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En alabanza del ñero
por Héctor Abad Faciolince

UN ÑERO, EN BOGOTÁ, ES LO MISMO que en Medellín se dice, con más brutalidad, un “desechable”, lo que los sociólogos, en su jerga insufrible, llaman una “persona en situación de calle”, lo que en Francia dicen un clochard o en Italia un barbone, es decir, una especie de gamín con barbas, un poco más complejo que mendigo y algo más grave que vago.

Yo, que no siento ninguna compasión por los sicarios, que no nutro simpatía alguna por los ladrones, confieso que me gustan e intrigan los vagabundos. ¿Qué es lo que me fascina del ñero? Básicamente su desobediencia. Porque desobedecer, en este mundo de obedientes, puede llegar a ser una virtud, o mejor, la gran virtud.

El patrono de todos los vagabundos fue un hombre indomable cuya memoria sigue viva después de más de dos milenios. Se llamaba Diógenes y le decían el cínico, que es como decir Diógenes el perro. Vivió 400 años antes de Cristo. De él cuenta otro Diógenes (Laercio) que vivía en un tonel, comía y bebía con las manos, en mitad de las plazas, y que también satisfacía sus instintos sexuales en público: “Se masturbaba al aire libre y cuando lo criticaban por esto, decía que ojalá fuera igual de sencillo quitarse el hambre frotándose las tripas”. Una vez, mientras se paseaba desnudo por el mercado de Atenas, sentenció: “¡Cuántas cosas hay que yo no necesito!”. Por despreciar los usos de la sociedad, le decían “el perro”, y arrojaban a sus pies los huesos de los banquetes. Diógenes, para no contradecirlos, y ensimismado en su condición perruna, les orinaba encima.

El misterio y el encanto del vagabundo consiste en que no acepta ninguna lógica social; no manda, no obedece, no cobra, no vende, no compra, ni cae en el engranaje de nada ni de nadie: se hunde en lo más abyecto, quizá, pero también en lo más hondo de la condición humana: la mugre, el abandono, la animalidad, las greñas, los piojos, la intemperie, las pulgas, los excrementos, los mocos. Mirar al ñero es mirarnos en un espejo sin fondo.

Hitler gaseó a los vagabundos. Los neonazis colombianos los mataban y vendían sus cadáveres en las escuelas de medicina y, más recientemente, los paramilitares los han usado como falsos positivos. Ennio Flaiano escribió: “Los vagabundos son la sal de una civilización. Cuando ellos gozan del respeto que se merecen los más débiles es señal de que también funciona el respeto por las demás libertades”. En Francia se respeta a los clochards. Aquí ha habido intentos por tratarlos bien. En Medellín la Alcaldía les ofrece un albergue nocturno, pero les pone una condición imposible: que se bañen. En cuanto al baño, los Diógenes son más gatos que perros.

El gran psicólogo social Stanley Milgram escribió sobre los peligros de la obediencia. Puestos en una situación de jerarquía o de prestigio, seres humanos normales podemos llegar a cometer atrocidades, simplemente por el gregario impulso de la obediencia. Si quieren ver un experimento al mismo tiempo chocante y fascinante (por el horror en que podemos caer con facilidad), les recomiendo estos videos: http://www.youtube.com/watch?v=BcvSNg0HZwk. Creo que después de verlos entenderán mejor por qué es siempre tan sabio y conveniente mirar con respeto y admiración la vida y el comportamiento de los ñeros, de los marginales y los vagabundos. Ellos no se pliegan a órdenes ni a halagos. La obediencia es ese horrible defecto que comparten comunistas y fascistas, guerrilleros, curas, políticos y policías.

Estas personas nos dicen cosas hondas sobre la libertad de pensamiento,  la independencia mental, sobre los abismos personales en los que a veces hay que caer para no caer en el abismo social. La libertad anárquica del ñero debe ser un recuerdo de nuestra peligrosa mansedumbre y nuestra más azarosa cobardía. Un acicate para pensar sin prejuicios. El que resuelve vivir al margen, en la calle, y de ahí no quiere salir, merece solamente una actitud de parte nuestra: respeto.

por Héctor Abad Faciolince
Originalmente en El Espectador (Colombia) - 21 Ago 2010
http://www.elespectador.com/ 
Autorizado por el autor

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