La
escritora Alfonsina Storni, de quien se sabe
(más que nada) que un día decidió
quitarse la vida en el mar, publicó su
primer poemario La inquietud del rosal, en
1916. Desde esa fecha pasaron ya noventa años.
El librito, que apareció llevando consigo
todo el fuego y además el desasosiego de
una mujer -básicamente-, literaria (y
entonces debe ya comprenderse que se habla
de una persona de sentimientos inestables),
no tenía, por cierto, mayor relevancia. La
misma autora lo admite, y no admite
(posteriormente) la inclusión de La
inquietud del rosal en su antología poética.
Alfonsina lo perdona diciendo que escribió
el poemario para no morirse. ¿De pena? ¿De
frustración? ¿De soledad?
Pero
la poetisa persevera. Y así van saliendo a
la luz varios poemarios más, que la
convierten en una respetada mujer de letras.
Ella habría de ser después, cuando la
celebridad la alcance, junto con la uruguaya
Juana de Ibarbourou y la gran escritora
chilena Gabriela Mistral, la figura del
Parnaso.
Nació en Sala Capriasca, de la Suiza
italiana, el 29 de mayo de 1892. O sea que,
como Josefina Plá, nacida en España, pero
considerada paraguaya por su larga y valiosa
producción literaria en nuestro país,
Alfonsina Storni fue, es y será siempre,
argentina.
Tuvo
una infancia marcada por las penurias económicas.
Su padre, neurasténico, era alcohólico y
llevaba una existencia bastante errática.
Para poder salir de la pobreza, a los veinte
años y próxima a ser madre, llega a Buenos
Aires, donde nace su hijo Alejandro, el 21
de abril de 1912. ¿Qué le depara la gran
ciudad? Pues el deambular, lo imprevisible,
el rebusque. Va de aquí para allá en busca
de un empleo. Cierto acomodo económico
llega su vida cuando cubre el raro cargo de
"corresponsal psicológica" de la
casa Freixas Hnos. Pero lo suyo es escribir,
desde luego. Antes que nada escribir.
El Mar
En 1917 recibe el nombramiento de maestra
directora del Internado de Marcos Paz. Por
ese tiempo ya se codea con algunas figuras
relevantes del mundo de la literatura de
Buenos Aires. Se le adjudica un romance con
Horacio Quiroga, el conocido autor del libro
Cuentos de la Selva. Y también se sospecha
de una relación sentimental con el escritor
argentino (profundo y anárquico,
ciertamente) Leopoldo Lugones. Los poemas de
Alfonsina Storni no son muy mentales, que
digamos. No llevan, para ser más precisos,
esa luz de genialidad que alumbra casi toda
la obra poética de la gran Gabriela
Mistral.
Pero todos llevan un fuego, una marcada
acentuación amorosa, un decir amoroso
vuelto revelación y canto al hombre. Por
otra parte, el mar y la muerte son los temas
reiterados, reincidentes, casi obsesivos de
la poetisa.
El dulce daño e Irremediablemente son otros
poemarios de la autora. El primero de ellos
aparece en 1918. Irremediablemente sale a la
luz en 1919. El dulce daño es una obra
exitosa. ¿Existirán en alguna librería
algunos ejemplares del libro? Alfonsina
Storni es la poetisa que escribe al hombre.
Al varón. Rindiendo culto al amor, aunque
el amor sea una causa, un motivo de desazón
y de amargura, sus poemas descubren las caídas
y resurrecciones del enamoramiento.
Integrando siempre numerosos círculos
literarios de Buenos Aires, en una época en
que las mujeres que escribían versos eran
pocas, y carentes de dones y formación
literaria, ella deja testimonio de una auténtica
sensibilidad.
Languidez aparece en 1920. Pone fin a la línea
poética de la autora, que se encuadra, según
los críticos, dentro del posmodernismo. Es
que la influencia de Rubén Darío llegó a
tantos poetas. Languidez merece el Premio
Municipal.
Es amplia la publicación de Alfonsina
Storni, quien también escribe obras para
teatro, pero sin éxito. Se le conoce alguna
ilusión por ser actriz. Pero lo suyo es la
poesía. Siempre la poesía. Ese entusiasmo
por la poesía jamás se ahoga, a nivel
editorial, pues sus libros alcanzan un
importante número. Y la fama le sonríe
buenamente.
En 1934 da a conocer Mundo de siete pozos.
Poemas vanguardistas. Crece el sentimiento
taciturno de ella y su registro poético
adquiere día a día mayor calidad.
Grupo Anaconda
No puede vivir, desde luego, de la venta de
los poemarios. Trabaja, para ganarse el pan,
en una escuelita para niños con debilidad
mental, en condición de celadora. También
da clases de declamación, y hace
colaboraciones para varias revistas de la época.
Por esa época, existía un grupo de
artistas e intelectuales al que ella se
adhiere. Me refiero a los integrantes del
Grupo Anaconda. Entre esos artistas están
Horacio Quiroga y Estrella Gutiérrez.
Ella no tuvo la mente torturada de la
escritora inglesa Virginia Woolf, quien vivía
con el permanente temor de volverse loca, y
un día llena sus bolsillos de piedras, y se
deja llevar por la corriente del río Ouse.
Pero sí tuvo varios desniveles emocionales
que le producían crisis severas. Además,
el sentimiento de angustia, solía agobiarla
a menudo. Se le diagnostica cáncer de pecho
en 1935. Triste, pues se siente sola y
desvalida ante la enfermedad, su mundo se
sacude aún más al enterarse del suicidio
de Horacio Quiroga en 1937. Pero todavía
escribe; todavía.
Lacerada por el dolor del mal, decide enviar
desde una pensión de Mar del Plata su
famoso soneto "Voy a dormir", unos
días antes de internarse en el mar. Hasta
ahora la fama honra su memoria. Alfonsina
Storni es casi un mito. |