Si no estoy muy confundida, me encuentro ante un libro que ocupa un lugar inédito en las publicaciones de libros o textos dentro del Paraguay. Me refiero a la obra Canciones de amor y desamor, de Augusto Barreto.
¿Quién
escribe cómo surgió la letra de una canción, qué travesura adolescente
o desengaño le dio vida a las palabras, y luego, juntando las razones o
elementos causales, se las entrega a un editor para que les dé un
formato, un índice, una suma de papeles sobre los cuales acostarse hasta
que el amarillo del tiempo altere su rostro?
Las letras que Barreto escribió para que después sean cantadas tienen
una historia. Y esas historias, como todas las historias de amor, van
cayendo sobre las páginas del papel, goteando a veces ternura, algunas;
simple recuerdo de una noche irrepetible, otras; las más, amor y locura.
Ha sido para mí muy ameno ir enterándome de aquellos encuentros a
escondidas de Augusto con las mujeres que fueron escribiendo, sin saber,
una pequeña historia de amor en su cuerpo y en su corazón.
Detrás de una poesía asoma la noche amorosa ayer nomás vivida, y
resuenan todavía en la memoria los truenos que siguen a las descargas eléctricas
con su aliento a ozono.
En las historias que nos cuenta Augusto, los amores son invadidos por
citas donde el café y el cigarrillo tienen que ir aplacando la ansiedad
de la espera en un bar, por besos que tocan los labios en un adiós
definitivo o en un reencuentro animado por los pífanos de los dioses.
Buena parte de estas historias se desarrollaron en la Argentina.
Su fortuna con las mujeres de Buenos Aires no le venían del traje o de la
“pilcha”, como suele ser “normalmente”, sino por su personalidad
conquistadora, su condición de enamorado impertinente e impenitente, y
por cierto dejo de bohemio, como el lector podrá comprobar al hojear las
páginas el libro.
