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La melancolía y la literatura
Delfina Acosta

El escritor y periodista norteamericano Ernest Hemingway (1899 - 1961) se volvió alcohólico. Así cuenta la biografía. Narrador estadounidense nacido en 1899, y considerado por los expertos en crítica literaria como un escritor de notable influencia, se suicidó disparándose con una escopeta en 1961, en Ketchum.   

Un alma demasiado sensible no resiste los desgarramientos interiores. Y los desgarramientos, acompañados con alcohol, son mala combinación. Hemingway se alistó como voluntario en la Primera Guerra Mundial y participó en la Guerra Civil española y en la Segunda Guerra Mundial como corresponsal.    

Todavía me parece que estoy frente a la pantalla de cine, hace mucho tiempo, observando la película “¿Por quién doblan las campanas?”  Ese título sugerente de su novela más conocida muestra el corazón herido por la melancolía y el cansancio del autor.   

¿Qué es la melancolía?  

No lo sé. Pero en el diccionario existe una respuesta concreta: Tristeza vaga, profunda, sosegada y permanente, nacida de causas físicas o morales, que hace que no encuentre quien la padece gusto ni diversión en nada.   

Gogol era un gran melancólico.    

Fue un escritor ucraniano nacido en Soróchintsi el 1 de abril de 1809 y fallecido el 4 de marzo de 1852 en Moscú. Se cumplen, pues, doscientos años de su nacimiento.  

En vida no encontró la fama buscada. Los biógrafos y los estudiosos dicen que era una persona de carácter difícil e inquieto.    

Su vida privada estaba marcada por los compases de una economía llena de problemas y frustraciones. Tendía a alejarse de la sociedad; era hipocondriaco, mas sus escritos, llenos de esplendores de la mente, marcaron un nuevo panorama dentro de la literatura rusa.   

Su estilo tiene un fuerte contenido crítico contra la sociedad. Todo es posible en el mundo literario de Nikolái Gogol, quien escribió una obra por demás original y llena de expectativas espirituales Las almas muertas (1842). Como esta novela transcurre entre los pasadizos de la ultratumba después de la muerte, y viéndose el autor cerca de ella, quemó la segunda parte de las almas muertas, si bien algunos capítulos y páginas fueron rescatados.   

ATAQUES DE MELANCOLÍA   

Otra obra suya es su comedia El Inspector (1836).   

Los “ataques de melancolía” (a diferencia de hoy, la palabra “melancolía” remitía, en el siglo XVII, a un estado patológico cercano a la locura) suelen darse en las personas de extrema sensibilidad, causando en el organismo estragos.    

Rubén Darío, el poeta nicaragüense que admiraba al escritor y poeta Edgar Allan Poe, escribió los versos finales de su poema emblemático diciendo: “¿No oyes caer las gotas de mi melancolía?”.    
  
Rubén Darío pasaba períodos —cada vez más— extensos bebiendo alcohol. Era su destino el alcoholismo.    

Inteligente, el artista generalmente reconoce que una forma de hacer terapia es escribir, si bien no puede manejar su impulso creativo que toma rumbos independientes de su enfermedad.    

¿Qué enfermedad? 

Neurastenia, histeria, trastorno bipolar, manía, paranoia, monomanía, etc.   

Uno de los casos más emblemáticos de escritores torturados es quizás la novelista inglesa Virginia Woolf. En vida no fue reconocida como una gran escritora, salvo por algunos amigos y escritores que conformaban su círculo literario. Eso dicho sea de paso.   


Pero vamos al centro de su angustia. Se sentía perseguida; temores permanentes la asaltaban; temores a los bombardeos y a los asedios que cercaban la existencia de los ingleses. A pesar de aquella circunstancia que debilitaba su organismo seguía escribiendo.   


Los críticos de su tiempo sabían de sus temores y aguardaban que alguna vez se le acabaría la paciencia, o el arte de conjugar sus temores con sus fantasías literarias se hiciera añicos. “No puedo más”, le decía a su esposo.   

La autora de Orlando y La señora Dalloway se metió en el río Hudson. Su cuerpo fue recuperado de las aguas tres días después.   

Edgar Allan Poe, alma sensible, demasiado sensible, recurría al alcohol y a la morfina para superar los desgarramientos que le producía su acentuada enfermedad mental. Esa misma mente alucinada habría de dar forma a uno de los poemas más bellos que la literatura de nuestros tiempos conoce: “El cuervo”.   

Sylvia Plath, que según su esposo gozaba de poderes extraordinarios para comunicarse con seres de otras dimensiones, fue una de las poetisas que mayor influencia ejerció en las generaciones de poetas norteamericanos.    

 Nació en Boston el 27 de octubre de 1932. Puede decirse que era un prodigio literario, pues siendo todavía niña publicó su primer poema. Sus versos expresan, muchas veces, una psicopatología literaria.

Delfina Acosta
ABC COLOR, Asunción, Paraguay, 31 de Julio de 2009

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