Casaccia, con toda franqueza 
Confeciones
Delfina Acosta

El padre de la novela en el Paraguay se llama el libro escrito por Armando Almada Roche, autor de dos libros ya clásicos de la literatura paraguaya, José Asunción Flores, pájaro musical y lírico (1984) y Herminio Giménez, viento del pueblo (1990).

El texto literario lleva el sello editorial de Arandurá. Para no perder de vista nunca es este libro, pues en él, a través de conversaciones (con carácter de entrevista) mantenidas entre Armando Almada Roche y Gabriel Casaccia, entramos no solamente en el mundo literario del autor de La babosa, sino además en la psicología, en las expectativas existenciales del hombre. Reconoce el novelista que Hemingway ha influenciado en su estilo literario. Sincero hasta la médula, habla de su nostalgia, del amor lacerante que siente por Areguá. En un párrafo de la entrevista confiesa creer en Dios porque aquel pueblito suyo poblado por poras, fantasmas y formas erráticas fomentaron en él la superstición. Confiesa que la literatura es su mundo, su vida, y cuenta que lejos de la pluma siente que su espíritu, su alma y hasta su cuerpo entran en un estado de desorden.


Reconoce Casaccia que los personajes de sus novelas, todos tan mediocres, tan básicos, tan sometidos, son así, tal como los retrata, porque la realidad de la idiosincrasia paraguaya (muy chata) no puede pretender otro tipo de personajes. El tema del suicidio lo apasiona. Estas son sus palabras: “Los hombres se engañan buscando, por distintos caminos, una razón a su vida. La verdad es que vivir no es más que una costumbre, como otra cualquiera. El que se suicida es alguien que no pudo acostumbrarse a la vida. Algunos de mis personajes, ya sea por abulia, o por temor a la vida, o por no poder acostumbrarse a ella, se suicidan, aunque -por supuesto- obran siempre de mala fe, culpando de su muerte a causas ajenas a ellos. Pero en el fondo es la angustia de la Nada que se oculta tras distintos disfraces”.

Casaccia cree en la literatura que es capaz de encender la duda, de inquietar al lector. Afirma que la mejor novela del mundo es Crimen y castigo, de Fedor Dostoiesvki.

MELANCÓLICO Y TRISTE

En determinados párrafos de la conversación, el lector se encontrará con un ser humano melancólico, triste. Melancólico porque siente que su vida no se completa, no se termina de completar, estando tan lejos de Areguá, un pueblo imaginado desde las más diversas maneras, que se agiganta, que toma forma de coloso en Buenos Aires, donde vive exiliado. Triste porque sus estados anímicos sólo se levantan y encuentran momentos de alegría, de satisfacción, cuando está escribiendo. Conviene recordar que Gabriel no hacía uso de la máquina de escribir; escribía a mano, como se dice, y su esposa, Carmen Dora, tecleaba los trabajos. Sobre la obra de Gabriel Casaccia se ha escrito mucho en el exterior. De hecho, su obra literaria fue reconocida internacionalmente, no sólo por su aporte literario, por su carácter de iniciadora de la narrativa en el Paraguay, sino -también- por haber retratado fielmente un pueblo, sus costumbres, su modo de ser, de existir, y también de morir en la ignorancia, en la sumisión y en la chatura.

Con más precisiones que imprecisiones, el novelista tiene palabras sobre el papel del escritor dentro de la sociedad. Habla sobre su mundo personal y cuenta que la historia del Paraguay está llena de dictadores y guerreros. “Ellos han creado el mito del éxito de los gobiernos fuertes al elogiar sin reflexión, sin el suficiente espíritu crítico, a hombres como Gaspar Rodríguez de Francia y a los López. Se ha ido creando un clima proclive para los gobiernos personalistas”, dice en un momento de la charla.

En el libro El padre de la novela en el Paraguay, gracias a las agudas y muy inteligentes preguntas de su entrevistador y amigo, Armando Almada Roche, el autor cuenta todo de sí. ¿Y qué es contar todo ? Pues hablar de sus inicios literarios, de su admiración hacia grandes hombres de la literatura universal que han influenciado en su trajinar literario como Marcel Proust, Ernest Hemingway, Fedor Dostoievski y Jean Paul Sartre, del sufrimiento que significa para él la escritura, de los agradecimientos que le debe a la Argentina, donde aprendió a disciplinarse como escritor; de Jesucristo, de las obsesiones, de la relación existente entre Dios y los artistas. Integro, total, sin fronteras, Casaccia cuenta y explica -pormenorizadamente - su vida en este texto que tiene valor anecdótico, moral y literario.

Delfina Acosta
ABC COLOR, Asunción, Paraguay, Domingo 29 de abril de 2007

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