 

La palabra es el uso, el recurso al que echamos mano los hombres y mujeres de prensa para denunciar los ilícitos y los robos perpetrados contra el Estado. 

Paraguay -también- es un país donde la gente tiende a suicidarse. Pobreza, agobio, horizontes limitados, llevan a muchos individuos a la autoeliminación. 

Si quieren quitarnos la palabra, cometerán un delito contra la humanidad. 

Y el país será una gran cárcel donde la luz del sol no tendrá su razón de ser. 

La palabra es libre. Y nos sirve para no callarnos. 

La palabra no se encarcela. 

Ella sirve para denunciar y encarcelar.

Delfina Acosta
ABC COLOR, Asunción, Paraguay, 16 de marzo de 2009

ABC COLOR

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