La imperial escritura rusa 
Tolstoi, Dostoievski y Chéjov
Delfina Acosta

Cuando uno echa una mirada a la literatura rusa, lo primero que aparece en la escena es la gran, la enorme, figura de León Tolstoi (1828- 1909). Quien haya leído su obra La guerra y la paz (1863 -1869), no solamente ha mostrado tener una buena disciplina de lectura, sino una vocación de gran lector. Cierto es que el libro tiene páginas y páginas que parecieran no agotarse nunca y que los personajes son muchos, quizás demasiados, pero la obra posee una revelación literaria de mucho nivel.

Concebir un libro de tal naturaleza significa, sin lugar a dudas, la gloria para cualquier escritor. Para el infatigable novelista ruso, siempre sacudido en su conciencia por la contradicción, fue un paso definitivo a la fama y a la consagración.

Aquella gran Rusia zarista, representada en las escenas literarias donde conviven los distintos personajes de un pueblo azotado por la guerra, encontró en La guerra y la paz, la obra que la historia le reclamaba. El libro de León Tolstoi es un enorme palacio en permanente edificación.

No menos importante fue su novela Ana Karenina (1873-1877), que se mete en las costumbres, en el modo de vida de la sociedad rusa y que revela un elevado valor literario.

“Los mejores del mundo”, dijo Gabriela

Leyendo Confieso que he vivido, del autor de Veinte poemas de amor y una canción desesperada, me he enterado de que la poetisa chilena Gabriela Mistral le había comentado a Pablo Neruda que los escritores rusos eran –definitivamente– los mejores del mundo. A mí, particularmente, me suenan a verdad las palabras de Gabriela Mistral. Mi razonamiento sobre el tema es simple; por cierto: hago comparaciones de la novelística rusa con la novelística de otros países y tomo partido por los rusos, tan hábiles en la descripción de ambientes y de situaciones, y tan creativos, tan artísticos (y esto es lo fundamental) a la hora de echar a amar, de hacer felices o infelices a los personajes de sus novelas.

Pero esta apreciación mía quiere tener simple carácter de opinión. En cuanto a Fedor Dostoievski (1821-1881), aquel hombre que escribía siempre al filo de la inspiración y de las necesidades económicas, ¿qué puede decirse sino que dio un gran paso hacia lo infinito al plantear la idea del hombre dotado del poder y de la libertad para tomar decisiones entre la vida y la muerte? En su novela Crimen y castigo, Dostoievski refleja el drama de una conciencia, la de Raskolnikov, que debe lidiar con su pobreza, para después tomar una resolución extrema. Matar a una avara anciana usurera para sacarle su dinero, no le parece una idea espantosa a Raskolnikov, si con ello ha de salvarse de la miseria y ayudar a su familia que se ahoga en la pobreza.

Como muchos escritores rusos, Fedor Dostoievski conoció el agobio de las deudas financieras. Debía escribir y escribir para ganarse el pan diario.

Salvado del fusilamiento

El siguiente tramo de su existencia es muy conocido, ciertamente: Unido a intelectuales que abrían debates sobre la literatura socialista, entonces prohibidos por la Rusia zarista, fue delatado y llevado posteriormente a prisión. Se salva del fusilamiento, en el último momento, pero va a parar con sus huesos en Siberia donde es condenado a hacer trabajos forzados durante cuatro años. Corría el año 1849.

Esos duros tiempos de hambre y de esclavitud hacen mella en su cuerpo y el novelista enferma de epilepsia, un mal que lo acompañaría durante toda su existencia. ¡Qué desgraciada suerte la suya! Observador hasta la médula, entró en el mundo de lo inconsciente cuando escribió la obra Los hermanos Karamazov. Aquellos pensamientos cambiantes, rápidos, difusos, que le sobrevienen a la gente en situaciones extremas o de perturbación psicológica, hicieron no solamente apasionante la historia de Alexei, Mitia, Aliocha..., sino que han servido a los investigadores, a los estudiosos de la conducta de los enfermos mentales, como vía para acercarse más a los fenómenos de perturbación, de crisis nerviosas, y de enajenación. Por otra parte, son tan visuales sus novelas.

Uno puede observar nítidamente las escenas: ya las conversaciones, ya los gestos, las provocaciones, los encuentros, las despedidas. Constituye todo un símbolo literario el esfuerzo de sus personajes por deshacerse de la cadena de enfermedad y de pobreza que no terminan por desesperar o arrancar –sin embargo– sus afanes, pues un indomable espíritu de supervivencia los levanta, una y otra vez, cuando caen. Dostoievski escribió, entre sus muchas obras, El jugador. Sepa el lector que en ese libro está recreada la adicción de Fedor por los juegos de azar, a los que echaba mano para intentar librarse de la pobreza.

Generalmente, se hacen comparaciones entre los escritores León Tolstoi y Fedor Dostievski. “¿Cuál te parece mejor?”, le pregunta alguien, cualquiera, a otra persona. Algunos lectores toman partido por el primero, argumentando sus razones, y otros opinan que Dostoievski es el mejor, diciendo lo que creen razonable.

No hay nada más apasionante que escuchar a dos personas de buena formación literaria entrar en una educada discusión sobre las obras de estos dos maestros de la literatura rusa.

Los pensamientos

Chéjov (1860- 1904) es un novelista preferido por muchos lectores (y también escritores, por supuesto). Extraordinariamente voluntarioso, tuvo que trabajar, estudiar y escribir para ayudar económicamente a su familia. Había dicho en una oportunidad: “Durante mi infancia, no tuve infancia”. Su capacidad de captación del razonamiento de la gente lo lleva a escribir obras en las que los individuos comunes, simples, son retratados con un agudo poder de observación. El lector puede apreciar clara, nítidamente, una mente, una conducta determinada, cuando hojea las obras de Chéjov.

En su obra La estepa van desfilando, marchando, pasando, deteniendo el paso, corriendo, los pensamientos. No se quedan quietos. No deben
hacerlo, después de todo, pues si se detuvieran, no habría libro. ¿Cómo es posible escribir de esa manera?, se preguntará quien lee estas líneas.

Pues siendo Antón Pavlovich Chéjov, no puede ser de otro modo y menos en estos tiempos en que los novelistas han dejado de crear y recrear estereotipos y tipos.

La época de los grandes novelistas rusos ya pasó. Pero leerlos, releerlos es encontrar estilos literarios de dimensiones magistrales. En breve aparecerá una novela, cualquiera, de algún escritor de cualquier parte del mundo (no sé quién), y será lanzada al mercado con gran pompa por parte de la editorial que sea. No la leeré. Genios eran los de antes.

Delfina Acosta
ABC COLOR, Asunción, Paraguay, Domingo 4 de Marzo de 2007

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