Gabriel Casaccia
A cien años de su nacimiento

Delfina Acosta

Estamos a cien años del nacimiento (Asunción, 1907 - Buenos Aires, 1980) del fundador de la narrativa del Paraguay, Gabriel Casaccia. Como hombre de inteligencia superior, de ideas alentadas por un afán genuino de libertad, de pensamientos contrarios al totalitarismo, y a la represión, fue a parar, como muchos escritores, en la Argentina.

En ese país escribió la mayor parte de sus novelas. Perteneció a la generación del 40, integrada por los escritores y poetas Augusto Roa Bastos, Hérib Campos Cervera y Josefina Plá. En el libro La llaga, aparecido en 1963, y recientemente publicado por Criterio Ediciones, podemos ver, sentir, el pueblo de Areguá, acogotado por el calor así como por el paso cansino, casi arrastrado del tiempo, donde todo es chismerío en baja voz y una generalizada chatura ambiental.

Es la atmósfera aregüeña invadida por el sol recalcitrante, la que parece dominar los cambios de humor en los personajes del libro. ¿Y quiénes son los personajes? Pues una mujer, Constancia, de unos cuarenta y cinco años, viuda, quien tiene amores clandestinos con un pintor de mediano talento, sumergido en la pobreza y enfrascado en proyectos que le deparen un mejor futuro. El hijo de Constancia, Atilio, un joven pusilánime, de carácter sombrío, que acusa neurosis. El coronel Balbuena, quien intenta llevar a cabo una revolución contra el dictador.

Con cuánta facilidad nos cuenta Gabriel Casaccia el estilo de vida de gentes que no tienen más existencia que la deparada por la miseria y la mediocridad de un pueblo que en mejores tiempos era la opción veraniega para los asuncenos. Es asombroso cómo el novelista nos muestra en sus más mínimos detalles un mundo chato, donde no hay casi elevaciones espirituales, sino decadencia, desesperanza y sometimiento a situaciones oprimentes. Considerada como una de sus mejores novelas, si bien no alcanza la resonancia de La babosa, La llaga llega a lo más interno de la psiquis de los personajes que desfilan por el libro. Es en la persona de Atilio, donde Casaccia nos acerca la dificultad del ser humano para vencerse a sí mismo, para desprenderse de heridas indeseables, que buscan permanecer por siempre en el corazón y en la psiquis. Atilio, el hijo de Constancia, con el fin de arrancar una rara complacencia de su madre, se vale de consideraciones que no admiten réplica. De esa manera, tan pronto afecta una benevolencia capciosa como una amarga frialdad.

Cómo y cuánto conoció a su pueblo, Gabriel Casaccia. El libro parece ser una pintura perfecta del carácter y del estilo de vida de unos seres sombríos, apagados, taciturnos. En un tiempo en que el dictador se las ingeniaba para apagar rápidamente todo intento de revolución o rebelión (hacía permanentes cambios y relevos de hombres dentro del Ejército), surgen los fantasmas abominables, los seres humanos miserables, quienes se ganaban la vida a través de la delación. Casaccia no fabrica un mundo imposible, como el mundo de Macondo de Gabriel García Márquez.

Todo cuanto hace, con su pluma hábil, es trasladar un mundo posible, plagado de calor, o sea, Areguá, a La llaga.

Delfina Acosta
ABC COLOR, Asunción, Paraguay, Domingo 14 de Enero de 2007

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