Guardar la calma

Delfina Acosta

Cuando veo a la gente pelear, gritar, perder la razón, me suele venir a la memoria mi abuela materna. Era ella maestra. Tenía el hábito del sentido común. ¿Sabía usted que el sentido común es el menos común de los sentidos?

Primero debo destacar que me llamaba la atención su actitud luchadora ante la vida. Nació pobre y vivió pobremente. Mas esa escasez de azúcar, de yerba, de leche, de lo que se llama provisión de comestibles en su cocina, no le sacaba el humor, ni las ganas de celebrar la vida.

Creo que no militaba en ningún partido político. Sus hijos se hicieron revolucionarios al echarse a andar por el mundo.

Por supuesto, no dudaba en ser feliz. Entendía que para sentirse de buen ánimo había que cultivar una actitud positiva ante la existencia.

De ella aprendí muchas lecciones. Por ejemplo, que cada individuo es artífice de su propio destino. Afirmo que sólo creo en la fuerza de voluntad. Es pues mi religión el empeño diario que pongo en todas las empresas. Sin empeño, ¿qué somos sino un saco de carne y huesos donde, al ponerse el último día de la vida, se multiplicarán las bacterias y los microbios?

De ella aprendí –también– a guardar la calma en los momentos difíciles. Con mantenerse tranquilo, uno se salva de ser arrastrado por los demás, quienes vociferando, gritando, perdiendo el juicio, se convierten en motivo de burla, distracción y espectáculo de los demás.

Dios me guarde de cometer un bochorno. Daría lugar a las más diversas risas. Me da tanta lástima observar a muchas personas instaladas en la vidriera, perder los estribos y ofrecer un espectáculo teatral.

Mi abuela era alegre porque se rodeaba de personas alegres. No quería tener conversación con sus vecinas de la calle Mayor Bullo, pues las prójimas eran de querer escuchar chismes. Tomaba una botella entera de cerveza al caer la tarde. Era su mandadera.

Yo busco la compañía de la gente optimista. Me da verdadero terror hablar con los pesimistas, o sea, los pronosticadores de borrascas y tormentas. Sal para mi alma es conversar con alguien divertido y hacer bromas.
Si amanece lluvioso, buen clima.

Si amanece soleado, buen tiempo.

Lo importante, supongo, es mantener siempre, aun en las condiciones más adversas, un espíritu presto y fuerte.
Las personas que tienen éxito en su vida son gente que genera calidez y entusiasmo en su entorno; esa gente no se arrodilla ante un obstáculo que parece ser infranqueable a primera vista.

Minuto a minuto se ganan las batallas. Mientras los demás se desesperan, se afanan en el fondo de las aguas cenagosas, y pierden los estribos con ligereza, uno debe esforzarse por mantenerse entero.

En realidad voy escribiendo todo esto porque tengo la intención de llamar la atención de la gente sobre su propia vida. Pido las disculpas correspondientes si me excedo.

A mí me mueven las buenas intenciones.

¿Aconsejaría yo apresuramiento y nerviosismo?

¿Qué puedo contar del espíritu fatalista de muchas gentes que tanto mal hacen a la sociedad pues sus palabras van fermentando el aire?

¿Cómo no recordar que es preciso guardar siempre la calma mientras la tormenta cae?

¿No vale más que nada en este mundo, al que venimos por alguna curiosa razón, estar contentos y felices?

Delfina Acosta
ABC COLOR, Asunción, Paraguay, 14 de julio de 2008

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