Desolada

Delfina Acosta

a Gabriela Mistral

Antes de echar mi cuerpo al ebrio río,

muy ebria ya, entré por las abiertas

puertas del templo; oí a una rata huir.

El atrio era una vieja madriguera.

Y le dije a mi Dios, en cualquier parte,

que pecar, no pequé, y ni siquiera...

Un relámpago atroz iluminó

las pocas velas y tronó la iglesia.

No supe qué decir, mas las palabras

fluían de mis lágrimas, sinceras.

Los santos parecían escucharme

con esa educación de gente vieja.

Y por si ahí estaba, a Dios le dije,

que amar, amé. Mis huesos di a las fieras.

Jesucristo en la cruz olía a herrumbre.

El río me aguardaba entre las piedras.

Delfina Acosta
Del libro Querido mío:

Ir a índice de América

Ir a índice de Acosta, Delfina

Ir a página inicio

Ir a mapa del sitio