Jacobo Rauskin
Los años en el viento
Delfina Acosta

Es esa cotidianeidad, es ese transcurrir lento del tiempo que hace sus pequeñas moradas en la mirada de una mujer, en el aroma de una flor, es esa vida que formula rostros (varios y hermosos, por supuesto) la que va sumando en la poesía de Jacobo Rauskin.

Su poemario Los años en el viento fue presentado hace poco tiempo al público lector. El libro lleva el sello editorial de Arandurã.

LÍNEAS SENCILLAS

Leo las líneas sencillas de los poemas de Jacobo y siento, caigo en la cuenta, de que su obra tiene la capacidad de llegar a todo tipo de lectores.

Aquí, en su texto, no hay un análisis riguroso del universo, usando el telescopio de la desesperanza, que suele ser el instrumento por antonomasia que usamos la mayoría de los poetas para indagar.

Jacobo, con una naturalidad expresiva que lo caracteriza ampliamente, celebra el ritual del café, toma registro del paso de una carreta (en otro tiempo carruaje de cierta importancia en los pueblos del interior), anota el ánimo de quienes trabajan en una fábrica y presta oído al canto de una cigarra veraniega. Es así que va haciendo sus páginas. Es así que nos muestra la poesía que hay adentro y afuera de las cosas que a nosotros, los mortales distraídos, se nos presentan como imágenes inanimadas.

Una subversión contra el despotismo, la instrumentalización de la clase obrera, se plantea, a menudo, en sus versos, porque Rauskin es un poeta que señala las injusticias desde su condición de humanista.

LENGUAJE ELEGANTE


Hay maneras y maneras de escribir un poema. Nos damos prisa los poetas en dar un sentido de belleza a la poesía. La belleza, así como yo la concibo, no es la misma así como la concibe otro poeta que vive en España, por ejemplo.

De cualquier manera, ese afán de dotar de elementos eficaces en materia del arte a la obra construida con la intuición y los sentimientos suele alcanzar al lector, quien se queda conmovido ante un verso.

Jacobo Rauskin no se afana por construir versos bellos. Él se afana por ir cimentando un lenguaje elegante, irónico, varias veces reflexivo y observador agudo del entorno.

La belleza está en el acto de dar vida a la cotidianeidad, a esa sociedad colectiva de cosas, empeños, frustraciones y sueños de la gente que vive en un recodo del universo.

Jacobo Rauskin es el poeta de la cotidianeidad.

No hay misticismo en su escritura.

No hay esa tendencia trágica de las exageraciones ante un cielo vacío, una existencia hueca, una muerte en estado de descomposición, una naturaleza carcomida por el avance del tiempo.

No hay experiencia más feliz para Jacobo Rauskin que ir tomando nota de todo cuanto ocurre a su alrededor, de modo que la humanidad cabe en ese vaso fresco de su poema.

              Domingo en la plaza

El fresco atardecer, que por dentro es un sueño,
por fuera es una fuente con un rayo de sol.
Es una plaza para dar un paseo,
para ver niños todavía inocentes o ya crápulas,
para ver cómo pisa tu sombra el césped
y se estira y se aleja de ti,
para vernos ahí, pero en otro tiempo.
El fotógrafo de la plaza
-un hombre oscuro, muy delgado,
que murió no recuerdo cuándo-,
saluda para complacer al amigo
que ahora lo recuerda en esta página.
El viejo apaga su cigarro, revisa
la cámara montada sobre el trípode,
da unos pasos, se sienta en un banco,
cansadamente deja caer las manos.
Si no supiéramos que el hombre murió hace tiempo, diríamos que se ha quedado dormido en ese banco.
Otro tanto sucede en el fresco atardecer
con la ciudad alrededor de la plaza.

               Jacobo Rauskin

Delfina Acosta
ABC COLOR, Asunción, Paraguay, 26 de octubre de 2008

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