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Amanda Pedrozo 
El diablo por un agujero
por Delfina Acosta

El diablo por un agujero se llama el libro de cuentos editado por Servilibro. Las historias que la escritora y poetisa Amanda Pedrozo nos acerca a través del texto de marras van dejando en la mente del lector las conductas de seres humanos que viven en el límite de la existencia, con sus malas intenciones a cuestas.   

El sexo es un elemento importante en este juego de magníficas invenciones, de recreaciones singulares, que se desliza por un lenguaje que abre nuevas puertas en la narrativa del Paraguay.   

Aplaudo lo novedoso. Valoro la capacidad de plantar la semilla que luego dará una flor diferente y extraña.   

Hay una historia de un monstruo de río que traga literalmente al concubino de una mujer, una mujer de pueblo, llorosa y quejumbrosa, que debe mantener y cuidar de sus siete hijos; ellos llevan la marca de una existencia famélica. La atmósfera del cuento citado y de otros que componen el texto tiene un tono desolador y un sentimiento de que las cosas de la gente pobre deben ser así, así nomás, marcadas por la desgracia. 

Los cuentos se alzan sobre un cimiento de poesía. Por esa razón, la lectura de ellos es tan recreativa y goza de esa plenitud que no se observa en los cuentos de quienes ejercen el magisterio de la narrativa simple y cotidiana.   

Hay dolores miserables, hay historias de asesinatos, de obsesiones como la de la mujer aquella, que sufre la amputación de su pierna, y no se resigna a un destino de basura para ella, junto a otros residuos patológicos. Tampoco se consuela con la cremación porque el olor del miembro quemado la perseguirá a donde vaya...   
  
Esa sería una historia macabra. O no. Depende de cómo se la narre.   
  
Pues bien: Amanda Pedrozo le da un tono lingüístico perfecto, que deja lo contado bien parado, como se dice.   

Existen otros inventos literarios, como aquel de los girasoles de Van Gogh, que tiene mucha luminosidad y sugiere mucha poesía. Poesía de las buenas. El detalle de las semillas y del cigarrillo encendido que cae en el pastizal ponen un botón de oro al microrrelato.   

He leído un cuento que versa sobre la historia de un pasajero que encuentra en su asiento reservado para un largo viaje, a una mujer sentada ya en él. Después de muchas deliberaciones, el hombre consigue su objetivo: tomar posesión de su asiento. Y cae presa, a poco de acomodarse en él, de una situación que lo coloca al borde de la desesperación, pues no solamente debe tratar de poner en práctica su conducta de discípulo de Carlos Marx, conviviendo con tolerancia con la gente de la clase pobre, sino soportar una suerte de confabulación de gases, mal olor y catinga durante todo el viaje.   
  
Este es un cuento contado con ironía, que Amanda Pedrozo maneja perfectamente, y nos ubica entre nuestros ideales y la realidad grosera.   

En fin: recomiendo la lectura de El diablo por un agujero.   

GIRASOLES   

Él le dijo mientras ella le ponía la mano entre las piernas. - te regalo este campo de girasoles - y era tan esplendoroso todo. Para besarla mejor tiró el cigarrillo por la ventanilla. Ella se emocionó tanto, cuando llegó a su casa corrió a comprar una réplica de la pintura estremecida de Van Gogh, cuatro tomos de grandes pintores del mundo y un sobre de semillas de girasoles porque quién sabe.   

Gastó todos los pomos amarillos, verdes y marrones para reproducir aquel campo de girasoles en la pared de su dormitorio, cambió las cortinas tan serias por estas amarillas y tanto que gastó y ahora tiembla con el diario de la fecha en las manos abierto en la página Policiales donde dice de fuentes seguras que un campo de girasoles fue pasto de las llamas porque algún inconsciente automovilista arrojó un cigarrillo prendido al pasar, y eso fue justo en el lugar y a la hora en que él le regalara esa metáfora.   

Este microcuento es una joya.   

Y hay muchos en el texto El diablo por un agujero, que tienen la levadura de lo perfecto, de lo finamente escrito y delineado.


            Señor, la perfección

Estas tierras ajenas que no ofrecen   
la más pura versión de mi propia memoria,   
que son sólo el pretexto renuente   
de mirarme a mí mismo en un rajado espejo,   
protagónica antítesis de historia.   
Es difícil decirlo.   

He estado, estoy aún, en esta tierra única   
en donde la versión del hombre es la perfecta,   
en donde se asa unánime al tierno vellocino de Jasones
y se lo bebe, vergonzoso, en ghettos del alcohol   
o se lo degusta pluralmente   
en lo amplios comedores de su pueblo.   

Señor, la perfección.   
He sabido de cosas inhumanas.   
Las hay todos los días.   

He sabido de monstruos que curtían   
la piel del hombre en vocación de artífices,   
pero hoy soy testimonio de mi época   
porque he encontrado, Señor, la perfección.   

No hay letanía capaz de destruirla,   
no hay conjuro capaz de romper el hechizo;   
son doscientos millones de personas perfectas   
que han llegado a la cima   
y que aún quieren más.   

Son perfectas y piden ser ultra-pluas-quam-perfectas,   
son unánimemente colectivas y ansían   
exportar al espacio su manera de ser.   
Los he visto comer. Los he visto vivir.   

(En esta tierra única es prohibido morir)   
Los he visto, y he sido testimonio de un mundo   
que ha logrado, a sabiendas, ser el mundo mejor.   

Señor, solo te pido que me entiendas.   
Consérvame imperfecto. Dame aristas, perfiles   
y aparta el dulce cáliz de tanta perfección.   

José Luis Appleyard   
Nueva Orleans, abril de 1969
  
           

Delfina Acosta
ABC COLOR, Asunción, Paraguay, 21 de Noviembre de 2010

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