Se cumplen 172 años de la muerte de Wolfgang Goethe

“Fausto”: su obra lo inmortaliza
Delfina Acosta

El 22 de marzo de 1832 fallece el gran escritor Johann Wolfgang Goethe. Con ochenta y dos años a cuestas, en una habitación, reclamando más luz para sus ojos aunque las ventanas están abiertas, deja de existir el genio alemán, autor de “Werther” y de “Fausto”.

Esta es una obra con soplo casi divino; refleja la conciencia del hombre que, respetando lo sagrado, no deja de ambicionar el poder. Cuando el diablo Mefistófeles le pregunta a Fausto qué es lo que más desea para su provecho, éste le contesta: “Sería para mí un goce supremo arrojar de su orilla al mar altivo, contenerle en los límites de la húmeda playa y hacerle retroceder todo cuanto pudiese. Ése es mi deseo”. Con la ayuda de Mefistófeles, Fausto va a la guerra, asesora al general en jefe y al emperador sobre las estrategias militares, y prontamente tiene un país a sus pies. El fiel de la balanza está siempre en el centro. El espíritu de Fausto bien puede ser considerado como un botín por el que disputan la Creación toda, y Satanás.


Anarquía espiritual

Goethe, con su pluma maestra, escribe sobre la anarquía espiritual que reina en el mundo.

Teorizando un poco, ¿a quién no se le ha aparecido, alguna vez, Mefistófeles, un diablo bueno, como se le apareció a Fausto, para poner a prueba su fortaleza y su sabiduría?

¿Quién no ha tenido que luchar en cierto momento, o en muchas circunstancias de su existencia, consigo mismo, para luego sucumbir a la tentación, en la primera o segunda ocasión?

El ser humano es Fausto. Por su alma pelean las fuerzas del bien y del mal, según nos escribe Goethe. Mefistófeles, su compañero de viaje por el ancho mundo, se complace en transformar en sueños cumplidos sus deseos. En el abismo, los espíritus del mal deliberan. En las regiones celestes, los ángeles se organizan para ganar la batalla a Satanás.

Fausto enamorado

El amor, representado en el personaje de la inocente y casta Margarita, es la tentación que arrastra la carne de Fausto. Enamorado de tan bella criatura, se entrega al amor y al placer.

Por otra parte, Goethe nos va mostrando las facultades varias de los espíritus de la envidia, la esperanza, la avaricia, la pereza, la discordia, la prudencia que operan en sus respectivos territorios. Moviendo el mundo por el que Fausto va, ya sorprendido, ya ganando conocimiento de la mano de su inseparable compañero, el escritor nos dice, como el Eclesiastés, que todo es vanidad y puro viento.

Doctrina y moral

Aún los insectos toman parte del gran concierto de la naturaleza, hablando con “doctrina y moral”. El escritor da vida a las más insospechadas criaturas, para mostrarnos cuán grande, y al mismo tiempo ligera como vana es toda la Creación.

Estamos ante una obra maestra, una de las más pretenciosas obras literarias que cobró forma de libro y elevó a la fama a su autor.

Los espíritus de la naturaleza compiten entre sí; quieren mostrar los unos a los otros que son superiores a los demás, por una habilidad determinada, porque, ¿qué son, sino habilidades, los recursos con los cuales están dotados las hechiceras y los bufones, por ejemplo? Las cosas y las acciones tienen, en el real sentido de la palabra, un fondo de locura.

¿Puede perder la razón el hombre en este mundo presentado por Goethe? Tal vez.

Mientras más divierten a los sentidos los placeres mundanos, más cerca está de perderse en un laberinto Fausto.

Un general, un magnate improvisado, un ministro, un protofantasmita, un ortodoxo, un artista del norte, sacan a lucir sus opiniones sobre la época que les toca vivir, y parecieran tener razón según sus fundamentaciones. Todos quieren llamar la atención. Ninguno se llama a silencio. Antes bien, alzan sus razones sobre las demás voces. Fausto consulta a menudo con Mefistófeles. Él es su guía en el delirante baile de la naturaleza. Pero el tiempo transcurre, y Fausto, ya decrépito, llega a su hora postrera. Los ángeles novicios confían su parte inmortal a los niños bienaventurados, quienes se encargan de la iniciación.

La fosa abierta aguarda el cuerpo de Fausto. Desesperado, Mefistófeles sólo atina a decir: “Ved cómo vuelan al cielo con su presa: he aquí lo que tanto les atraía alrededor de esta fosa. Me ha sido arrebatado un gran tesoro, un tesoro único: el alma sublime que se me había entregado. ¿A quién quejarme ahora?” “¿Quién me devolverá el bien perdido? Te han engañado en la vejez, pero debes confesar que lo tienes bien merecido; he obrado como un necio y perdido vergonzosamente el fruto de mis afanes. ¿Es posible que un deseo vulgar, que un amor absurdo haya podido coger de este modo al diablo embadurnado de pez, y que con tanta experiencia haya podido caer en semejante necedad un cofrade de mi especie? Puede en verdad decirse que esto es acabar por una insigne locura”.

Delfina Acosta
ABC COLOR, Asunción, Paraguay, Domingo 29 de Febrero de 2004

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