"Las Cuatro Estaciones" entre la memoria y la sensualidad
Juan Carlos Acevedo

"Hay dos cosas en la vida en que confiar: los placeres de la carne y los placeres de la literatura. Tuve la suerte de disfrutar por igual de los dos"

Diario de una cortesana 

El pequeño libro de poemas de Berta Lucía Estrada, "Las Cuatro Estaciones", posee desde su nombre un murmullo, una musicalidad y un halo de poesía oriental que recuerda esa forma en que se compenetran naturaleza y hombre, con la única y posible finalidad de recrear ese equilibrio perdido en la cartografía evolutiva del hombre occidental.

Re-crear, en este caso, es volver a nombrar - con la palabra de hoy - un mundo alejado de dioses y festividades y próximo a técnicas y falsos encuentros con el "yo" supremo. En definitiva recrear es apuntar a la esencia -olvidada- de una poesía primigenia: la de nombrar las cosas para que existan.

En los poemas de Berta Lucía (que hoy ven la luz) la sangre y el agua, la música y el viento, la piel y la tierra, el sexo y el fuego, son su materia prima, imágenes que generan múltiples sensaciones en las páginas que poco a poco irán descubriendo los lectores.

Berta Lucía, estudiosa de culturas milenarias, vuelca sus vivencias hacia nuevos dioses: podríamos leer entre líneas algunos nombres de grandes pintores y músicos de la humanidad, hombres que simbolizan esos dioses que hoy representan la unión entre lo celestial y lo humano, y que sus poemas se encargan de volver a reunimos entorno a lo sublime. 

Deambulan en sus versos recuerdos de Europa y Sudamérica, recuerdos de ciudades que huelen a amores rotos o soledades compartidas con la melancolía, así transitan confesiones a quienes no pudimos decirle lo que quisimos. La ciudad que desfigura nuestros sueños y la búsqueda de ideales hoy dejados en el olvido, son también materia de este libro. Su vida de sibarita le proporciona un tono simple si se quiere y hace presencia esa otra memoria, que nos humedece la vida cada vez que nos toma por asalto la nostalgia, que le recuerda que una calle es igual a otra calle donde la soledad se multiplica.

Sus poemas sencillos y llenos de imágenes, suben de lo pictórico-musical a lo puramente poético, aquí nombres de poetas continentales hacen su fantasmagórica aparición para hacer de la desnudez un rito y de la seducción un vicio que acompaña al hombre desde el amanecer de todos los tiempos.

Ya no es la memoria (único instrumento que no puede perder un artista y menos un poeta) quien hace presencia en "Las Cuatro Estaciones", sino el cuerpo que son todos los cuerpos, la piel que son todas las pieles y el sexo que son todos los sexos, es decir el hombre hace presencia con sus pecados y sus virtudes que envuelven al lector.

La sensualidad, antes que el erotismo, reviste de delicadeza en los versos, y una pradera o un estanque o el viento, pueden acariciar la desnudez de la mujer que juguetea placenteramente con los peces o los dedos de algún ser que la descubre o la inventa para el amor. Y el deseo es, entonces, un dolor cálido que enciende una llama extrañamente inextinguible en el juego de la seducción, porque a los amantes se les perdona todo, menos el deseo hecho pensamiento y culpa, y no, carne y sangre como debe ser.

Sentir la poesía sin pretensiones, dejarse llevar por su ritmo, no buscar en cada poema un signo de genialidad, abandonarse a un libre albedrío y apostarle a un lenguaje que conjugue memoria y sensibilidad, es la propuesta que hoy nos hace desde sus poemas Berta Lucía Estrada, quien se suma a la corta lista de mujeres que escriben o mejor que publican en Caldas para bien de nuestra literatura.

Una poeta que libra la batalla de silencios hace tantos años y hoy su grito deja la desesperación, para anunciar que seguirá luchando a favor de las causas perdidas, simplemente con la palabra como el instrumento que ahuyente sus demonios y así conjurar de una vez por todas el amor.

"Las Cuatro Estaciones" es el inicio en la larga y difícil búsqueda del tono, con el cual su autora pretende cantar en el coro literario de Caldas.

Apenas está descubriendo el color de su voz y no por ello deja de ser importante que hoy sea una mujer quien nos invite a brindar por la poesía ese puente con que los dioses nos permiten volver a comunicarnos.

Juan Carlos Acevedo
Noche de marzo con lluvia y música en el cuarto 
año 2003

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